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En la galaxia del derecho a decidir

El independentismo ya da por buena la cifra de un millón de votantes, la mitad que el 9-N Más de 160 colegios ocupados debían ser desalojados por los Mossos esta madrugada

Ocupantes del colegio barcelonés Miquel Tarradell. EFE

La escola Univers, en el barrio de Gracia, se preparaba ayer para el momento "caliente": la hora fijada por los Mossos d'Esquadra para desalojar todos los colegios de Cataluña ocupados desde el viernes por padres y madres -en muchos casos con sus hijos- a fin de lograr que hoy puedan convertirse en puntos de votación. De los 1.300 centros educativos inspeccionados hasta ahora por la Policía autonómica, 163 alojan brigadas de "resistencia pacífica" que ya se veían haciendo "sentadas" de madrugada para frustrar el cumplimiento de la orden judicial que conmina a los Mossos a expulsarles.

De la actuación de los agentes depende que el 1-O termine en éxito o en fracaso. Y las cosas han debido ponerse muy crudas en las últimas horas para los promotores de la consulta ilegal, porque la Asamblea Nacional Catalana (ANC) da ya por buena la cifra de un millón de participantes. "Un éxito desbordante", según su presidente, Jordi Sánchez.

Lo sería, sin duda, si se tienen en cuenta los duros golpes asestados por los jueces a la logística del referéndum, suspendido por el Tribunal Constitucional (TC). Pero teniendo en cuenta que, además, hoy lloverá en gran parte de Cataluña, el cálculo de Sánchez aún puede quedarse corto. Una participación de un millón de votantes en el 1-O significa no alcanzar siquiera la mitad de los que acudieron a las urnas el 9-N (2,3 millones) y transformar en sufragios menos de la quinta parte del censo del referéndum (5,3).

Gracia, barrio de arraigada vocación activista, punto de encuentro de independentistas, anarquistas y okupas, hervía ayer de ilusión, con pintadas que decían: "Sonríe, mañana votaremos", "esteladas" por doquier y un aire festivo, como previo a la consecución de algún logro importante que se da por seguro.

No cundía el desánimo, pero había mucha expectación entre quienes, independentistas de antiguo o incorporados a sus huestes en estos años de pugna con Rajoy, conforman la galaxia del derecho a decidir. Galaxia porque es un conjunto de personas e ideas que han confluido en el objetivo de lograr la independencia, pero galaxia, también, y remota, porque se han instalado en una órbita que el resto de los españoles no alcanza a ver ni con los telescopios más potentes.

Al otro lado, un fervor españolista en crecimiento, no se sabe si puramente coyuntural, que cuelga banderas nacionales en los balcones -algo excepcional por estas tierras- y que ayer concentró a miles de personas en una manifestación en la Plaza Sant Jaume que acabó con varios intentos de arrancar la pancarta que pide "más democracia" en la fachada del Ayuntamiento. No es que sean muchos, pero hasta ahora no eran ni visibles.

Un antagonismo así entre catalanes no hace presagiar nada bueno para la jornada de hoy, pese a que los Mossos no podrán usar ni la porra en los desalojos de los colegios ni en el operativo para frustrar la votación. Pero todos los que hablan desde el bando del "sí" no temen que ocurra nada demasiado grave.

"Será una gran concentración pacífica de personas que quieren expresar su opinión", dice Cori Llaveria, de 50 años, hija de un catalán y una gallega". Y se imagina "mucha gente en la calle, actividades, familias, reivindicando la libertad de expresión".

"Una gran exhibición de una sociedad pacífica, democrática, que quiere manifestar su voluntad delante de las urnas, y a quien los cuerpos de seguridad pretenden impedírselo por mandato de un Gobierno que parece sordo, ciego y mudo", se queja Silvia Isis Gard.

Para María José Torrente, "será una jornada histórica para todos, un día donde la democracia se manifieste y las personas que vivimos en Cataluña podamos ejercer nuestro derecho a expresarnos de manera pacífica; como hemos hechos siempre, sin altercados y con la esperanza de ser escuchados".

La visión desde el otro lado, acostumbrado a callar o a ser callado por la presión del "rebaño", como dice Luis Mallo, de 58 años, es muy distinta. Mallo cree que hoy "se montará una charanga, y después negociarán más privilegios para seguir aumentando las desigualdades, porque esto no es una idea de los trabajadores".

Ángel Suárez, de 39, espera que no suceda "nada demasiado grave". A él le preocupa "mucho más el lunes, o cómo vamos a salir de esta todos, porque sospecho que va a dejar secuelas permanentes". María (prefiere no dar al apellido) confiesa que no tiene "ni idea". Con todo, espera que "nadie pierda la cordura y el poco 'seny' que queda... que todas las personas respeten unos mínimos, como hasta ahora. El contexto, eso sí, es de expectación".

Ninguna de estas personas va a ir a votar, aunque algunos, por curiosidad, interés informativo o puro morbo, intentarán comprobar si las "colas gigantes" que la ANC ha llamado a formar ante los centros de votación se materializan o quedan disueltas bajo la lluvia.

Con todo, cuando se visita una escuela ocupada por padres para preservar el voto, o se entra en el claustro de la Universidad Central, "tomado" desde hace días por los estudiantes, cuesta creer que esta gente que se lleva a sus hijos a ejercer la "resistencia pacífica", o reparte papeletas e información sobre la consulta con exquisita sonrisa, no lograrán, antes o después, su objetivo.

Pero la sobreabundancia de mensajes por el "sí", las pancartas de "Catalonia wants to vote" y "Votarem" y toda la memorabilia creada ad hoc por las entidades soberanistas (pegatinas, cartelitos, chapas) hacen que uno acabe teniendo la impresión de que les está ayudando en el juego: aireando una reclamación que tiene exceso de difusión en la clave que a ellos más les interesa: la emocional. Y a la vez resulta imposible sustraerse a la pulsión de dar cuenta de su empuje.

En la escola Univers, Mónica y Lluís estaban satisfechos de la ganancia mediática que había conseguido la ocupación de las aulas. "Ha venido la BBC, la RAI...", decían con orgullo.

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