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Un día en la vida de los últimos de Alcoa

LA NUEVA ESPAÑA novela en base a relatos de trabajadores la angustia de quienes van a trabajar sabiendo que su empresa los ha sentenciado

Un trabajador de Alcoa en la serie de electrolisis, el área de la fábrica donde se obtiene el aluminio. mara villamuza

Incapaz de seguir ni un minuto más en la cama, el insomne Julián (nombre ficticio) sale del dormitorio y enfila sus pasos a la cocina para fumar un pitillo asomado a la ventana. Faltan diez minutos para que suene la alarma del móvil, programada para las 5; un día más no hará falta esa ayuda para despertar. Hace frío y el humo del tabaco se mezcla con el vaho de la respiración, profunda, deliberadamente ralentizada tratando de relajar un corazón que late desbocado desde que el mensaje de WhatsApp de un compañero de trabajo le dio la fatal noticia: "Nos cierran la fábrica compañero, acaba de comunicarlo el comité".

Una voz a su espalda reclama su atención.

-"Cari", ¿hoy de tarde puedes llevar tú a las niñas a casa de la abuela?

-No, hay concentración a la puerta de la fábrica.

-Vale, ya me apañaré. Acuérdate de llevar el bocata. Lo tienes ahí en la mesa.

La mujer de Julián, después de quince años de convivencia con un trabajador de Alcoa, domina las claves de la lucha obrera y entiende la necesidad de agitar la pancarta. Por eso le pidió a Julián que comprara cuatro camisetas amarillas con el lema "Alcoa no se cierra" en vez de una sola cuando hace cuatro años la empresa echó el primer órdago de cierre en Avilés: dos para el matrimonio y dos para sus hijas. Y por eso el día que, confiada en la solución del conflicto dijo de tirarlas, ni rechistó cuando Julián replicó que las guardara en una caja en el trastero, que igual volvían a tener que ponerlas pronto.

El hombre despide a su mujer con un beso, desayuna un colacao bebido -hace días que por falta de apetito desecha la idea de mojar magdalenas-, y tras vestirse se asoma al dormitorio de las pequeñas, de 12 y 9 años. Julián observa el plácido sueño de sus hijas y acongojado se tortura con las preguntas que desde hace días le corroen las entrañas: ¿cómo vamos a costear su educación?, ¿cómo vamos a salir adelante?

De camino a la fábrica, el trabajador pone la radio del coche para escuchar las noticias matinales. Nada le llama la atención de lo que oye. Nada espera oír que arregle la dramática situación que padecen él y 320 compañeros de la fábrica de aluminio de Avilés. La confianza en los políticos hace tiempo que se perdió y la que conservaban en la empresa saltó hace unos días por los aires con la comunicación, casi alevosa, del cierre de la fábrica.

En la recta de San Balandrán, un bache recuerda a Julián dos cosas: lo dañinas que son para el alquitrán las quemas de neumáticos que los de Alcoa protagonizaron en movilizaciones pasadas y la necesidad de cambiar los amortiguadores del coche, un gasto como tantos otros aplazado "hasta ver si esto escampa". A la puerta de la fábrica, el fornido y bigotudo vigilante del turno de la mañana apunta la matrícula y saluda a Julián con un movimiento de cabeza. Hace unos días le putearía con el mal partido que hizo el Madrid la noche anterior y él devolvería la pulla preguntando por el brazo roto de Messi, pero no está el horno para bollos. También el personal auxiliar de Alcoa las está pasando canutas. También para ellos acaba de hacerse de noche.

Ya en el vestuario, el ritual de ponerse la ropa de faena propicia el primer intercambio de opiniones de la jornada. Después de que la dirección de Alcoa en España insistiera el día antes en lo irrevocable de la decisión de cierre son mayoría los pesimistas. El más joven del turno sentencia: "Pues si quieren guerra, ¡guerra habrá!" Y remacha la frase cerrando la taquilla con un sonoro portazo que casi despega la pegatina de "Sartenazo cerebral" que habla a las claras de los gustos musicales del chaval.

El "breafing" de incidencias y reparto de tareas subraya hoy la necesidad de extremar la seguridad. Alcoa no quiere relajaciones, por más que a la fábrica, teóricamente, le queden tres telediarios. Julián piensa para sus adentros lo contradictorio que resulta pedir concentración a personas en cuyas cabezas acaba de entrar en erupción un volcán de pensamientos negativos. Ya en el tajo, cada cual se afana en lo suyo. Hay mucho oficio en una plantilla altamente especializada en la producción de aluminio y el mantenimiento de los equipos necesarios para esa misión. Julián reflexiona sobre lo paradójico de su futuro: es un tío altamente especializado en un trabajo que, con el cierre de las fábricas de Alcoa, desaparecerá. No sabe por qué, pero se le vienen a la cabeza los linotipistas de los periódicos; ellos también se extinguieron.

Hora del bocadillo. La cantina tiene ambiente; hay más ganas de hablar que de comer. Un buen amigo se sienta junto a Julián y le entrega el café que ha sacado en la máquina.

-Capuchino largo de azúcar, como le gusta al señor. Me debes 40 céntimos.

Julián dedica una cariñosa peineta a su compañero del alma, indicativa de que esa deuda no la cobrará. Conversan de trivialidades y en un momento dado, el hombre le pregunta a Julián algo que le descoloca.

-Oye, ¿tú sabes hacer un curriculum?

La verdad es que ni zorra idea. En su trayectoria laboral nunca los necesitó. Acabó un grado medio de FP, entró a trabajar en una empresa auxiliar, de ésa pasó a otra, de ahí a una tercera y hace 18 años entró en Alcoa. En sus 45 años, Julián nunca estuvo al paro. Más motivos para la congoja.

La jornada laboral llega a su fin. Son las 2 de la tarde y a la puerta de Alcoa se arremolinan doscientas personas que corean consignas contra el cierre de la fábrica. Julián se acerca al grupo y pregunta a un sindicalista conocido si hubo novedades durante la mañana.

-Nada, todo sigue igual.

Julián masculla para sí que, en ese caso, no todo sigue igual sino peor. Un día sin avances es un día menos para consumar el cierre, el escenario de sus pesadillas.

La concentración se dispersa y cada cual busca refugio en su casa. Queda mucha batalla por delante y hay que dosificar fuerzas. Lo que Julián quiere es evadirse por unas horas, que la mente deje de torturarle. En casa le esperan dos caras risueñas que obrarán ese milagro, las de sus hijas, a las que ayudará a hacer los deberes. Concluida la tarea escolar, la más pequeña sorprende a su padre entregándole un dibujo primoroso hecho con lápices de colores. Se ve una fábrica echando humo y delante, un papá, una mamá y dos niñas, una de las cuales enseña un letrero que dice "Alcoa no cierra".

-Es para ti, papá.

Esa noche, Julián llorará.

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