Vivienda

El problema de la vivienda en Ibiza: 400 días de pesadilla 'inquiokupa'

Raquel Martínez recuperó el martes su vivienda en Cala de Bou y puso fin a más de un año de okupación por parte de sus inquilinos

Casa desokupada en Ibiza

Casa desokupada en Ibiza / Vicent Marí

Guillermo Sáez

"Prepárate para ver algo desagradable", le advierte Fabricio. Ella sonríe ante el aviso del conserje y le contesta: "Hoy es un día de celebración". El día más deseado, el día que Raquel Martínez lleva esperando más de 400 días, todo ese tiempo ha pasado desde que sus inquilinos le contestaron un mensaje por última vez. Lo recuerda de memoria: el 11 de diciembre de 2023. Cómo olvidar el momento en el que arrancó esta pesadilla que hoy empieza a desvanecerse, y con ella la ira, la rabia, las visitas al psicólogo para no sucumbir emocionalmente a la situación provocada por unos sujetos que un día decidieron dejar de pagar el alquiler mientras seguían gastando dinero en viajes, en restaurantes, en vehículos para su empresa.

Con puntualidad exquisita, a las 9.45 de la mañana se bajan del taxi los dos agentes judiciales que van a ejecutar el lanzamiento de la vivienda de Raquel. El inmueble lleva más de un año inquiokupado, es decir, okupado por sus propios inquilinos. Estamos en la urbanización Sa Marinada de Cala de Bou. A las puertas del bloque 4 ya esperan Raquel, su padre, su hermano, la procuradora judicial, Fabricio y Moncho, que se va encargar de cambiar la cerradura de la vivienda. "¡Cuánta gente! ¿Sabemos si hay alguien dentro de la casa?", pregunta uno de los agentes judiciales.

No, no hay nadie. La noche anterior, los inquilinos le han entregado la llave del domicilio a Fabricio. Han capitulado al verse entre la espada y la pared. Así que en este lanzamiento no es necesaria la intervención de agentes de la autoridad. Es una devolución fantasma, sin cara a cara entre dueña e inquilinos, donde Fabricio ha funcionado como correa de transmisión. El agente judicial que ha preguntado asiente satisfecho al conocer la respuesta. Sabe que les espera una faena rápida. Y así es. Diez minutos después de bajarse del taxi, se suben de nuevo al mismo vehículo, que les ha estado esperando y les lleva de vuelta a los juzgados de Ibiza.

En este pequeño intervalo de tiempo ocurre lo siguiente: Raquel abre la puerta de su casa y todos entran al domicilio salvo Moncho, que se queda en la puerta cambiando los bombines. Y lo que todos ven está a años luz de ser una vivienda al uso. Más bien parece un escenario de guerra. Todo está roto, tirado, arrancado, se acumulan basuras y enseres, la casa en la que Raquel hipotecó sus ahorros y su vida tan solo es el esqueleto mugriento de aquella agradable vivienda que muestra a través de unas fotografías que ha traído impresas.

Siete años de normalidad

"Siempre soy positiva", dice mientras enseña las imágenes de aquel pasado que espera reverdecer una vez que limpie y arregle todo eso que sus inquilinos se han empeñado en destrozar. No siempre fue así. Durante siete años, la pareja de treintañeros que inquiokupaba la vivienda pagó el alquiler con normalidad. 750 euros al principio, 873 euros la última vez que cumplieron con su obligación. Empezaron a retrasarse con los pagos y Raquel les dio un toque amistoso a través del teléfono para recordárselo. Su respuesta fue bloquearla.

Cuando el padre de la dueña intentó interceder, le contestaron de muy malas formas diciendo que no pensaban pagar. Empezaba la pesadilla. Porque Raquel, que actualmente vive en Valencia, está pagando a la vez su alquiler y la hipoteca de Cala de Bou. La hucha se le iba vaciando y sus inquilinos no metían ni un duro dentro. "No tengo nada de pasta", reconoce. Le deben más de 10.000 euros que no sabe si recuperará algún día.

Ansiedad, inestabilidad, primera visita al psicólogo y también a su abogada, Antonia Rubio, para la que solo tiene buenas palabras. Con su ayuda, en febrero mandan el primer burofax. Silencio al otro lado, igual que pasa con el segundo. En julio presentan la demanda judicial y, para su sorpresa, el proceso avanza rápido. En noviembre llega la resolución favorable y la vista queda fijada para el 27 de enero. Nunca se producirá. La última triquiñuela de los inquilinos es alegar estado de vulnerabilidad, pero no cuela. Saben que están derrotados y entregan la llave a Fabricio, como hizo Boabdil con los Reyes Católicos, solo que aquí no hay honor, solo una vergüenza que probablemente nunca han llegado a sentir.

Una comunidad aliviada

En la calle no se quedan. Llevan meses acondicionando un local vivienda que compraron para su negocio. A su paso dejan destrozos, basura, deudas y también alivio entre sus vecinos. "Tenían a toda la comunidad harta. Todos están felices de que se hayan ido", cuenta Fabricio, que añade el incivismo a la lista de agravios, citando varios ejemplos de mala convivencia que no es difícil imaginar.

Todo eso ha quedado atrás. Raquel ha recuperado su casa y ahora se quedará unos días antes de volver a Valencia para lavarle la cara a la vivienda en la medida de lo posible. Rebosa tanta satisfacción que no puede pensar más allá. "No sé si la volverá a alquilar o ya la venderé...". ¿Y qué les diría a sus ya exinquilinos si los encontrara por la calle? "Bastante mierda tienen encima siendo como son. Todos recibimos lo que damos. Esta gente ha dado esto, así que tranquilo, que les llegará lo merecido. Son unos soberbios", se desahoga. Le queda mucho trabajo por delante, pero la pesadilla por fin ha acabado.

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