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El vaivén en Asturias de las multinacionales

Vesuvius renunció al cierre y otras vendieron sus plantas, pero aún pesa la marcha de Suzuki, Chupa-Chups, Altadis y Coca-Cola

En 2009 la multinacional británica de productos refractarios Vesuvius, del grupo Cookson, anunció el cierre de su factoría de Riaño (Langreo), constituida en 1989, pero la acción concertada de la plantilla, fuerzas sociales, sindicales y políticas logró disuadir a la empresa. Vesuvius reconsideró su decisión y nueve años después sigue produciendo en Asturias.

No hay muchos ejemplos de rectificación análogos, pero el precedente de Vesuvius deja un resquicio a la esperanza en el caso de Alcoa. La otra opción es buscar un comprador dispuesto a dar continuidad a la planta una vez que el grupo propietario decide el cierre irreversible de la instalación. Vauste, en Gijón, es el ejemplo más reciente de esta modalidad. Una operación también de amplio espectro y transversal, con el apoyo de la Comisión Europea (Antonio Tajani), logró que la fabricante estadounidense de amortiguares Tenneco (sucesora de la británica Monroe) vendiera en 2016 su planta de Gijón al fondo inversor alemán Quantum Capital en vez de desmantelarla. La actual Vauste acaba de inaugurar una segunda planta para la producción de piezas de inyección de magnesio, también para el sector del automóvil.

Hay multinacionales que tienen por norma garantizar la continuidad de los centros de producción en otras manos en vez de cancelarlos. La suiza Nestlé, con dos fábricas hoy en Asturias, lo hizo en otros emplazamientos en la región, como los de Brieves (vendido en los años 80 a la francesa Bel) y Villaviciosa (a Capsa), aunque ambas cerraron con posterioridad. Arias (del grupo francés Savencia, antes Bongrain) también lo hizo en Canero (se vendió a Valdet Sat, luego clausurada) y en Arriondas (hoy en activo en manos de Lafuente) y Gijón Fabril cerró en 2016 en poder de un grupo español a los diez años de su venta por Saint Gobain.

Cuando en 2014 Thyssenkrupp decidió cesar en la fabricación de pasillos rodantes y pasarelas aeroportuarias se comprometió a buscar un comprador que garantizase la supervivencia de la planta de Baíña. Un año después reconsideró su decisión y hoy sigue al frente de la factoría.

Ya había ocurrido lo mismo con su participada Sinterstahl, de componentes de automóvil. La planta, también en Baíña, que data de 1996, quedó en 2002 en manos de otro socio (Plansee), en 2005 éste creó una alianza con Mitsubishi (PMG) y en 2011 la compró la alemana VVG.

Las fábricas de la antigua Terpla en Pravia han pasado por manos británicas y ahora alemanas, Lafarge (que ha anunciado cierres en España) vendió sus instalaciones asturianas a la portuguesa Secil, la planta de la germana RHI en Lugones (antigua Didier) es desde diciembre de la también alemana Intocast; la israelí ICL vendió en marzo la mierense Auxquimia a la estadounidense SKI, la alianza de la australiana Macquarie y la kuwaití KIA acaba de pactar el traspaso de sus plantas hidroeléctricas asturianas a la petrolera española Repsol, y los centros productivos de la norteamericana Praxair están a punto de pasar a la japonesa Taiyo.

Pero no siempre las desinversiones, la renuncia a proseguir en determinados negocios o la mera decisión de concentración de capacidad en las plantas más eficientes o mejor localizadas de la compañía se hace protegiendo el empleo local y la continuidad de las instalaciones que se abandonan.

Chupa-Chups clausuró en 2011 su fábrica de Villamayor (donde nació el caramelo con palo) cinco años después de que la compañía española hubiese sido adquirida por la italiana Perfetti Van Mell.

La japonesa Suzuki se fue de Asturias en 2013, veintiséis años después de haberse hecho con el control de la gijonesa Avello, y canceló su factoría de motos de Gijón un año después de haberse quedado como único fabricante extranjero de motocicletas en España tras la fuga previa de otras transnacionales del sector.

Dos siglos de tradición tabaquera en Gijón se extinguieron con el cierre de la fábrica de tabacos de la ciudad en 2000, una vez que la compañía española pública Tabacalera se privatizó y se integró en 1999 con la francesa Seita para crear Altadis.

En 2014 el envasador español de Coca-Cola abandonó su planta de Colloto, creada en 1959, y otras en España como paso previo, impulsado por la multinacional de Atlanta, para converger en una fusión europea al año siguiente.

Mucho antes ya se habían producido los cierres de las fábricas asturianas de Pepsi Cola, de Kas (una vez adquirida por Pepsi), de La Casera (tras su compra por Cadbury-Schweppes), de Panrico (Donuts) tras la entrada en el capital de Allied Domec, y otras.

La estadounidense Milliken liquidó su planta de "airbags" (Autotext) de Llanera en 2006, seis años después de haberla abierto; la alemana Klöckner trasladó a Valencia en 2004 la producción de Nortichapa, una de sus dos fábricas gijonesas (la otra está hoy en manos gallegas); el grupo mexicano Vitro canceló en 2012 sus plantas españolas, incluida la gijonesa, y General Dynamics abandonó la fábrica de armas de Oviedo y continuó con la de Trubia.

Muchas otras multinacionales mantienen una posición prolongada, estable y sin sobresaltos en Asturias. La lista es larga: Bayer, Arcelor-Mittal, Xstrata-AZSA, Danone, Du Pont, National Express, Jacob Holm, EDP, Chemours, Axalta, Fluor, DXC, Lavorazione Petrolchimilche, Orvana..., más la reciente llegada de Mastech, Valtronics, Metrohm, Daw y otras.

Las transnacionales generan actividad y empleo, mejoran la cultura corporativa autóctona con nuevas prácticas, crean empleo, aportan tecnología, instauran sectores inexistentes, atraen a proveedores y amplían el espectro de posibilidades para el territorio. En una región de larga tradición industrial pero reducida capacidad de emprendimiento, las multinacionales extranjeras son una contribución aún más valiosa para sostener y prolongar la centenaria trayectoria fabril y productiva.

Pero las compañías foráneas carecen de los anclajes y el efecto sede de las empresas autóctonas y tienen menos acusado el compromiso territorial y emocional, y esto, en una economía abierta -en la que todas las plantas y todos los territorios compiten entre sí-, constituye un factor de inestabilidad e incertidumbre permanentes sobre su continuidad a largo plazo. Asturias debe atraer más compañías extranjeras pero precisa acrecentar su capacidad de generación de empresas propias para asegurar el futuro.

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