Oviedo, Luis MUÑIZ

El histórico dirigente comunista Santiago Carrillo, secretario general del PCE de 1960 a 1982 y uno de los artífices de la Transición española, murió hacia las cinco de la tarde de ayer en su piso de Madrid, a los 97 años, mientras dormía la siesta. Nacido en Gijón en 1915, Carrillo mantenía una muy intensa relación con Asturias, como lo prueban no sólo sus recuerdos de infancia, sus visitas al Principado o su seguimiento de los avatares del Sporting, sino también el hecho de que, por expreso deseo suyo, sus cenizas serán esparcidas en el Cantábrico.

Serán sus hijos Santiago, el mayor, y José, rector de la Universidad Complutense de Madrid, los que se encargarán de cumplir el último deseo de su padre: ser incinerado y que sus restos sean aventados frente a su natal Gijón. La incineración será mañana en el cementerio madrileño de La Almudena.

Los hijos de Carrillo explicaron a los muchos periodistas que ayer se congregaban a las puertas del domicilio familiar que su padre permaneció «lúcido hasta el último momento». Tanto, que todavía el lunes comentaba con uno de ellos la noticia del día: la dimisión de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.

«Se ha apagado sin enterarse», dijo Santiago Carrillo hijo. La viuda, Carmen Menéndez, está «entera», pero sumida en el dolor.

La capilla ardiente del histórico comunista estará abierta entre las nueve de la mañana y las nueve de la noche de hoy en el auditorio «Marcelino Camacho» de la sede madrileña de CC OO, cerca del Congreso de los Diputados, en el que Carrillo se sentó entre 1977 y 1986. Será en el mismo auditorio donde se instaló, en octubre de 2010, la capilla ardiente de otro histórico, el secretario general de ese sindicato, Marcelino Camacho.

Pero antes de que el féretro con los restos mortales del ex secretario general del PCE fuese trasladado a la sede de Comisiones, pasaron por el domicilio del fallecido algunos destacados dirigentes políticos e, incluso, los Reyes.

El Monarca ya había telefoneado a la familia para dar el pésame, pero a las ocho y media de la tarde él y la Reina acudieron al domicilio para expresar en persona sus condolencias, un gesto que la viuda y los hijos de la pareja consideraron «todo un detalle». No en vano Carrillo fue siempre capaz de compatibilizar su republicanismo con la admiración por el Rey, con quien mantenía una relación excelente.

Quizá en atención a ese estrecho vínculo, don Juan Carlos hizo hasta unas breves declaraciones a la prensa subrayando que Carrillo fue «una persona fundamental en la Transición».

El mismo comentario fue repetido ayer hasta la saciedad por políticos de muy distinto signo. Así, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, calificó a Carrillo de «referente» para la política española por su papel en la Transición. Casi idénticas fueron las palabras del líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, quien, en referencia a ese período de la reciente historia de España, dijo que uno de los papeles «clave» lo interpretó «sin duda» el veterano líder comunista.

Adolfo Suárez Illana, hijo del ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez, elevó a trascendente el rol de Carrillo durante la Transición, una etapa en la que aseguró que el fallecido «se jugó muchas cosas» y «apoyó un proceso en el que pocos creían y al que todos hoy elogian».

Entre las frases más célebres del finado figura precisamente una sobre el ex presidente Suárez, quien, a su juicio, era un político y un hombre «de izquierda». Y es que Carrillo, además de fumador empedernido, fue persona con un agudo sentido del humor. O que protagonizó gestos que hoy parecen humorísticos. Uno de ellos, y de los más conocidos de su larga trayectoria política, fue «el de la peluca».

Eran ya los últimos estertores del régimen, después de la muerte del dictador, y para presionar y conseguir la legalización de PCE, a Carrillo no se le ocurrió mejor cosa que convocar una rueda de prensa en la capital de España. Fue el 10 de diciembre de 1976. El día 22 de ese mismo mes fue detenido. Y con la famosa peluca.

Hijo de un militante del PSOE y de UGT, Wenceslao Carrillo Alonso-Forjador, Carrillo nació en Gijón el 18 de enero de 1915, aunque pronto dejó la ciudad en compañía de su familia. En mayo de 2008, el histórico dirigente comunista contó a LA NUEVA ESPAÑA, casi lamentándose, que dejó Gijón «muy pronto».

Tenía 5 años. «Mi familia se trasladó a Avilés, y, después, a Madrid. Pero a Gijón volví todos los veranos mientras vivíamos en Madrid con motivo de las vacaciones escolares. Vivía con mis abuelos dos meses». Fue un período del que, decía entonces, conservaba «muy vivos recuerdos».

En julio de 1936 se afilió al PCE y, a pesar de su juventud, tuvo un papel destacado en la vida política de Madrid tras el golpe de Estado de 18 de julio de 1936, al convertirse, desde el 6 de noviembre de ese mismo año, en delegado de Orden Público y miembro de la Junta de Defensa de Madrid, lo que le valió ser responsabilizado, en mayor o menor medida, de las matanzas de Paracuellos (Madrid) del 7 y el 8 de ese mes. Entre 2.396 y 5.000 presos, civiles y militares fueron fusilados y sus cuerpos enterrados en fosas comunes.

Aunque Carrillo siempre defendió que fue obra de descontrolados, existe cierto consenso acerca de que el dirigente comunista, en su calidad de delegado de Orden Público, difícilmente pudo haber ignorado, al menos desde el 7 de noviembre, que las matanzas estaban teniendo lugar, sin hacer nada por evitarlo. Un grupo de autores, encabezado por César Vidal, va más allá y le responsabiliza directamente de la organización y ejecución de las matanzas -acusación heredada del franquismo-, sin que las pruebas esgrimidas sean consideradas concluyentes por otros autores como Ian Gibson o Ángel Viñas.

En febrero de 1939 cruzó la frontera francesa y comenzó un exilio de 38 años, que le llevó a vivir en la Unión Soviética, Rumanía, Estados Unidos, Argentina, México y Argelia, hasta que fijó su residencia en París.

Fue el «delfín» de Dolores Ibárruri, «Pasionaria» desde 1946. En el VI Congreso del PCE (1960), en el que ésta fue elegida presidenta, Carrillo fue nombrado secretario general, cargo que ocupó hasta 1982. La vinculación entre ambos no fue sólo ideológica, ya que la Pasionaria fue elegida diputada por el PCE tanto antes como después de la Guerra Civil. Tras la muerte de Franco usó distintas fórmulas de presión para conseguir la legalización de los comunistas españoles, pero no vio su sueño cumplido hasta la Semana Santa de 1977.

Salió elegido diputado en los primeros comicios democráticos tras la muerte del dictador, en junio de 1977, y participó activamente en los llamados «Pactos de la Moncloa».

También vivió el intento golpe de Estado del 23-F y fue uno de los tres únicos políticos, junto al presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y al vicepresidente, general Manuel Gutiérrez Mellado, que permaneció en su escaño, desobedeciendo las órdenes del golpista Tejero.

En 1985 se separó definitivamente del PCE por discrepancias con quien fue su sucesor en la secretaría general, el mierense Gerardo Iglesias, y creó una nueva formación política, Partido de los Trabajadores-Unidad Comunista, con el que acudió a las elecciones de 1986, aunque no obtuvo escaño.