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Monedero, ideólogo emancipado

El abismo entre pensamiento y acción en el seno de Podemos

Monedero, ideólogo emancipado

El vértigo con que se suceden los acontecimientos en Podemos amenaza con reducir a una burbuja demoscópica lo que hace apenas dos meses se presentaba como la gran innovación política española. La estrategia de conservar intactas a toda costa sus enormes expectativas de voto hasta la contienda electoral del otoño, que comenzó a resquebrajarse con la alteración del calendario por la anticipación de las elecciones andaluzas, fracasa en todos los frentes, ahora también en el interno con la salida de Monedero de la dirección. Queman etapas de forma tan acelerada que las rupturas se han anticipado al asalto a los cielos, ese momento en que el poder sirve de pegamento cohesionador que atenúa toda diferencia.

Monedero pasa de ser el miembro de la dirección de Podemos más desgastado por su presunto barcenazgo con fondos venezolanos a convertirse en un hombre ligero de equipaje, cara visible de los descontentos con el sesgo que toma la organización desde que los círculos engendraron una pirámide. En su condición de ideólogo mayor, él afrontaba en la vertiente programática el reto de transformar lo que en origen es un movimiento, en el que los principios sustituyen a las propuestas, en un partido, cuya acción requiere la concreción de una oferta electoral. Ese es un proceso que propicia tensiones entre quienes, como Monedero, defienden un nítido perfil de izquierda populista y los estrategas que optan por una inconcreción que ayude a no espantar la intención de los votantes. Pero en ese abandono operan también los efectos de la distancia entre la idea y su ejecución, una escisión que Hanna Arendt -cuya reflexión conserva toda su potencia y lucidez pese a lo mucho que el mundo ha cambiado en medio siglo- detecta ya en la democracia más primigenia. "En las postrimerías de la época de Pericles, los hombres de acción y los hombres de pensamiento se separaron, y el pensamiento comenzó a emanciparse de la realidad, y especialmente de la realidad y experiencia políticas", escribió la discípula del infame Heidegger. Salvar el "abismo" entre idea y acción es, para Arendt, "la gran esperanza de los tiempos y de las revoluciones modernas". En ello estaba Monedero hasta que su amigo Pablo empezó a buscar que lo quiera la casta coronada, sugiriendo una invitación a cenar en la Zarzuela seguida de unos capítulos de "Juego de tronos".

Este prematuro quiebro de Podemos servirá de alivio a quienes hasta ahora sientan la urgencia de un cambio de la forma de estar en política sólo por la presión de ese movimiento efervescente cuya espuma comienza a menguar. La salida del ideólogo mayor supone un fracaso en el intento de articular el poder de una manera distinta a la de los partidos clásicos. Pero lo que nadie puede ignorar es que el éxito inicial, e inesperado, de quienes ahora viven sus horas más bajas desde las elecciones europeas de hace casi un año consistió en conectar con la creciente exigencia social de un poder, y no sólo político, libre de la contundencia con la que en estos años se ha aplastado a los sectores sociales más débiles y a los algo pudientes. Romper con esa rudeza en la acción y progresar en la idea de que todavía resulta posible innovar en democracia, una forma de organización social basada en la persuasión y el mejor hallazgo de la humanidad en los últimos 2.500 años, es un desafío que sólo puede afrontarse con el ánimo beckettiano de "fracasa otra vez, fracasa mejor".

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