El presidente de EE UU, Donald Trump, no afloja en su presión contra China y ayer protagonizó una escalada en su ofensiva proteccionista: el lunes impondrá aranceles adicionales del 10% a importaciones chinas por un monto de 200.000 millones de dólares, lo que supone cuadruplicar las tasas en frontera con las que Trump ha penalizado hasta ahora al gigante asiático por 50.000 millones. Pekín replicó de inmediato y anunció la adopción de nuevas represalias a Washington: aplicará el lunes gravámenes entre el 5 y el 10% a 4.000 productos importados de EE UU por 60.000 millones de dólares.

La nueva apuesta de Trump (que amenazó con incrementar el 10% que aplicará el lunes para llevarlo al 25% el 1 de enero si antes no hay un pacto) empieza a alcanzar proporciones serias. Los 200.00 millones equivalen a casi el 40% de todas las ventas chinas a EE UU el año pasado y pueden tener un efecto ralentizador sobre la economía de la segunda potencia mundial, que, al igual que Europa, da señales de desaceleración, lo que se suma a la incertidumbre que emana de Argentina y Turquía (ambos, en riesgo de impago) y Sudáfrica, que ha entrado en recesión. Un enfriamiento chino repercutiría sobre otras áreas, caso de Alemania, gran exportador al país asiático. Valdis Dombrovskis, vicepresidente de la Comisión Europea, dijo ayer en Tianjin que los nuevos aranceles aumentan los riesgos a la baja.