Entre 2015 y 2016 la inversión extranjera en el mundo cayó de 1,41 a 1,29 billones de euros pero, a la inversa, los recursos destinados a fusiones y adquisiciones empresariales crecieron desde más de 0,65 billones a una cifra superior a los 0,77 billones, el nivel más elevado desde que eclosionó la crisis, según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad). Este año se espera que marque un nuevo récord tras un incremento interanual en el primer trimestre del 37%.

La concentración empresarial es una de las vías introspectivas de obtención de beneficios por la que han optado las empresas en un mercado bajista (caída de precios y de demanda, caso del sector agroquímico) mediante el aprovechamiento de sinergias, reducción de capacidad, supresión de competidores, recorte de empleo y obtención de economías de escala. Hay también integraciones defensivas frente a la intromisión de fondos activistas y otras que, en ausencia de expectativas de crecimiento del negocio, se plantean como fusiones fiscales para mejorar resultados situando la sede del grupo resultante en un país de baja tributación.

Más que para respaldar la inversión productiva, la caída de los tipos de interés está sirviendo para abaratar este tipo de estrategias, refinanciar deudas con menor coste y recomprar acciones propias en la Bolsa (en EE UU se destinaron a este fin 1,7 billones de dólares entre 2012 y 2015) para aumentar por esta vía la rentabilidad por dividendo. Esto también fue determinante en el ascenso de los índices bursátiles a cifras récord, por lo que algún analista llegó a decir, extremando el argumento, que los parqués dejaron de financiar la actividad económica. Esta suerte de estrategia intransitiva refleja incertidumbre, persistencia de exceso de capacidad y la necesidad de que el mundo halle nuevas fuentes de crecimiento.