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Análisis

Teresa se escribe con Euphemia

Teresa Ribera. El Periódico

“Cuando recibas esta carta sin razón, Eeeeeufemia, ya sabrás que entre nosotros todo terminó...”, cantaba el mexicano Pedro Infante en una ranchera que viene a cuento hoy por la misiva que la vicepresidenta tercera del Gobierno, Teresa Ribera, ha remitido a la Comisión Europea pidiendo “repensar” el diseño del mercado de energía, esa arcana feria del kilovatio donde, mediante un algoritmo llamado “Euphemia”, se fija una parte relevante del precio de la luz (el de la electricidad consumida) en España y en el resto de la UE.

Loable la iniciativa epistolar de la también ministra de Transición Ecológica a favor de que se revise una subasta diaria que en lo sustancial funciona como cuando comenzó a hacerlo en España en otro tiempo energético (1997): mecánica marginalista (el precio de todos los kilovatios lo determina para cada hora la última ofertada aceptada, la más cara, con independencia de la diferencia extrema de costes que llega a haber entre tecnologías) o reconocimiento del coste de oportunidad (se acepta, por ejemplo, que una central hidroeléctrica de la era del dictador, sin gastos de combustible, manejada por un individuo con un botón y que explota por concesión un bien público como es el agua, fije el precio marginal como si producir el kilovatio le costase tanto como en una térmica que consume gas natural y derechos para emitir CO2, ambos por las nubes en estos meses de precios interestelares de la luz).

Euphemia vino a España con la “liberalización” eléctrica, dejando atrás los modelos planificadores pretéritos –el “marco estable” de los años 80 y sus precedentes–, procedimientos que, con y sin democracia, transmitían que el recibo de la luz se pactaba en una mesa camilla entre los gobernantes de turno y un puñado de compañías eléctricas detrás de la que, a menudo, estaba la banca (entre otras razones posibles, por la musculatura financiera que requiere un sector tan intensivo en capital).

Ribera apunta bien cuando afirma que el diseño del mercado, incluido el que determina el precio del CO2, debería ser revisado porque compromete la transición energética y, sobre todo, por el riesgo de que la carga se reparta injustamente, “con efectos regresivos sobre los consumidores” (hogares y empresas, particularmente las industriales). Pero a la Ministra le ha faltado un gesto de honestidad política: admitir que debió reparar más en Euphemia y en sus peligros antes de lanzarse a pedir tantas veces más descarbonización y más rápida. A Greta Thunberg, la adolescente sueca que ha revolucionado el activismo climático, se le puede perdonar que no sepa de Euphemia; a la vicepresidenta española, no. Más se puede disculpar que a Ribera, por su relativa juventud (52 años), le suene poco el tal Pedro Infante.

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