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El "ángel rojo" que salvó a miles de franquistas

Rubén Buren rescata con Joaquín Leguina la memoria del último alcalde republicano de Madrid

Melchor Rodríguez y su hija Amapola. ARCHIVO FAMILIAR

Logró salvar en diciembre de 1936 con su voz y encima de un coche a 1.612 encarcelados. En plena conmoción por el bombardeo de los aviones franquistas sobre Madrid, una turba izquierdista enfurecida pugnaba por linchar a los presos de derechas en la cárcel de Alcalá. Allí mismo, en aquel momento, nació el mito del anarquista 'ángel rojo', entonces delegado general de prisiones, quien protegió a personajes del bando rebelde tan significados como Ramón Serrano Suñer, cuñado del dictador Franco; Agustín Muñoz Grandes, que llegaría a ser vicepresidente del nuevo régimen, o Ricardo Zamora, legendario guardameta internacional.

Es la novelesca historia de Melchor Rodríguez (Sevilla, 1893-Madrid, 1972), el último alcalde republicano de Madrid, un anarquista y humanista que antepuso siempre las personas a sus ideas políticas y cuya vida relata ahora su bisnieto, Rubén Buren, otro anarquista, dramaturgo, humorista, pintor y músico, junto con el socialista Joaquín Leguina, apoyado en los impagables recuerdos de Amapola, la hija de Melchor y Paca, que tantas veces fue testigo de las entradas y salidas de su heroico padre de las tétricas prisiones españolas de la época hasta que murió en una pobreza extrema.

En el empeño por rescatar la memoria de este hombre machadianamente bueno en "Os salvaré la vida" (Espasa, 2017) no les faltó a los autores el apoyo entusiasta del exfutbolista derechista Petón, José Antonio Martín Otín, ferviente entonador cada año del "Cara al Sol" frente a La Almudena.

"La endogamia nunca ha sido buena", advierte convencido Buren al explicar su relación con el socialista Leguina para recopilar anécdotas de su bisabuelo, un anarquista radical del grupo de los Libertos que soñaba de pequeño con ser torero y acabó recogiendo de las cunetas a sus enemigos heridos, sacando a presos de la cárcel y protegiendo en su propia casa, con su mujer, Paca, una cigarrera con un puesto en la plaza Tirso de Molina, a desamparados de la fratricida Guerra Civil española.

La novela, género en el que se estrena Buren tras triunfar como dramaturgo, ha obtenido el premio "Alfonso X El Sabio". "Este reconocimiento quiero que sea un homenaje a mi familia, al anarquismo humanista de mi bisabuelo Melchor y a todos los que defendieron y defienden morir por las ideas, pero nunca matar por ellas", explica emocionado al subrayar que Melchor fue encarcelado por la monarquía, por Primo de Rivera, por la república y durante el franquismo.

"Muñoz Grandes fue con los años uno de los pocos que se acordó de Melchor porque el 90 por ciento de los rescatados por mi bisabuelo le dieron la espalda", lamenta sin un ápice de rencor Rubén Buren.

La masacre de los presos de Falange fue orquestada por Santiago Carrillo, su camarada José Cazorla y miembros de la CNT, una vez comprobado que el Gobierno de la república se iba a Valencia y Franco podía reclutar a los encarcelados para su causa. "Se los llevaban en la empresa pública de transportes a Paracuellos", asegura el escritor, que explica lleno de orgullo la trifulca que protagonizó su bisabuelo con Carrillo. "Llegaron a las manos", porque una persona de la bondad de Melchor "no podía tragar con un personaje tan siniestro" que "falsificó su vida" y no dudaba en sacar de las checas, centros al margen de la ley, a los presos para dirigirlos sin juicio previo a matanzas como la de Paracuellos.

Carrillo y sus correligionarios eran el enemigo de los anarquistas, prosigue para resaltar la guerra interna que se libraba dentro de la izquierda española y la pena que sintió su bisabuelo al ser vetado por Juan García Oliver, ministro anarquista de Justicia durante la Guerra Civil, para ocupar la Dirección General de Prisiones.

"No quería a un andaluz", pero Melchor se salió con la suya y gracias a ello logró al menos parar las matanzas indiscriminadas de Madrid y Guadalajara. "Así se hizo acreedor del odio sin cuartel de los comunistas".

"Creo que mi bisabuelo tuvo una responsabilidad importante en frenar al comunismo que llegaba de Moscú liderado por un Lenin que asesinaba despiadadamente a los suyos y clamaba por una libertad inexistente sólo permitida a las elites. Gracias a esa labor de los anarquistas, el comunismo no triunfó en España", reflexiona Rubén Buren tras estudiar cientos de documentos y escuchar atentamente desde pequeño a su abuela Amapola. "Melchor ponía este tipo de nombres a los niños de las familias anarquistas", afirma con una sonrisa.

Acosado

La vida de Amapola no fue fácil como tampoco lo fue la de su madre Paca que tuvo que acostumbrarse a ver a su marido acosado por todos los frentes. "El día de la sublevación en la cárcel de Alcalá, un joven que había perdido a su familia en el bombardeo, le puso un fusil en el pecho y le amenazó con dispararle", le relató Amapola a Buren, quien con orgullo imita la reacción de Melchor: "Abrió su camisa y le desafió a que le matase". El chiquillo quedó paralizado y bajó el arma.

Melchor Rodríguez se mantuvo firme a sus principios incluso el día que tuvo que entregar Madrid a los poderes franquistas. Era el 28 de marzo de 1939 y el 'ángel rojo' leyó entre lágrimas una carta llena de dignidad en la que imploraba a los vencedores que no disparasen una sola bala sobre los vencidos. Lo consiguió mientras temía por la vida de su mujer y su hija porque en su casa habían escondido durante cuatro años a varias personas que ahora recuperaban la libertad.

Rodríguez vivió con alegría, pero llevaba dentro la amargura que le produjo ver que muchas de las personas salvadas por él de la brutal venganza de aquella guerra se le volvieron en contra. "No lo perdonó nunca, la indignidad no iba con él, y se sumió en una profunda decepción cuando sorprendió a su propio chofer robándole el coche", revela su bisnieto en un céntrico hotel de Madrid.

Pero también es cierto que hubo excepciones entre tantos comportamientos miserables y una de ellas, muy llamativa. El juicio al que fue sometido era una auténtica pantomima y estaba a punto de concluir con una segura sentencia de muerte cuando Agustín Muñoz Grandes, jefe del Estado Mayor de la Defensa franquista, se levantó de su asiento con la firma de 2.000 personas que pedían clemencia para Melchor, de quien el militar hizo una apasionada defensa . "Eso sí que es dignidad", valora agradecido Rubén Buren hacia quien lideró la División Azul contra los rusos para apoyar a la Alemania nazi.

Condenado de nuevo a 20 años de prisión en el penal del Puerto de Santa María de Cádiz, hacinado con otros presos, sin comida, ni colchón para dormir, Melchor Rodríguez perdió los dientes y contrajo varias enfermedades hasta que un funcionario le obligó a romper su solidaridad y a tumbarse sobre un pobre jergón durante los cinco años de cautiverio que sufrió en una de las más tétricas prisiones de la época en España.

Sindicato vertical

Una vez liberado, el nuevo régimen le ofreció participar en la creación del sindicato vertical para intentar atraer a los obreros. Se negó y siguió clandestinamente en la CNT para oponerse en 1965 al controvertido cincopuntismo que pactaba el régimen de Franco con un sector procedente de la CNT para promover una transición pacífica del modelo vertical a otro basado en cinco puntos que le pareció igualmente rechazable.

"Nunca abandonó la lucha en favor de las personas, la libertad y la dignidad" mientras se codeaba sin complejos con hombres fuertes de Franco como el que fuera ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín-Artajo, un propagandista católico que consiguió lo impensable: que Melchor Rodríguez besase la cruz en el lecho de muerte. "Martín-Artajo, a cambio, paseó por todo Madrid con una corbata que se hizo de encargo con los colores de la CNT, que, fíjate tú por dónde, son los mismos que los de la Falange", comenta irónico Buren antes de rememorar el esperpéntico entierro de su bisabuelo, envuelto en una bandera de la CNT y dentro de un ataúd con un crucifijo porque todos lo tenían, al que le rezaron un Padrenuestro y cantaron el himno anarquista "A las barricadas".

No dejó dinero ni para pagar su entierro y eso que le ofrecieron cheques en blanco para que renunciara a sus ideas, asegura su bisnieto. Vivió sus últimos años de vender seguros y de los artículos de tauromaquia que publicaba en el "Ya", diario de su fiel amigo franquista Martín-Artajo.

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