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¿Es que nadie perdió?

Reflexiones al hilo del debate televisivo de los líderes nacionales de los grandes partidos

¿Es que nadie perdió?

Fue como un espectáculo de imagen y sonido que se repite, antes cada cuatro años y ahora cada seis meses, más o menos. Una reiteración que, pese a los encuestólogos, no logro aclarar de una vez si es culpa de los electores o de los elegidos. Tal vez se deba al agotamiento de los ciudadanos ante la mediocridad proponente, incapaz de excitar el interés a causa de la su oferta, y sus omisiones, poco sugestiva. El hecho es que la devaluación generalizada en la que nos movemos, no da para más. Y lo siento, como miles de españoles desconcertados ante lo que estamos viviendo y lo que nos espera. Es que hasta hace poco éste era un gran país y no sé, o sí lo sé, cómo lentamente, poco a poco, se fue deslizando por el borde la sima hasta asomarse al precipicio.

Acabamos de presenciar el último debate a cinco, que son multitud, y apenas se apagan las pantallas, aparece por todas las esquinas, como el gran resumen de lo dicho, la cansina pregunta recurrente de quién ganó el encuentro. Pienso que eso no es sustancial, porque no se trata de un concurso, de un pasapalabra, en el que alguien haya de recoger el botín. Porque esto no va de pregunta-respuesta, sino de propuestas para mejorar las condiciones de vida de los que acuden voto en mano con esa intención. Pero ese debate queda para la posterior opinión de los tertulianos de cada escaparate, que, fieles a su rigidez ideológica, suelen arrimar el ascua a la sardina de los suyos.

Sin embargo, no oí a nadie, en ese primer instante, preguntar quién había sido el perdedor, quién el que salió peor parado de la confrontación, aunque algunos bordearon esa posición con cierta prudencia. Cada cual defendió sus argumentos (¿), que ya conocemos de debates anteriores, y, en ese sentido, creo que empataron más o menos, por debajo del listón. Pero hubo sobre todas, un par de cuestiones fundamentales, por lo que nos jugamos, que quedaron en el aire sin respuesta. Un silencio que levantó demasiadas sospechas: "¿Va usted a gobernar con el apoyo de los separatistas y la abstención de Bildu, sí o no?" Y ante la reiteración de la pregunta, el presidente en funciones uno a uno, echó los balones fuera mientras pintarrajeaba despectivo el folio del atril. Y lo mismo, cuando le pidieron ante un mapa, que aclarara cuántas naciones hay en España. Por supuesto, fue un silencio clamoroso, como una afirmación muda, que acredita cuáles eran en aquel momento sus intenciones. Mala deriva para el país si se cumple la afirmación de tan explícito silencio.

Las pensiones, los salarios, la inmigración, la educación, la sanidad, la producción, el empleo, los autónomos, la economía, con la recesión en puertas, son cuestiones vitales para los españoles. Sin embargo, todo eso con ser esencial, repito, el grave problema de Cataluña y la solución federal de Iceta-Sánchez serían la puntilla para una nación de quinientos años, la más antigua de Europa. La violencia en aquella región, donde la mentira sobre la historia pasea impunemente por sus calles, amenaza la convivencia, la unidad y la economía. Y si llegara a producirse la ruptura, que me parece imposible por muchas razones, hablaríamos de otra cosa cuando nos refiriéramos a todas esas cuestiones fundamentales, porque la economía medio quebrada tendría que acomodarse a la nueva realidad, que poco tendría que ver con la de ahora. Y mientras, la rebelión en marcha con varios millones de rehenes hispano-catalanes dentro. Además, están los vascos agazapados a la cola, sin perder un solo detalle del pulso secesionista. Y después, sabe Dios? Ellos atrincherados en el gansterismo político y nosotros sumidos en la mediocridad, al borde de la piedra en la que tantas veces hemos tropezado.

Si esto es así, que en parte lo es, lo más probable es que perdamos todos.

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