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Asturias intensifica la recuperación de la producción de cerveza: ya suma una treintena de marcas autóctonas en el mercado

El sector, extinguido en 1992, resurgió en 2008 con marcas artesanales, a las que se sumaron empresas como Agua de Borines y ahora Fuensanta | Hay proyectos pendientes, como el del grupo leonés Lions Beer con el asturiano Cafento

El lanzamiento esta semana de la cerveza Santa por la empresa naveta Agua de Fuensanta, y antes la entrada en 2017 de la compañía piloñesa Agua de Borines con su marca Ordum, confirman el resurgimiento de la producción regional de esta bebida, cuya tradición fabril más reciente se remonta en Asturias a 1893 (aunque con antecedentes al menos desde el siglo XVIII) y cuya continuidad se había extinguido en 1992.

Fue a partir de 2008, tras dieciséis años de carencia de producción cervecera autonómica, cuando comenzaron a surgir nuevas iniciativas de elaboración artesanal de marcas autóctonas, que han ido proliferando en la comunidad –al igual que en otros territorios del país– al compás de que se fueran detectando segmentos de público dispuestos a elegir propuestas diferenciadoras, más artesanales y ligadas al terruño, frente a las grandes marcas generalistas, muchas de ellas en manos de multinacionales.

A la entrada de Borines y Fuensanta, procedentes del sector de las aguas minerales, podría sumarse el relanzamiento del proyecto –iniciado en 2020 en Colloto– de la compañía cervecera leonesa Lyons Beer con su accionista asturiano (el grupo cafetero tinetense Cafento) y el apoyo de la Sociedad para el Desarrollo de las Comarcas Mineras (Sodeco).

En un territorio con una alta especialización en la producción sidrera y una acusada modernización y diversificación de su bebida tradicional por excelencia con nuevas variedades y opciones de consumo, y en la que la tradición vitivinícola también vive desde hace varios decenios una notable potenciación –sobre todo, aunque no de modo exclusivo, en la comarca suroccidental–, el resurgimiento cervecero ha pasado más inadvertido aun cuando supone la recuperación de una actividad económica que tuvo una larga trayectoria en el Principado.

La Estrella de Gijón, promovida en Gijón por Suardíaz Bachmaier y Cia en 1893, y que prolongó su existencia hasta 1974, y El Águila Negra, de Colloto (Siero), que perduró entre 1901 y 1992 vinculada en origen a algunas de las familias accionariales del Banco Herrero y que vivió un itinerante cambio de propietarios en su etapa final, fueron las dos referencias más importantes y también más longevas en la región, en la que durante ese largo periodo existieron algunos cultivos de lúpulo en varias zonas para proveer a ambas fábricas.

La desaparición de este sector en Asturias coincidió con la clausura sucesiva de las factorías de las grandes marcas de bebidas refrescantes (primero cerró Pepsi en La Corredoria; luego La Casera en Oviedo; más tarde, Kas-Pepsi en Gijón y finalmente Coca-Cola en Colloto) a medida que mejoraron las comunicaciones viarias y se redujeron los costes de transporte desde los grandes centros fabriles situados en otras comunidades.

Esa mejora de las conexiones terrestres intensificó a su vez la llegada masiva de las grandes marcas nacionales e internacionales de cerveza presentes en España, lo que contribuyó a erosionar las languidecientes cuotas de mercado de las marcas autóctonas.

En los últimos años la cerveza El Águila Negra volvió a comercializarse en Asturias, hasta donde ha estado llegando por autovía desde Córdoba elaborada por la granadina Cervezas Alhambra, del grupo Mahou-San Miguel, que había adquirido la marca.

La primera iniciativa formalizada para el renacimiento de la elaboración de cerveza de producción asturiana se atribuye a la iniciativa del empresario Olegario Díaz, de la destilería noreñense El Molín del Nora, con la marca La Xana, cuyo proyecto se remontaba a tres años antes.

A partir de 2012 se aceleró el proceso. Ese año fue cuando surgieron iniciativas hoy consolidadas como la cerveza Caleya, creada en Sobrescobio y que en 2017 se trasladó a unas nuevas instalaciones más amplias en Langreo. Fue también cuando el establecimiento hostelero ovetense Ca Beleño inició la elaboración artesanal de su propia cerveza, aunque la idea tuvo su origen en 2008. La experiencia se prolongó hasta 2017, cuando ambos emprendedores iniciaron una nueva etapa participando en algunos de los nuevos proyectos que surgieron en región. También en 2012 nació la cerveza Cotoya en Santo Adriano, que en 2015 se trasladó a Lugones.

Experiencias como la de Cá Beleño tuvieron réplicas como la de la cerveza Curuxera en 2013, elaborado por el establecimiento hostelero L’Espumeru, de Langreo, para su consumo en el propio local.

En 2014 nació Bayura, con centro de producción en Roces (Gijón); en 2015 comenzó la fabricación en Tineo de la marca Deva; en 2016 empezó a comercializarse Pepinum (Olloniego), aunque la elaboración se había iniciado tres años antes; también en 2016 aparecieron D’Equí, que recuperó la tradición cervecera en Colloto con el uso de espacios que antaño fueron de El Águila Negra, y Asgaya, de Grado, y que se proclama como la primera cerveza ecológica asturiana; en 2017 Bayura resucitó en Gijón la antigua marca La Estrella de Gijón; ese mismo año nació Vagamar en Luarca (Valdés), etcétera.

La lista siguió creciendo con propuestas como Laurea (Nava), Nurse (ovetense, aunque sin fábrica propia), Berrea (Villaviciosa), Scone (Gjón), Naviega (Navia), Cantábrico (Ribadesella), Dai (Grado), Taranis (El Berrón), Pagana (Valliniello), Montera (Morcín), Asturias (Riaño) y otras. El año pasado surgió Dúa, que se envasa en instalaciones ajenas; y en este ejercicio se ha introducido en el mercado La Cruz de Asturias, elaborada inicialmente en Noreña y que tiene en proyecto una fábrica en Siero.

Aunque las estrategias son disímiles, la treintena de marcas existentes –lo que denota una gran atomización– suelen compartir la aspiración de personalizar las elaboraciones con rasgos diferenciadores y distintivos, en muchos casos como propuestas de autor, para abrirse un hueco en un sector en el que las marcas artesanales representan en torno al 1% del mercado, aunque en crecimiento. Por lo común, se trata de productos que se comercializan en el ámbito local, comarcal y regional, aunque algunas ya se están expandiendo a otras autonomías.

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