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El único precedente: la repetición que libró al bipartidismo y castigó a Ciudadanos

Las elecciones de 2016 no penalizaron al ganador anterior ni clarificaron las mayorías de gobierno l En Asturias no se alteró el reparto de escaños

Los colegios electorales, listos para la cita del domingo

Los colegios electorales, listos para la cita del domingo

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Los colegios electorales, listos para la cita del domingo Marcos Palicio

Aquella otra vez que España se trabó y tuvo que volver a votar en seis meses el electorado no penalizó al ganador. Al revés. La única reincidencia electoral por incapacidad de sus políticos que ha conocido el país, la que llevó a los españoles ante las urnas en diciembre de 2015 y en junio de 2016, cambió poco en el resumen general de los resultados y nada en el reparto parcial de Asturias. Sobre todo, no garantizó mayorías de gobierno claras ni a derecha ni a izquierda. Si acaso, hizo más fuerte al que llegaba primero -aquel PP de Rajoy que había renunciado a presentarse a la investidura- y restó vigor al aspirante, un PSOE que venía de intentar sin éxito un acuerdo de gobierno alternativo, de presentarse a la presidencia y fracasar, pero que resistió la embestida de Podemos y subió su porcentaje de voto pese a perder escaños.

Fuera del bipartidismo clásico, que sumado experimentó un leve repunte, la reincidencia electoral contuvo el ascenso de Podemos y penalizó sobre todo a Ciudadanos, recién salido entonces de un acuerdo con los socialistas que no llegó a nada y que ilustra lo mucho que ha cambiado el cuento en los tres años y medio que separan aquella repetición electoral de ésta.

Esa connivencia de Rivera y Sánchez, que ahora se ve tan lejana, es una de las pruebas de que esto no es aquello, de que ha cambiado mucho la forma de moldear el desacuerdo, pero los cambios leves entre los resultados de las elecciones más pegadas en el tiempo de la historia democrática española pueden, a lo mejor, operar como un muy lejano indicio sobre el comportamiento colectivo de los electores ante la obligación insólita de volver a votar medio año después. En esta segunda vez compiten más o menos los mismos, con el único y significativo elemento corrector de la fuerza que las elecciones de abril y los sondeos de noviembre otorgan a Vox.

El reloj se le paró por primera vez a la política española a comienzos de 2016, justo después de la primera irrupción electoral de Podemos y Ciudadanos y de la quiebra de todas las tradiciones del bipartidismo. Formar ejecutivos estables había dejado de ser sencillo cuando Mariano Rajoy, el ganador de entonces, rehusó por primera vez concurrir a la investidura por falta de apoyos y el aspirante Sánchez la intentó sin éxito con Ciudadanos y sin Podemos. También fue el primer intento baldío de acceso a la presidencia en la historia de la joven democracia española. Después de tantas primeras veces, tal vez demasiadas, la abstención socialista que en 2016 dejó gobernar al PP en minoría y partió por la mitad al PSOE contribuyó a impedir unas terceras elecciones que tal vez puedan volver a enseñar los colmillos de su amenaza de aquí a unas semanas? Antes del terremoto socialista, la repetición no había aclarado el gobierno.

El caso es que el PSOE llega a las urnas de mañana partiendo de 123 diputados, curiosamente la misma "cifra maldita" que obtuvo el PP en 2015 y con la que buscó apoyos sin conseguirlos, con la que acabó llegando al mismo sitio que los socialistas ahora, a las elecciones repetidas por incapacidad colectiva para el consenso. De aquellos 123 escaños subieron los populares de Rajoy a 137, y del 28,7 por ciento de los votos al 33. El PSOE llegaba en su suelo electoral histórico -nunca había conseguido menos de aquellos 90 diputados-, igual que el PP ahora -66-, pero mientras los socialistas encontraron en la cita repetida un fondo más bajo -descendieron a 85, pese a elevar su porcentaje de votos-, las encuestas auguran ahora una notable mejoría para los populares.

Era cuando se hablaba del "sorpasso" de Podemos al PSOE, pero los 69 escaños de los morados en diciembre, sin coalición con IU, no pasaron de 71 en junio con todas las fuerzas sumadas y lo peor se lo llevó Ciudadanos, que en las postrimerías de su acuerdo estéril con los socialistas bajó de cuarenta a 32 en su reserva de diputados y casi un punto en su porcentaje de votos, una caída que por cierto pronostican también ahora casi todos los sondeos. Una conclusión es un leve pero cierto fortalecimiento del bipartidismo, que entonces venía de tocar fondo y ganó terreno con la repetición -de sumar 213 escaños en diciembre a 222 en junio-, y que ahora también vaticinan algunas encuestas. El PSOE resistió el embate de Podemos por la izquierda; por el centro-derecha, Ciudadanos perdió con el PP el pulso del voto útil. Los populares también llamaban entonces a concentrar el voto moderado.

En Asturias, aquellos seis meses cambiaron menos. Más bien casi nada, porque en aquel escenario con ocho diputados a repartir, uno más que ahora, el PP mantuvo sus tres, PSOE y Podemos conservaron sus dos y Ciudadanos se quedó con el restante. Sólo la formación naranja, eso sí, redujo su porcentaje de sufragios -del 13,5 por ciento de diciembre al 12,6 de junio- en una jornada marcada por la participación más menguada de la serie histórica. En Asturias, apenas votaron seis de cada diez llamados a hacerlo y nunca habían respondido a la llamada menos de aquel 61,1 por ciento; en el conjunto de la nación, el nuevo suelo de la movilización quedó fijado en un 66,48 por ciento tras un descenso de más de tres puntos. Del comportamiento de esta variable dependerá mucho de lo que ocurra mañana, sabiendo que un repunte viene de subirla en abril al 71,8 por ciento en España y al 65 en Asturias.

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