José Montilla le está causando un serio quebradero de cabeza a Rodríguez Zapatero al abanderar las exigencias del Parlament catalán para que se renueve inmediatamente el Tribunal Constitucional y este se inhiba de dictar sentencia en los recursos contra el Estatut. Pero, a cambio del enfado de sus compañeros de Madrid, Montilla no está consiguiendo ser el líder del momento en Cataluña. La verdad es que se ha metido en un buen lío, y a lo más que puede aspirar es a que los daños sean los menores, así en las elecciones catalanas del presente año como en las generales de 2012.

Montilla nunca ha querido pasar por nacionalista. Su refugio conceptual, y el de su partido, es el término «catalanista», lo bastante ambiguo para comprometer a poco. Pero entre lo poco a que compromete es a no aparecer como «españolista». Lo dijo hace unos días: él se considera «catalanista en Cataluña, federalista en España y europeísta en Europa». Y es que, en Cataluña, «españolista» puede entenderse como nacionalista español a la vieja usanza centralista; lo de «federalista», en cambio, abre el camino a ideas como la «nación de naciones», defendida en su momento por Pasqual Maragall. La política catalana admite el uso del sustantivo y el adjetivo «nación» y «nacional» tanto para referirse a Cataluña como a España, y los órganos de gobierno del PSC siempre se han adjetivado como «nacionales» sin que ello sea sinónimo de abrazar doctrinas nacionalistas.

No hay que ser nacionalista para salir en defensa de un Estatut votado primero por el PSC en Cataluña, luego por el PSOE en las Cortes y finalmente por los ciudadanos en referéndum. La posibilidad de un serio recorte de competencias y recursos no disgusta sólo a los nacionalistas, sino a casi todas las gradaciones de autonomistas; sólo quedan fuera los seguidores del PP que, resultados en mano, son minoritarios en Cataluña. Montilla, por tanto, difícilmente puede hacer otra cosa que defender la integridad de la ley.

Pero, al mismo tiempo, quiere evitar el enfrentamiento con los socialistas españoles y, por ello, su posición oficial es la de considerar que el PSOE puede ser convencido para que secunde la resolución del Parlamento catalán. Lo malo es que casi nadie cree que ello sea posible, excepto al precio de rebajar planteamientos.

Como presidente, Montilla no tiene mucho margen de maniobra, pero ello no obsta para que todo lo que sea entrar en una dinámica de defensa de lo catalán frente el centralismo español será abonar el terreno a los nacionalistas, porque eso es lo suyo.

Montilla no va a ganar las próximas elecciones. Ya no gano las anteriores, y gobierna gracias al pacto con independentistas y ecosocialistas. Pero va a empeorar sus resultados, por varios motivos. Uno es la crisis económica, que penaliza a quien manda. Otro, continúa sin conseguir movilizar para las autonómicas un voto socialista que sólo se expresa en las generales, porque la política catalana no lo motiva. Y aunque salga en defensa del Estatut, los nacionalistas no le consideran de los suyos; al contrario, ante el previsible recorte estatutario están cerrando filas en torno a su líder, Artur Mas, cada vez más fuerte y más cerca de la victoria.

Montilla tiene un problema. Y Zapatero, otro: si echó a Maragall por meter demasiada bulla con el asunto del Estatut, y lo sustituyó por Montilla, ¿que va hacer ahora que Montilla va por un camino parecido, aunque sea con otro paso y estilo?