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Tiempo de justicia (XII)

El séptimo círculo

La violencia en el proceso contra el soberanismo

El séptimo círculo

Cuenta Dante Alighieri en la Divina Comedia que, al descender al infierno guiado por Virgilio, observó cómo los violentos pagan sus culpas en el Séptimo Círculo, que se encuentra dividido en tres sectores. En el primero penan los que en vida agredieron a otros, en el segundo los que se dañaron a sí mismos, mediante el suicidio o la prodigalidad, y en el tercero los que ofenden a Dios o a la naturaleza, incluidos los usureros. Tres formas distintas de expiación, para diferentes expresiones del fenómeno de la violencia. Cuando Dante escribió su obra, ya Santo Tomás de Aquino había enseñado que la violencia es toda fuerza externa que remueve una cosa de su propia inclinación (por ejemplo, una piedra lanzada al cielo) o determina a una persona a actuar -o a no hacerlo- contra su voluntad. Una definición que dota a la violencia de un significado que se resiste al reduccionismo de identificar la que se ejerce contra las personas con matar o herir.

En el juicio sobre el procés las acusaciones han presentado una abundante prueba testifical sobre la violencia que afirman que se ejerció durante los registros realizados con el fin de investigar los preparativos del referéndum ilegal y en el 1-O. Muchos han sido los policías y guardias civiles que han manifestado que sufrieron distintos tipos de agresión física, amenazas e insultos. Por su parte, las defensas niegan que la masa utilizara la violencia e intentan probar su aseveración con sus testigos. Uno de ellos, el político de la CUP David Fernández, calificó las agresiones como aisladas y accidentales, negando que estuvieran planificadas. Sin embargo, el mismo testigo relató la impartición sistemática a la población de cursos sobre técnicas de enfrentamiento con las fuerzas de la policía, con el fin de impedir la ejecución de las resoluciones judiciales. Las lecciones -sostuvo el testigo- versaron sobre la construcción de murallas humanas como medio de resistencia pasiva y no violenta, al servicio de la desobediencia civil. Un "servicio patriótico" para el que se llamó a filas y se reclutó a miles de ciudadanos, bajo la bandera estelada del independentismo, con el fin de ser colocados como ladrillos en las paredes en la que los agentes policiales se estrellarían o que habrían de quebrantar si cumplían con su deber.

También se ha desvelado en el juicio que la cúpula de los Mossos d'Escuadra alertaron a Puigdemont sobre el grave riesgo de violencia que la celebración del referéndum entrañaba y la respuesta dada por el ahora prófugo de la justicia: si se producía una tragedia declararía la independencia.

Todo ello sugiere que el ex President pensaba que, sucediera lo que sucediera, lograría su objetivo de ruptura constitucional. Si la policía no utilizaba la fuerza y el referéndum se celebraba ganaría el sí a la independencia, pues la mayoría constitucionalista no participaría en la farsa. Si la empleaba, habría enfrentamiento violento para ser reprochado a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y un hecho luctuoso -pronosticado como factible por la policía autonómica- propiciaría el nacimiento de una república catalana, entonces cimentada sobre la sangre derramada por algún independentista caído haciendo de ladrillo o lanzando adoquines. Pero, con profesionalidad, templanza y capacidad de sacrificio, la Policía Nacional y la Guardia Civil impidieron lo peor y no hubo martirio sacrificial. Explotaron los independentistas, eso sí, la patraña de la represión policial ante los medios de comunicación internacionales.

No sabemos cómo interpretará el Tribunal Supremo el requisito de la violencia para la aplicación o no del delito de rebelión, una vez que finalice el juicio y sea valorada la prueba. Sí podemos imaginar que, en la Divina Comedia, los golpistas, de no estar purgando su culpa como violentos en el río Flegetonte, bajo la vigilancia de los centauros, podrían ser situados en el noveno foso del Octavo Círculo, donde se confina a los que fomentan el cisma y la discordia civil o en el Noveno Círculo, como traidores a la Constitución. Pero no deambularían portando su propia cabeza como linterna, al igual que Dante encontró al cizañero Bertrán de Born: la perdieron hace tiempo.

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