Las cifras son alarmantes y llaman a la reflexión. Más de la mitad de los niños españoles ha sufrido algún tipo de violencia o humillación en el colegio, la mayoría burlas, rumores o golpes, y casi uno de cada cuatro admite haber participado en algún acto de violencia o humillación hacia otros compañeros. Además, datos recientes del Ministerio de Educación revelan que se han detectado 5.557 posibles casos de acoso escolar en un año, de los que siete de cada diez (73%) llevaban produciéndose durante meses o años, y la mitad (54%) prácticamente a diario (datos recabados a través del Teléfono contra el Acoso Escolar del Ministerio, el 900 018 018). El dato supone un descenso a casi la mitad respecto al mismo período del año anterior, cuando se atendieron 25.366 llamadas. El Ministerio achaca esta bajada a que varias comunidades autónomas pusieron en marcha sus propios teléfonos contra el acoso

Desde 2013 cada 2 de mayo se celebra el “Día mundial contra el acoso escolar” y estos datos del estudio “Percepciones y vivencias del acoso escolar y el ciberacoso entre la población española de 10 a 17 años”, publicado el pasado año por Save the Children, demuestran que los del bullying no son casos aislados ni un problema educativo residual. Se trata de un problema global que afecta a todos -familias, profesores y alumnos-, pero que en muchas ocasiones no se percibe como tal, a pesar de que sus consecuencias pueden ser graves y permanentes. Esto es debido, según algunos psicólogos, a que aún existen falsas creencias que restan importancia a sus consecuencias y que impiden un abordamiento rápido y eficaz del problema. Algunas de estas son, por ejemplo, que sólo se trata de bullying si existe violencia o agresiones físicas. Esto no es así. El acoso escolar también puede ser verbal (insultos, desprecios...) o relacional (“A ti no te invito a mi cumpleaños y al resto sí”, “Tú no te sientas con nosotros”) y su objetivo es el aislamiento social. El acoso con violencia es más común en los varones. Según el informe de Save the Children, el 30% de los niños admite que le han pegado, respecto al 14% de las niñas. En cuanto a las edades, las agresiones se dan más en niños y niñas de 10 a 12 años (un 31%) y van desapareciendo con la edad: un 22% de los chicos y chicas de 13 a 15 años y un 10% de 16 a 17 años dice haber sufrido agresiones físicas. El bullying sin violencia física suele ser más difícil de detectar porque es más sutil y sobre todo los adolescentes llegan incluso a no considerarlo acoso, en parte por estas falsas creencias que todavía están muy extendidas en la sociedad.

Otra de ellas es la de quitarle importancia porque “siempre ha existido” o “son cosas de niños”. Ni son cosas de niños ni hay que aceptarlo, restarle importancia o pensar que desaparecerá si se deja pasar, ya que eso sólo esconde un problema real que debe abordarse correcta y urgentemente, ya que se trata de un problema gravísimo que puede llevar incluso al suicidio de la víctima. En España, tal y como registran los datos del INE -Instituto Nacional de Estadística- de 2017, el suicidio es la tercera causa de muerte juvenil.

La tercera falsa creencia es que hace a quienes la sufren más fuertes. Todo lo contrario. La mayoría de los niños, niñas y adolescentes son fuertes y resilientes, es decir, consiguen superar la experiencia. Pero en muchas ocasiones la víctima acaba experimentando estrés crónico y se vuelve cada vez más débil y vulnerable, no sólo en esta fase infantil o juvenil. Diversas investigaciones científicas han demostrado que los niños que sufrieron acoso escolar son más proclives a seguir siendo víctimas en su etapa adulta -violencia de pareja, agresiones, etcétera-. Además, deja secuelas en la edad adulta como la depresión o la ansiedad social.

Para algunos, el ciberacoso no es bullying. Otro error, ya que el acoso por internet puede tener las mismas consecuencias psicológicas o incluso más graves. Y eso que en España uno de cada cuatro casos de bullying se produce por medio de dispositivos tecnológicos, según la OMS, ocupando el séptimo lugar en la clasificación de países con mayor ciberbullying en niños de 13 años. Además, en el caso del ciberacoso, los testigos o los agresores pueden llegar a ser miles. Un tuit o un comentario en Facebook que se repite por cientos de usuarios multiplica el número de agresores y las probabilidades de causar un daño a la víctima. Tanto es así que, en el caso del ciberbullying, el impacto del suicidio es todavía mayor que en el acoso escolar tradicional. Las cibervíctimas tienen tres veces más riesgo de tener ideas suicidas, según el estudio “Relación entre la victimización entre iguales, el ciberacoso y el suicidio en niños y adolescentes”, publicado en Jama Pediatrics, revista médica de la Asociación Médica Americana.

Otra de las múltiples falsas creencias es la de que los niños siempre avisan si sufren un acoso grave. Está comprobado que en muchísimos casos prima “la ley del silencio”. Las víctimas se van hundiendo, se sienten cada vez más aisladas y llegan a creer que ni sus familiares pueden ayudarlas. Además, temen que el acoso se recrudezca al ser tachadas de chivatas. Los niños más mayores también pueden callar para no preocupar a sus padres. Asimismo, muchos creen que lo mejor es que lo solucionen entre los menores, y no es cierto que sea mejor mantenerse al margen. Los adultos han de intervenir y dar herramientas tanto al acosador como a la víctima y a los testigos, figuras clave tanto para perpetuar el bullying como para eliminarlo. El acoso y el aislamiento no existen si no hay espectadores que los toleran. Son ellos los que deben intervenir afeando la conducta o advirtiendo, pero para que esto ocurra los adultos primero tienen que dar ejemplo a los niños interviniendo cuando ven situaciones de insultos o vejaciones. Y además deben tomar las medidas necesarias para atajar el problema cuando ya existe.

Por último, resaltar que, aunque padres y profesores suelen tener dificultades para advertir el ciberbullying, cuando se trata de acoso tradicional, los profesores pueden darse cuenta con relativa facilidad, al menos de que algo en el grupo no funciona bien. Por su parte, los padres deben estar atentos a síntomas como bajada de rendimiento escolar, cambios de comportamiento, miedo de ir a clase... y ser muy accesibles emocionalmente con sus hijos e hijas, no avasallando a preguntas, pero sí dejando muy claro que están ahí dispuestos a escucharles, pase lo que pase, sin juzgarlos ni castigarlos, y, en caso necesario, buscar apoyo en el centro escolar o en profesionales de la psicología.