La educación es la base para una sociedad justa, igualitaria y autosuficiente. La educación aumenta la productividad de las personas y como consecuencia, el potencial de crecimiento económico. Hace que las personas trabajen en lo que les guste y en lo que son buenos, e influye directamente en la felicidad de las personas. Porque una persona realizada es una persona feliz. Por eso la educación ayuda a erradicar la pobreza y el hambre, contribuye a mejorar la salud, promueve la igualdad de género y puede reducir la desigualdad. En definitiva hace sociedades mejores.

Bajo el lema "El aprendizaje para los pueblos, el planeta, la prosperidad y la paz", el pasado 24 de enero se celebró la segunda edición del Día Internacional de la Educación, una jornada que estableció la Asamblea General de las Naciones Unidas para destacar el papel de la educación a la hora de promover la paz y el desarrollo de las sociedades.

La educación proporciona recursos a las personas para que sean independientes y puedan labrarse un futuro, hace que sean más sensibles a las injusticias que sufren los demás y más conscientes sobre la emergencia climática que vive el planeta. Al mismo tiempo, garantizar el acceso a una educación de calidad permitiría conseguir la igualdad de género y romper el ciclo de pobreza que afecta a millones de personas. Por ello, la educación es un derecho reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas para el año 2030.

A pesar de su importancia para el futuro, aún queda mucho trabajo para conseguir que la educación sea un derecho garantizado para todos los niños y niñas.

La Organización de las Naciones Unidas para Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha analizado la situación educativa en el mundo. Según sus datos, los niños y adolescentes en países en vías de desarrollo siguen siendo los más afectados por la desigualdad. En estos, menos de la mitad de los niños más pobres han completado la educación primaria. La pobreza también afecta a los estudios de secundaria, puesto que entre los jóvenes con menos recursos, solo uno de cada cuatro acaba el primer ciclo de secundaria y uno de cada diez, el superior.

La situación es aún peor para los niños y adolescentes en zonas rurales y, sobre todo, para las niñas y chicas de los países más pobres.

Un nuevo reto: la educación de niños y jóvenes migrantes

Según las Naciones Unidas, en todo el mundo hay más de 260 millones de niños y adolescentes que no van a la escuela, de los cuales 4 millones son refugiados que se han visto obligados a abandonar los estudios por culpa de conflictos.

El Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo (GEM) se centra precisamente en la situación de estos niños y destaca que, de los más de 70 millones de personas forzadas a desplazarse en 2019, la mitad eran menores de 18 años.

A pesar de ello, el Informe GEM lamenta que estos jóvenes tienen un acceso limitado a la educación: en sus países de acogida faltan recursos materiales y profesores, y la mayoría de jóvenes migrantes da clase en escuelas separadas, lo que dificulta la inclusión en el nuevo país. En estos casos, la educación va mucho más allá del conocimiento y se convierte en una herramienta de inclusión y cohesión: las clases que reúnen a estudiantes de diferentes países y orígenes son un ejemplo de diversidad y permiten aprender de otras culturas.