Momento crítico para una industria estratégica
La siderurgia perdió en Europa 100.000 empleos en década y media y exige un plan para evitar un recorte mayor
Los pronunciamientos de empresas, trabajadores, gobiernos nacionales y, últimamente, también los de autoridades de la Unión Europea confluyen en que la industria siderúrgica continental está en un momento crítico

Bobinas de acero almacenadas en una instalación siderúrgica. / LNE
Luis Gancedo
La siderurgia es una industria madura y pesada, como un elefante adulto. Y sus tiempos son como los del paquidermo: por su propia naturaleza –intensiva en capital, con altas necesidades permanentes de financiación para sus inversiones y su funcionamiento– tiende a ser una actividad fabril longeva y que cuando se desplaza lo hace a una velocidad moderada, aunque constante y susceptible de acelerarse súbitamente en situaciones hostiles.
El llamado Cinturón de Óxido (Rust Belt) es quizá el paradigma por excelencia de lo que ocurre cuando el elefante se pierde de vista; cuando el sector siderúrgico y la industria transformadora (la automovilística, en particular) y auxiliar que está acoplada al acero se despega de un territorio, en este caso compartido por varios estados del Medio Oeste de EE UU: Pensilvania, Ohio, Míchigan, Indiana…orgullo y motor industrial de la economía estadounidense tras la II Guerra Mundial, y hoy un espectro de lo que fue, víctima de un declive que comenzó hacia los años 80 con la competencia de los fabricantes extranjeros (japoneses, alemanes…) y las deslocalizaciones (hacia México, China…). Fermento para la depresión social, la rabia antisistema, la exaltación del proteccionismo y el liderazgo político de personajes como Donald Trump.
¿Va también la Europa del acero por el camino del óxido? Los pronunciamientos de empresas, trabajadores, gobiernos nacionales y, últimamente, también los de autoridades de la Unión Europea confluyen en que la industria siderúrgica continental está en un momento crítico que, según sea manejado por esos mismos actores, podría frenar o acelerar dramáticamente el deterioro que aparece reflejado en datos como los siguientes, recogidos en los informes de la patronal Eurofer:
-El sector que comprende la fabricación de acero y su primera transformación ocupa en la UE de forma directa a unas 300.000 personas, cien mil individuos menos que en 2008 (-25%), cuando se desencadenó la Gran Recesión; en aquel momento, la producción anual de acero estaba muy cerca de los 200 millones de toneladas (198); en 2023, superó en poco los 126 millones (-36%). La contracción ha sido incluso más intensa en términos relativos en España: el empleo ha caído en 15 años de 27.000 a 17.000 siderúrgicos (-37%) y la producción, de 18 millones de toneladas a 11,3 (-37,2%).
-A escala europea, el deterioro no se paró con el fin de la recesión en 2013. Entre 2014 y 2023, la plantilla agregada de las fábricas de la UE perdió 30.000 efectivos, y la producción, 30 millones de toneladas. Esos retrocesos han estado altamente concentrados en Alemania, Francia e Italia. Los números de Eurofer dicen que el sector español contuvo su dimensión en términos de empleo en este periodo más reciente, estabilizándose en torno a los 17.000 trabajadores. Esa aparente consistencia se explica siquiera en parte por el uso de los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE), convertidos en herramientas cotidianas para amoldarse a las variaciones de la carga de trabajo y ahorrar costes de personal. Ocurre de ese modo en las plantas asturianas de ArcelorMittal en Gijón y Avilés, con cerca de 5.000 siderúrgicos, casi un tercio del total español.
El primer y mayúsculo golpe de estos últimos tres lustros vino con la gran crisis económica global del período 2008-2013. Pero la trayectoria declinante ha persistido después, abonada por problemas enquistados, estructurales, que conducen hacia a una nueva cirugía a la que ya se han puesto números desde el lado empresarial: la sobrecapacidad productiva (exceso de instalaciones por inadecuación a la demanda presente y a la que se vislumbra a medio y largo plazo) se estima en 35 millones de toneladas. Dicho de otro modo: al sector calcula que su excedente equivale a siete complejos siderúrgicos como el de Asturias y a unos 35.000 puestos de trabajo directos.
El excedente de capacidad productiva equivale a siete complejos como el de Asturias
¿Qué fuerzas han empujado hacia ese nuevo episodio de reconversión? Los siguientes puntos reproducen el análisis que sobre el complejo panorama del acero europeo hace Guillermo Ulacia, directivo que estuvo en la primera línea del proceso de modernización de la siderurgia asturiana y española de finales del siglo XX y en el nacimiento de Arcelor como campeón europeo del acero, donde hasta 2005, antes de la llegada de la familia Mittal, dirigió la división de productos planos.
Menos negocio fuera. Hasta 2017, en puertas de que la anterior Administración Trump desencadenara su primera guerra arancelaria con el acero, la siderurgia europea tenía un componente exportador "significativo". Las fábricas vendían fuera de la UE en torno a 25 millones de toneladas de media anual, y el saldo en relación con las importaciones era recurrentemente positivo. Pero se dio la vuelta en los años siguientes. Las mutaciones en los flujos comerciales desencadenadas por el empeño proteccionista de la Casa Blanca –además del daño en las ventas a EE UU, excedentes de acero de China y de otras procedencias se redirigieron hacia el mercado interior de la UE, deprimiendo los precios– y las lagunas en las medidas de salvaguarda desplegadas por el club europeo para defender su industria cambiaron el signo de los números: la exportación (16 millones de toneladas en 2023) se ha reducido en más de un tercio y ha sido superada por la importación (25,6 millones en el mismo ejercicio). El negocio exterior de los fabricantes comunitarios se comprimía al mismo tiempo, sostiene Ulacia, por la propensión de los países clientes hacia la autosuficiencia, con frecuencia mediante la construcción de plantas siderúrgicas con tecnología altamente eficiente adquirida en la propia Europa. Hoy la nómina de los productores foráneos que colocan sus aceros en la UE está encabezada por Corea del Sur, India, Taiwán y Turquía. China, en la primera posición hasta 2016, ha bajado a la quinta, pero su colosal sector (por encima del 50% de la producción mundial) conserva una influencia determinante en los precios siderúrgicos y en las cotizaciones de las materias primas (hierro, carbón, chatarra…). Más tras el proceso de consolidación que, expone también Guillermo Ulacia, ha alentado Pekín: la fusión de compañías de tamaño mediano para crear grandes corporaciones. De tal suerte que una de ellas, China Baowo, ha desbancado a ArcelorMittal como primer fabricante del planeta.
La crisis ya "estructural" del automóvil comprime el mercado interior
Menos demanda dentro. El negocio exterior del acero europeo ha invertido sus resultados, y en el mercado interior los grandes consumidores y transformadores de productos siderúrgicos tienen sus propias dificultades. La falta de dinamismo e incluso recesión en las principales economías de la UE –excepción hecha de España, con un vigoroso crecimiento– han deprimido la demanda de acero en la construcción. Presumiblemente, es una situación de carácter coyuntural, pasajera. No así en el caso de la automoción, con problemas "estructurales", diagnostica Guillermo Ulacia. Europa está perdiendo la carrera global del coche eléctrico, aventajada tecnológicamente por EE UU y particularmente por China, imbatible además en costes. En línea con el desempeño económico, las ventas de automóviles se estancaron o descendieron en los principales países en 2024 (de nuevo salvo en España), al tiempo que los incentivos para propulsar la electrificación se muestran ineficaces en una mayoría de países. El óxido se cierne sobre el sector: Volkswagen prevé recortar 35.000 empleos hasta 2030; Ford prepara un ajuste de 4.000; grandes fabricantes de componentes (Boch, ZF, Continental, Valeo…) anuncian nuevas oleadas de despidos tras haber perdido 50.000 puestos de trabajo desde 2020... "Cada coche lleva de media 850 kilos de acero", recuerda Guillermo Ulacia.
Las empresas sopesan apagar los hornos altos e invertir en DRI fuera de la UE
Y a descarbonizar. Menos negocio fuera, menos demanda dentro, precios declinantes, costes fijos crecientes (al bajar la producción), tarifas energéticas poco competitivas, regulación medioambiental más estricta que en otras regiones del mundo…En ese contexto, Europa le ha pedido a su siderurgia que acometa inversiones que han sido evaluadas en 30.000 millones de euros para descarbonizar sus procesos productivos, caracterizados por el predominio de la fabricación primaria en hornos altos, como los dos de Gijón, únicos en España. De esas instalaciones, grandes emisoras de CO2 donde se utiliza carbón coquizado junto al mineral de hierro, procede el 60% del acero europeo. La "vía eléctrica" (fabricación a partir de chatarra) aporta el resto. La tecnología para sustituir los hornos altos está disponible: DRI, plantas de reducción directa de acero. Pero, en las condiciones de mercado descritas, "las empresas no tienen visibilidad a largo plazo" para asegurar el retorno de la inversión y hacer frente a los costes operativos asociados (55.000 millones más, según Eurofer). Incluso con las magnas subvenciones públicas comprometidas por los gobiernos, según el criterio de compañías como Arcelor, que ha suspendido todos sus proyectos europeos de DRI (entre ellos, la inversión de mil millones en Asturias, con 450 de ayuda estatal).
Acertar con el plan prometido por Bruselas es "el gran desafío", afirma Ulacia
Guillermo Ulacia vislumbra que la siderurgia medita ahora otro rumbo para su descarbonización: invertir en DRI fuera de la UE, ir apagando dentro los hornos altos y convertir plantas como las asturianas en instalaciones de productos acabados que se abastecerían del acero primario fabricado en países (Brasil, por ejemplo) con costes laborales y energéticos más bajos y con legislaciones ambientales menos exigentes. La UE perdería decenas de miles de empleos y también "seguridad industrial" en un sector estratégico del que depende en gran medida el resto de la Europa fabril. El "gran desafío" de la Unión, concluye el directivo, es acertar con el plan que la Comisión Europea ha comprometido para blindar el acero, y en especial que los intereses particulares de los países no aborten las decisiones necesarias. En caso contrario, el elefante acelerará, dejando tras de sí un gran rastro de óxido.
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