Ahora que nadie se acuerda de que La masa enfurecida era una cuenta satírica de Twitter, los chistes han cobrado forma y habitan entre nosotros. No han pasado tantos años en calendario analógico, pero en tiempo real es una barbaridad. La velocidad digital tiene estas cosas. No es exactamente como en el catorce, como en el treinta y cuatro, como en el diecinueve, como tanto empeño en ver repetirse la historia. Que sí, que lo hace, pero nunca es la misma. Ahora los cambios son cualitativos por lo cuantitativo, y en pleno turbocapitalismo las elecciones las pelean ejércitos de bot ucranianos y las pagan en Irán. Y después de los clics y de los fakes, en lo que estamos acabando el arranque de campaña es en las ensaladas de hostias. ¿Era esto? ¿De verdad? Cada vez más ir a votar se parece a buscar un piso en Airb'n'b. Y a la inversa, el votante es un perfil atrapado por un algoritmo. El mayor temor, a un lado y otro del espectro político, es ver esa hipermercantilización del electorado, marcas blancas, lazos grandes, palabras vacías. Es mucho pedir y mucho echarse atrás, pero a uno le gustaría aquello de Machado de que "el que no habla a un hombre, no habla al hombre, y el que no habla al hombre, no habla a nadie". De tú a tú. Lo contrario, también lo dejó escrito el poeta por mano de Mairena: "Mucho cuidado: a las masas no las salva nadie; en cambio, siempre se podrá disparar sobre ellas".