Catedrática emérita de Fundamentos de Análisis Económico de la Universidad de Alicante (UA) e investigadora del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie), Carmen Herrero (Madrid, 1948) es licenciada en Ciencias Matemáticas. Sin embargo, ha acabado dedicando toda su vida a la Economía y, en particular, a cuestiones relativas a la equidad, el sistema educativo y la salud. De por medio, una estancia en Oxford, donde asistió a clases de premios Nobel como Amartya Sen y James Mirrlees, y el Premio Jaume I en 2017, que la convirtió en la primera mujer en alcanzar este reconocimiento en la categoría de Economía.

Con un escenario como el actual, ¿la recesión es inevitable?

Hay que distinguir la recesión oficial, con una caída del PIB durante dos trimestres consecutivos, y la idea de estar en recesión basada en la percepción de que todo va mal. No sé si entraremos en esa recesión oficial en el primer trimestre de 2023 o cuándo, pero, dado cómo están las cosas, parece difícil que nos libremos, a no ser que haya un cambio sustancial. Tendría que acabar la guerra en Ucrania, por ejemplo. De todos modos, hay que ser positivos, porque es una recesión que no está provocada por un problema de la economía en su conjunto, sino por ‘shocks’ que tienen que ver básicamente con la guerra en Ucrania y los costes de la energía.

Inflación de dos dígitos, nueva subida de tipos, y la OCDE ha situado a España como el segundo país donde los salarios están experimentando mayor pérdida de poder adquisitivo. ¿Están las familias abocadas a ser cada vez más pobres?

El Gobierno está intentando llegar a consensos con relación a los salarios, como la subida del salario mínimo y subidas de salarios pactadas entre los empresarios y los sindicatos, y, aunque de momento parece que los empresarios están poco por la labor, el Gobierno está continuamente sacando adelante cosas que todo el mundo dice que no va a sacar. Por tanto, confío en que ciertos acuerdos se van a poder conseguir y que, aunque es verdad que las familias están perdiendo poder adquisitivo, no pierdan tanto como los más agoreros pueden predecir. Medidas como las de la renta básica han ayudado a que las familias más pobres lo pasen un poco menos mal, aunque el efecto es más fulminante entre las clases medias. 

¿Qué grandes acuerdos deberían ser una prioridad hoy por hoy?

Un pacto de rentas sería bastante bueno, y también sería importante que se llegaran a conseguir acuerdos entre los sindicatos y las empresas para el ajuste de los salarios. Las empresas no se pueden permitir que la gente deje de consumir, y es razonable llegar a acuerdos en torno a la subida de los salarios, aunque no lleguen al nivel de la inflación. 

Sin embargo, desde 2008 los hogares con rentas más bajas han ido empeorando su situación, mientras que la cifra de personas con un patrimonio declarado superior a los 700.000 euros sube. ¿Qué falla?

Hay una situación coyuntural de nuevo, y es que ha habido determinadas personas, y sobre todo los más ricos, que han podido aprovechar los huecos del mercado. Además, seguimos teniendo impuestos sobre las rentas altas muy bajos en comparación con otros países, y la redistribución no es lo suficientemente amplia. Un cambio en la fiscalidad es importante para poder extraer recursos que pueden ayudar a los más débiles.

¿Y es factible una reforma fiscal de calado en este país cuando se van encadenando los ciclos electorales?

En algún momento tendrá que haber una reforma, aunque nos haría falta una regulación europea más dura para que hubiera uniformidad fiscal. Los países escandinavos, por ejemplo, tienen una fiscalidad muy alta para las rentas altas y una redistribución enorme. Así como Europa armoniza determinadas políticas, la política fiscal no está uniformizada, y sería una de las vías para poder hacer una reforma fiscal en serio.

Llegó a decir que se trata a los alumnos de FP como aprendices subvencionados por el Estado...

Nos falta una Formación Profesional dual seria, que esté simultáneamente a cargo del sistema educativo y de las empresas. Las empresas deben formar a los trabajadores con el propósito de quedarse con ellos, no con el propósito de tener aprendices subvencionados por el Estado, porque, de lo contrario, entramos en una espiral muy peligrosa. Debe haber un compromiso real de las empresas en la formación a largo plazo.

¿Y cómo está la universidad?

En este país tenemos una cantidad de graduados universitarios enorme. Es como un reloj de arena: hay mucha gente con formación primaria, mucha gente con formación universitaria y muy poca gente con formación intermedia. ¿Qué es lo que pasa? Que existía la creencia de que, con tener un título universitario, se iba a tener la vida resuelta, pero esto ha pasado a la historia. Hay una cantidad enorme de universitarios subempleados para su cualificación, y eso es una fuente de frustración personal. Por otro lado, las universidades no están siendo lo suficientemente flexibles. Las universidades tienen un problema, que es la autonomía universitaria. A los rectores los elige el profesorado, y el profesorado se mueve por intereses privados. Los departamentos no quieren perder capacidad de expansión ni de control. También tenemos el problema del funcionariado: una vez que te nombran ya no hay quien te mueva, y tampoco hay muchos incentivos para estar continuamente renovándose. Por tanto, la adaptación de los currículums universitarios a las necesidades del mercado laboral está siendo muy lenta. A ello se une, en el inicio de la carrera universitaria, el papel que se ha dado a la investigación, y las agencias que hacen a los profesores jóvenes publicar, publicar y publicar, a veces sin mucho sentido.

¿Qué se puede hacer?

Las universidades también tendrían que tener esa implicación con las empresas. Asimismo, y a diferencia del resto de países europeos, en España, en lugar de tres años de grado y dos de máster, se optó por el esquema cuatro más uno, que es un desastre. Cuatro años no significa que aprendas más que con tres y, sin embargo, se ha perdido un año de máster, que es importante para la especialización.

Defiende que nos encontramos ante un cambio productivo muy similar al de la Revolución Industrial. ¿Por dónde pasa eso?

Lo que está pasando es que ya vivimos en un mundo invadido por lo digital. En estos momentos, la gente trabaja más en internet, sin necesidad de desplazarse a otro lugar, y vivimos conectados todo el día. Por otra parte, estamos entrando en un proceso de robotización importantísimo en las empresas, y eso significa que va a haber robots que van a sustituir a las personas en determinados trabajos. Además, otra cosa que ocurrirá es que las horas de trabajo van a disminuir. La jornada laboral de cuatro días está a la vuelta de la esquina. La gente tendrá que poder seguir subsistiendo con la cantidad de trabajo que haya, y habrá más oferta de ocio.

¿Cómo serán los trabajadores y trabajadoras del futuro?

Las competencias tendrán que cambiar, porque hay muchos trabajos que los harán los robots o se sustituirá trabajo por máquinas mediante la Inteligencia Artificial, y solo hará falta un supervisor, que será una persona con otro tipo de formación. Los trabajadores no cualificados van a tener muchas dificultades. Sin embargo, otro tipo de actividades, como el cuidado de las personas, puede ser una fuente de empleabilidad, pero deberán tener una mejor cualificación, porque se requerirán cuidados de calidad. Cuidados de baja calidad los podrá hacer un robot. El calor humano va a ser algo que tendrá valor de mercado, pero deberá ser un calor humano de calidad. 

En un escenario como éste, ¿qué puede pasar con las pensiones?

Hay un sistema de pensiones en el que las cotizaciones de los trabajadores de hoy son las que pagan las pensiones de hoy, que es el que tenemos en España. En este sentido, si no hay cambios, es imposible que el sistema de pensiones, tal y como está diseñado, sobreviva, por una cuestión demográfica. En otros sitios, sin embargo, lo que pasa es que las pensiones entran dentro de los gastos del Estado, aunque también se financian, al menos en parte, con las contribuciones de los trabajadores. Hay gente que está planteando que, si va a haber tantos robots, si no deberían cotizar, pero si las pensiones se financian con todo lo que el Estado recauda, no tiene por qué haber falta de sostenibilidad. Lo que tiene que hacer el Estado es recaudar más, y subir los impuestos.

¿Hay que topar el precio de los alimentos básicos?

En los alimentos hay un problema tremendo con la distribución, y quien se enriquece no es el productor, sino los intermediarios y los grandes distribuidores. Los grandes supermercados, además, tienen un poder prácticamente de monopolio, porque el tipo de vida que tenemos hace que se haya abandonado el comercio de proximidad. Estamos también menos acostumbrados a pensar los menús, a cocinar en casa... Y nos hemos acostumbrado a tener siempre de todo. Da igual si es invierno o verano, tenemos naranjas y melones. Quizás nos deberíamos reeducar como consumidores. Si se ponen topes a los precios o se rebaja el IVA, los que salen más beneficiados son los ricos, que podrán tener una cesta más variada. Soy más partidaria de no intervenir en los precios a no ser que sean realmente abusivos. No se está cumpliendo la ley, y los agricultores están vendiendo por debajo del coste porque les obligan las distribuidoras. Ahí sí se podría intervenir. 

¿Hay margen para el optimismo?

Siempre hay margen para el optimismo. Estamos en un momento muy complicado, pero hemos vivido momentos mucho peores. Ya no nos acordamos de cuando los tipos de interés estaban en el 18%, no teníamos los salarios de ahora, y sobrevivimos. Es verdad que la cesta de la compra era mucho más barata, pero se hacían albóndigas con la carne que sobraba. Gastamos mucho en productos que se han convertido en una necesidad, pero que no son de primera necesidad. Estamos en un momento de oportunidad para muchas cosas. La tecnología y la digitalización, si sabemos aprovechar la oportunidad, nos pueden ayudar a llevar una vida más sencilla, y más acorde con la sostenibilidad del planeta. Por principio, yo no compro nunca en grandes logísticas, por todo lo que se contamina para llevar la mayoría de veces estupideces a tu casa. No hace falta tenerlo todo ni tenerlo inmediatamente, y eso es algo que estamos enseñando a nuestros hijos y es horrible. Están entendiendo que cualquier cosa que se les pueda ocurrir tienen derecho a quererla y también a tenerla ya.