A las manifestaciones se va con la consigna sabida y la pancarta en román paladino, que es la lengua que suele hablar el pueblo a su vecino y al Gobierno de turno. La que recorrió ayer el kilómetro y medio, más o menos, que distancia El Bibio del paseo de Begoña, por la gijonesa avenida de La Costa, no fue una excepción. Aunque ofreció varias versiones del mismo tema, todas se entendían sin necesidad de mucho ejercicio semiológico: "Asturias en defensa del sistema público de pensiones" o "Corruptos y ladrones nos roban las pensiones". Más claro, el agua.

A los jubilados se les nota el cabreo desde lejos, no digo ya de cerca. Y eso que la palabra ("iubilare") lleva aparejada también la idea de regocijo, como señalan los diccionarios. Alegrías pocas. A muchos de ellos, la subida del 0,25 por ciento les ha sentado como puñalada de pícaro. Y te lo dicen: no hacen falta muchas matemáticas para saber que la inflación ha limado ya una parte de la pensión que cobran 272.000 asturianos, casi nueve millones en toda España. Y te lo repiten a poco que uno repregunte: "Pensionista despierta, este Gobierno nos deja en la cuneta". La calle, que suele ser un barometro político al que conviene mirar, hizo ayer el discurso que tal vez se quiso escuchar el pasado miércoles en el Parlamento de la Carrera de San Jerónimo: un regreso al Pacto de Toledo y a la revalorización de las pensiones en función de la subida del IPC. "Blindemos las pensiones en la Constitución". Y por ahí seguido.

Se vio en Gijón, como digo. No sé si hubo más de cuarenta mil personas, como aseguran los convocantes. Pero sí que participó una multitud con el enfado a flor de labio y en la tinta de los carteles: "Siempre solidarios, ahora víctimas". Algunos comprimían la biografía en unos pocos datos: "Cuarenta años de trabajo: 675 euros". Ninguna terna torera de la feria de Begoña ha llevado jamás tanta gente a la explanada de El Bibio. No hay peor toro, y perdonen los taurófilos la cita de ocasión, que el dispuesto a rascarte la cartera, la jubilación y los derechos adquiridos. Las pensiones suponen 4.500 millones anuales para Asturias, el equivalente a un 20 por ciento del PIB regional. Un pilar del Estado de bienestar, como se subraya. Y también un sostén del consumo interior. Algunos expertos hacen hincapié en el indeseable efecto que tendrá en el Principado la renuncia al esquema de la revalorización en función del IPC.

A las once de la mañana de ayer, una hora antes de la manifestación, en los autobuses municipales de la línea 1 que bajaban colmados de los barrios gijoneses del Oeste se hablaba de estas cosas: "A ver si nos juntamos veinte mil por lo menos; hay que recordarles a estos tíos que no van a hacer lo que les dé la gana". Paisanos con la bandera azul y cruzada; mujeres con camisetas rojas y la protesta legible. Y quejas porque el Ayuntamiento no reforzó el transporte público. Vaya, algo que es habitual en cualquier concierto con tirón. Se ve que la música de ayer no hace turismo ni ensancha la marca local, aunque llegaron a Gijón autocares de buena parte de Asturias: de Avilés a las Cuencas: "Soy de Pumarín, pero del de Oviedo, eh". Bueno, qué se va a hacer.

A mediodía, poco antes de poner pie rumbo a los altos de Begoña, era evidente que la manifestación asturiana iba a ser un éxito. Doce grados, pero el cielo encapotándose. Abuelos que llevan a hombros a sus nietos. Abuelos que fueron niños hace cincuenta años, cuando la dictadura, los grises y el mayo del 68; antes de que otros pensionistas fueran molidos a palos por la policía franquista en el interior de la iglesia de San José, también en Gijón. Lo ha contado alguna vez el catedrático Jesús Menéndez Peláez. Hay manifestantes que recuerdan aquellos tiempos. En los años setenta, la inflación de dos dígitos devoraba las pensiones en un lustro. Temor a que se repita aquella historia.

"Yo toi aquí pa sofitar a los mios güelos", me explica una muchacha al verme tomar notas". Feministas del 8-M también apoyan. Una Asturias descontenta que afluye por la avenida de la Costa detrás de las pancartas nada jubilares. "Bravo", grita una vecina desde una ventana. A la altura de la iglesia de Capuchinos, donde tiene plazoleta el escritor de Pumarabule Luis Fernández Roces, arrecian la lluvia y el viento. La manifestación aguanta. Hay quienes increpan a alguno de los dirigentes sindicales que va prendido a la pancarta de cabecera. Preferirían una marcha sin siglas, conducida y dirigida tan sólo por pensionistas. El servicio de orden frena el conato.

Una teoría: ahora se trata de ir limando las pensiones, el sostén de miles de familias en lo más terrible de la última crisis económica, para ponerlas en la senda de la devaluación salarial de estos años. Tiene cierta lógica. "Pa les pensiones, les perres de los ladrones", leemos en otro cartel. Hay quien tacha a Rajoy de "cuatrero". No es aún la una de la tarde y los primeros manifestantes llegan al kiosco de Begoña; otros aún no han podido salir de El Bibio. Con el cabreo, se filtra ahora la euforia. Arturo y Viveca, "Los trovadores del 15-M", se arrancan por "Quilapayún": "El pueblo unido...". Y más: "El bravo pensionista/ se alza en la lucha/ con voz de gigante". La escritora Ángeles Caso lee con dicción precisa los dos folios del "Manifiesto en defensa del sistema público de pensiones". El famoso factor de sostenibilidad, mantra gubernamental, ha logrado lo que parecía imposible: jubilados en pie de guerra, sin resignarse.