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Tu cerebro sabe a quién votar

Estudios neurocientíficos resaltan el papel vital de las emociones durante el proceso de toma de decisiones | Los candidatos apelan al votante dubitativo o desinformado por ser el más permeable

Por la izquierda, Casado, Iglesias, Sánchez y Rivera ultiman los preparativos antes del inicio del debate electoral del pasado martes. JUANJO MARTÍN / EFE

Los comicios del 28A asoman a la vuelta de la esquina tras un largo camino. La llegada de Sánchez a Moncloa vía moción de censura y el posterior adelanto electoral sumieron al país en un clima de precampaña permanente cuando todavía faltaban meses para votar. Luego llegó la campaña y con ella dos semanas de excesos en las que los candidatos están recorriendo España, visitando hasta tres provincias en una jornada, para apuntalar sus apoyos y convencer a los indecisos. Esta sobrecarga política alcanzó su clímax el lunes y el martes, con los dos debates consecutivos entre los principales aspirantes a presidir el Gobierno que coparon la actualidad informativa. Pero pese al bombardeo constante de propuestas al ciudadano y, sobre todo, de acusaciones al oponente, la neurociencia considera que el votante no basará su elección final en lo argumentado durante esas más de tres horas de fuego cruzado. De hecho, es probable que nuestro cerebro ya haya tomado esa decisión sin nosotros sospecharlo.

Es la tesis que defienden numerosos estudios sobre el proceso mental de una persona ante una toma de decisiones. Estos han descubierto cómo el cerebro en algunas ocasiones funciona de forma irracional y recurre a diferentes atajos. Especialmente cuando se plantea una decisión compleja como la que se presenta ante la nutrida oferta política que concurre el 28A. Durante la doble cita en los platós de RTVE y Atresmedia, Sánchez, Iglesias, Casado y Rivera se acusaron constantemente de faltar a la verdad. Emplearon diversas tácticas para trasladar su mensaje al electorado pero la sobreinformación y la dificultad del votante para discernir entre verdades, falacias y mentiras fue evidente.

Simplificar mensajes complejos. Ante este tipo de sobrecargas informativas, nuestro cerebro busca simplificar el proceso de elección. Como apunta Diego Redolar, profesor de Estudios de Ciencias de la Salud en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experto en la materia, lo hace de forma "automática y espontánea", basándose en la imagen que proyectan los diferentes líderes políticos. Redolar distingue dos fases en este proceso de toma de decisiones, la racional y la emocional. De esta última surgen las sensaciones automáticas, derivadas de la expresividad de la persona y de su fisonomía. Ante lo segundo "no hay mucho que hacer", dice el experto, pero la expresividad es vital.

"La expresividad emocional y la estructura del rostro son aspectos clave" en decisiones como esta, defiende, ya que pueden determinar el grado de confianza que se le atribuye a esa persona. La forma de la boca o de las cejas o la profundidad de las mejillas del aspirante pueden determinar el voto más que la posición del mismo con respecto a las pensiones o a la política exterior.

Evidentemente, Redolar apunta que esta capacidad de influir es especialmente relevante en el votante indeciso o en aquel menos informado. Aquellos con una carga ideológica más estable y clara y con más información no serán tan proclives a cambiar de opinión o dejarse guiar por la emoción. Por eso defiende que los dos debates no han movido apenas voto anteriormente asignado porque los candidatos se centran "explícitamente" en los indecisos y en los desinformados, sabedores de que la capacidad de persuasión sobre ellos es mayor.

El motivo para que la emoción se imponga a la razón, o al menos juegue con ventaja, es la velocidad de reacción. Las emociones nacen en la amígdala y son más rápidas que los razonamientos, gestados en la corteza prefrontal del cerebro y que necesitan de más tiempo para imponerse. Esto no quiere decir que la toma de decisiones esté exenta de argumentos, pero lo que tiende a condicionar la conducta humana es esa última emoción recibida que hace que el corazón lata más deprisa.

Marketing político. Lo mismo sucede a la hora de decidir el voto y los políticos lo saben, o "deberían saberlo", señala Ignacio Morgado, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona. "Quizá no conocen que la amígdala es el área más implicada en las emociones, pero sí que las emociones son muy poderosas e influyen en los votantes", asegura.

La teoría es puro marketing: crear un vínculo entre candidato o partido y votante a partir de la generación de una emoción en este último. Así, cuando el ciudadano piense en esa formación política, la vinculará con la emoción sobrevenida en primer lugar. Esa asociación es la que los expertos defienden que buscan los políticos y una posible razón de lo enconados de los discursos.

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