Hoy por hoy, el optimismo es una filosofía de vida para muchos. Decía el pensador y poeta Ralph Waldo Emerson que, “para mentes diferentes, el mismo mundo es el cielo o el infierno”. En otras palabras, que el vaso, según lo mires, puede estar medio lleno o medio vacío, y el ver la vida desde el prisma del buen rollo y la positividad reporta múltiples beneficios tanto para niños como para mayores. Creer que todo va a ir mejor en la vida es una actitud recomendable para conseguir todos los propósitos y hacer realidad los sueños, una actitud que puede inculcarse a los niños desde pequeños de diversas maneras como:

- Dando ejemplo, ya que la actitud es lo que realmente contará en este proceso de educación positiva.

- Ejercitando el buen humor con el niño o la niña, ya sea jugando o riendo con ellos con cosas tan sencillas como haciéndole cosquillas o contándole chistes. Este buen humor aumentará su autoestima.

- Enseñando al pequeño a dar las gracias por la comida de cada día, por tener una familia, por los amigos, por poder celebrar los cumpleaños, por los regalos que le trajeron los Reyes Magos, etcétera.

- Diciéndole que le quieres no sólo con palabras, sino también con gestos y sorpresas. Un niño que se siente querido tiene más probabilidad de ser optimista.

- Reconociéndole las buenas cosas que hace o que logra. Ésta es una buena manera de fortalecer el sentimiento de éxito en él.

- Enseñándole a luchar contra el desánimo y el negativismo. Aunque todo parezca que no puede ser, es necesario creer que sí.

Los psicólogos no se cansan de afirmar que los niños con más voluntad y autonomía son más optimistas, y lo manifiestan con sus palabras, gestos y actitudes. Además, su mayor seguridad los hace más empáticos y generosos con los más débiles.

Es obvio que el optimismo genera beneficios y previene problemas la vida de los niños. Un niño optimista será con total seguridad menos inseguro, controlará sus expectativas, evitará la apatía y el aburrimiento, no caerá en la desesperación por cualquier cosa, tendrá menos posibilidad de sufrir de ansiedad o depresión ante las dificultades y será más relajado y tranquilo, así como entusiasta y emprendedor en sus actividades.

Aunque nadie se atreve a afirmar si el optimista nace o se hace, los psicólogos coinciden en que es una actitud que se puede fomentar desde la infancia. Pero algo que puede parecer sencillo en la teoría, en la vida real no lo es tanto, sobre todo cuando el presente se ha convertido en sinónimo de incertidumbre: en España, por ejemplo, la precariedad laboral ha aumentado significativamente en los últimos años, los precios han subido y los bajos salarios impiden a los jóvenes el acceso a la vivienda. Por no hablar de los grandes desafíos a nivel global como el cambio climático o el auge de partidos xenófobos.

Aunque los problemas no van a desaparecer, la forma en la que se afronten hará que uno se quede estancado o que, por el contrario, pueda avanzar adaptándose a las circunstancias o luchando contra ellas. Lo fundamental para hacerlo es la paciencia y no pensar que todo se va a resolver ya.

Uno de los principales retos a la hora de educar en el optimismo a los más pequeños es enseñar que el fracaso es algo que forma parte del día a día, que no siempre las cosas salen bien -se pierde en un juego, se suspende un examen, etcétera-, pero no por ello debe dejar de intentarse hacer algo. Algunos expertos señalan que el error que cometen algunos padres está en utilizar el chantaje -“si haces esto, te compro tal cosa”- y en no dedicar el tiempo suficiente a los más pequeños. A pesar de las largas jornadas laborales, es necesario que encuentren momentos para cosas tan simples como el juego, una excelente forma de enseñar a los niños a poner las cosas en perspectiva: a veces se gana y otras se pierde.

También es importante ayudarles a trabajar la seguridad en sí mismos porque la motivación sólo aparece con la autoconfianza, diciéndoles que se les apoya y que se está con ellos, con independencia de cómo les salgan las cosas. Esto no implica que no se deba ser exigente. Al contrario, es bueno poner normas y límites, pero no debe confundirse con ser estrictos, como los casos de familias que impiden a sus hijos decidir sobre su futuro, ya que coartar la libertad de los niños puede hacerlos más pesimistas.

Si la autoconfianza es fundamental para desarrollar una mente optimista, todo aquello que la merme puede suponer un problema. Un ejemplo son las redes sociales, sobre todo Instagram. Distintos estudios la señalan como la peor red para la salud mental de los adolescentes: puede derivar en depresión, en trastornos del sueño, en una autopercepción negativa de la imagen propia y en episodios de tristeza profunda. Según los psicólogos, es una herramienta donde todo lo que se muestra es fantástico siempre y el pesimismo está muy relacionado con no poder ser perfecto. Según cuentan, no se trata de prohibirlo, sino de que cada familia valore la influencia del uso de internet en sus hijos, pero sin caer en la sobreprotección, ya que puede generar miedos y conflictos.