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Historia de una ambición

l Banqueros y ministros ya quisieron fusionar La Caixa y Bankia hace una década l La sintonía que hay entre Isidre Fainé y José Ignacio Goirigolzarri ha sido clave ahora

puerta con puerta, en la calle uría. Caixabank y Bankia, entidades que negocian su fusión, tienen sus oficinas en el centro de Oviedo unidas físicamente. JUAN PLAZA

El asturiano Rodrigo Rato estaba dispuesto a comprar o alquilar una vivienda en Barcelona en 2011. Así lo recuerda en privado uno de los colaboradores más estrechos que en ese momento tenía el entonces presidente de Bankia y ex vicepresidente del Gobierno. El sector bancario español se encontraba inmerso en la búsqueda del dinero que le permitiera cumplir con los exigentes requisitos de solvencia de las autoridades europeas. Si no conseguían esos fondos en solitario, tendrían que buscar fusiones con otras entidades. En este contexto, Bankia mantuvo conversaciones con La Caixa, que estaba pilotada por Isidre Fainé, para una posible integración.

Al sustituto de Ricard Fornesa en la presidencia de la mayor caja española siempre le había interesado algún tipo de alianza con Caja Madrid, la segunda caja de ahorros más antigua de España, que se constituyó en 1838 asumiendo el monte de piedad que un sacerdote aragonés, Francisco Piquer, había creado en 1702. Solo la caja de Jerez se había fundado antes por el Conde de Villacredes.

La Caixa, la única de las diez cajas de ahorros catalanas que existían antes de la crisis financiera del 2008 y que se mantenía entonces como independiente, llegaba a esa integración con una salud mucho mejor que la de Bankia, fruto de la unión de Caja Madrid, Bancaja y siete cajas regionales más.

Fainé tenía ganas de más y él mismo contó los contactos preliminares para la integración a la en aquel momento ministra de Economía, la socialista Elena Salgado, durante los últimos meses del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

El reparto de poder era irrebatible. Fainé sería el presidente del banco resultante y Rato, el vicepresidente y el máximo responsable del grupo industrial. La sede social estaría en Barcelona y la operativa, entre las dos ciudades. La operación agradaba a Rato, que por ese motivo no descartaba hacerse con la citada vivienda en la capital catalana. No solo porque así Bankia cumplía los requisitos de solvencia, sino porque se ponía al frente del conglomerado industrial más importante de España, fruto de un proceso de compra de participaciones en empresas que duró desde el periodo de entreguerras hasta finales de la década de 1990.

La Caixa había imitado el modelo alemán de banca mixta, que unía la captación del ahorro y la concesión de créditos a particulares a la participación directa en el negocio industrial. Al principio de la crisis del 2008, las entidades financieras contaban con una cartera industrial valorada en 150.000 millones de euros. La Caixa estaba en Repsol y Telefónica, y Caja Madrid en Iberia e Indra, entre otras.

Las conversaciones entre Fainé y Rato duraron, al menos, cuatro semanas, hasta los últimos días del 2011. En ese momento, el PSOE ya había perdido las elecciones y el PP gobernaba con mayoría absoluta, con Luis de Guindos como ministro de Economía. El proyecto de fusión se comunicó al Gobierno de Mariano Rajoy y a la Generalitat de Artur Mas. Tanto Rajoy como Guindos aplaudieron una integración que, además de aliviar los problemas de Bankia, podía reforzar los vínculos entre Cataluña y España en un momento en que las aspiraciones soberanistas de Mas inquietaban al PP.

Pero no fue así. Rodrigo Rato, envalentonado por creer que tenía el apoyo de sus antiguos compañeros de partido, enfrió las conversaciones y prefirió seguir en solitario. Isidre Fainé, por su parte, también reculó en su ambición después de que afloraran dudas de cómo sería el reparto de poder entre los dos grupos más allá de la primera fase inicial. Además, trascendieron varios informes que incidían en los aspectos más impopulares de la fusión, como el ajuste laboral y de oficinas.

Todo apunta a que Rodrigo Rato debía desconocer entonces que el Gobierno preparaba una dura e inmediata reforma financiera que debilitaría más a Bankia. Cinco meses después de dar por muerta la fusión, Bankia sería nacionalizada, con el beneplácito de Fainé y de los otros dos grandes banqueros, Emilio Botín (Santander) y Francisco González (BBVA).

La Caixa y su banco heredero, CaixaBank, que durante la crisis compraron Caixa Girona, Banca Cívica y Banco de Valencia, siguieron su camino, consolidándose y manteniendo su solvencia, pese al deterioro de la economía y del endurecimiento de los requisitos de las autoridades europeas.

Fainé, ya retirado de la primera línea de CaixaBank y al frente de su primer accionista (Fundación La Caixa), siguió anhelando esa integración que ahora ha impulsado de nuevo, apoyándose en este caso en el Estado, accionista mayoritario de Bankia, y en la ministra de Economía, Nadia Calviño. Puede hacerlo porque en la cúpula de la otra entidad está José Ignacio Goirigolzarri, el último banquero de la generación que desde la década 1989 hasta el 2019 pilotó los mayores grupos financieros del país.

La sintonía entre ambos y el respeto que se profesan son máximos, según sus respectivos entornos, que añaden que se sienten cómodos con la presencia del Estado en su capital, sin ser mayoritarios, aunque prefieren una entidad independiente. Rato, desde la distancia, observará cómo Fainé y la nueva CaixaBank, de confirmarse la fusión que ya se ha puesto en marcha, ganarán peso en el mapa bancario español. CaixaBank, BBVA y Banco Santander dominarán el mercado en espera de nuevas fusiones.

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