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El referéndum independentista del 1-O

La fiesta de la independencia

El anuncio de los resultados concentra en la plaza de Cataluña a los jóvenes cachorros "indepes" en modo concierto de la Mercé

Jóvenes en la barcelonesa plaza de Cataluña, esperando los resultados del 1-O. EFE

La previsión queda como sigue: los independentistas quieren que el Parlament declare la independencia de Cataluña con los resultados de una consulta, de estándares democráticos decimonónicos, en la que votó el 42% del censo (2,2 millones de un total de 5,3). El aval recibido por el "sí", el 90% de las papeletas contabilizadas, supone el 38% del censo de lo que sea que fuera lo que el domingo se celebró en Cataluña.

Con esos números (que no eran los que estaban impresos en una pantalla de vídeo gigante, a excepción, claro, del triunfante 90%), la plaza de Cataluña, centro de todas las quedadas, hervía la medianoche del domingo de jóvenes de entre 15 y 35 años. Serían un par de millares, cantaban "Els Segadors" y habían dado cuenta de una buena provisión de latas de cerveza. Era casi como un concierto de las Fiestas de la Mercé, la patrona de la ciudad; uno de un grupo poco conocido, pero prometedor, que hubiera concentrado a sus seguidores más fieles.

"Tíos" o "Rockeros"

Chocaba escuchar al vicepresident Junqueras y a los consejeros Romeva y Turull dirigirse de usted a aquel auditorio, que pedía como poco un "vosotros", si no un "tíos" o el ya legendario "rockeros" del Viejo Profesor.

Pero los tres hombres del anuncio sabían que la de ayer era ocasión solemne y no festiva, porque el pueblo aún se dolía de las heridas infligidas por la "represión de un Estado autoritario". A Junqueras no le correspondía presentar con matices la actuación de la Policía Nacional y la Guardia Civil en el 1-O, pero un "torpeza en la gestión de la represión" hubiese sido más preciso y ajustado a derecho.

Sobre todo, porque el Ministerio del Interior quiso convencerse a sí mismo de que los Mossos d'Esquadra harían algo más que dejarse agasajar con claveles y recibir abrazos de los votantes. Los Mossos, que el domingo apostaron por ser la Policía de un nuevo Estado en vez de un cuerpo policial que forma parte del que nació en 1978.

Pero todo esto, debió de pensar el vicepresident, son zarandajas que a los jóvenes con las espaldas cubiertas de "senyeras" y "estelades" les importan un pito.

La pequeña multitud jaleó al vicepresident cuando éste ocupó con su cara redonda toda la pantalla, y su voz proclamó que los catalanes se habían ganado "el derecho a construir una nueva república independiente, democrática, social y de derecho". Había por doquier réplicas de la diputada de la CUP Anna Gabriel, todas con el pelo cortado en hache, y además de catalán, se oía hablar en italiano y en inglés.

Al finalizar los discursos, un gigantesco "Hola, nou pais", letras blancas sobre fondo verde, llenó por completo la pantalla. Pero se prepararon otros tres saludos: "Hola, Europa", "Hola, República" y "Hola, Mon".

A la una y media de la madrugada (de la de ayer), los reunidos en la plaza de Cataluña empezaron a disolverse sin necesidad de agentes antidisturbios, cuya actuación, especialmente delante del instituto Ramón Llull, seguía siendo a esa hora muy comentada y criticada. "Són uns feixistes", decía un crío de no más de 15 años, con cara de no haber roto un plato en su vida, y mucho menos de saber de qué clase de conducta política estaba hablando.

Y otro del grupito con el que iba dejó la lata de cerveza en el suelo para poder levantar los brazos y gritar "Fora de Catalunya". El grito era el mismo que había oído proferir a una mujer que, cuchara y cacerola en mano, había salido al balcón, como cada noche desde el día de las detenciones de la cúpula de Economía, el pasado 20 de septiembre, para protestar por la presencia de guardias civiles y policías nacionales en la tierra que sólo debe pisar el tolerante mosso. Josep Lluís Trapero, el mayor del cuerpo, es el héroe de todos los catalanes. "Pues molt bé, pues adiós".

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