Decía la historiadora Margaret Macmillan en una entrevista en este periódico días atrás que le preocupan los líderes actuales "que como en 1914 piensan en la confrontación para resolver los problemas". Y eso que no debe haber reparado mucho en la política española y en la campaña electoral. Basta echar un vistazo para darse cuenta de que no hay nada más que crítica hueca y unos candidatos que han encontrado en el desprestigio al contrario la única forma de atraer al votante, al que irresponsablemente quieren arrancar el voto por la vía fácil de arengarle contra su adversario.
Difícil ante este panorama acudir a las urnas el próximo 28 de abril. Quizás muchos sepamos lo que queremos votar, pero no podemos por la sencilla razón de que no encontramos la papeleta adecuada. Ojo, no somos indecisos, porque puede que no lo hayamos tenido nunca tan claro. Sólo queremos que no se peleen por nosotros, sino que nos convenzan. Se buscan líderes sensatos, capaces de recordar a los ciudadanos sus deberes más allá de alegrarles los oídos citándoles constantemente sus derechos; que estén alejados de arengar a la masa y volcados en ganarse al individuo con la razón; y valientes para tomar decisiones necesarias y a la larga útiles pese a que en el momento duelan o no gusten a la mayoría. En definitiva, que traten a la gente como adultos, que no intenten continuamente arreglarles la vida y sí advertirles de que, aparte de derechos, los ciudadanos tienen deberes con su país.
