El magistrado Carlos Dívar, fallecido hoy en Madrid, era un conservador que supo ganarse a la izquierda gracias a su fama de ecuánime y que esquivó por poco el terrorismo, lo que le hizo especialmente sensible a este fenómeno acercándose a las víctimas con un cariño que rompía su seriedad habitual.

Este malagueño que habría cumplido 76 años en diciembre consiguió ser nombrado por unanimidad presidente del Tribunal Supremo (TS) y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) en pleno mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, gracias a su labor anterior al frente de la Audiencia Nacional, donde gestionó los atentados del 11-M sin plegarse al debate político.

De hecho, el propio Zapatero le calificó de "exponente de neutralidad e imparcialidad" un día después de ser elegido y restó importancia a su marcado catolicismo, al que Dívar atribuía haberse salvado de un atentado planeado contra él en 2003.

Ese año, ETA instaló un coche bomba en el recorrido de su domicilio a la Audiencia Nacional, pero lo evitó al cambiar el trayecto en el último minuto.

Quizás fue eso lo que le hizo acercarse de manera especial a las víctimas del terrorismo, a quienes trataba con una cercanía poco usual en una persona de talante poco dado a la sonrisa.

Empezó combatiendo los inicios de ETA en las trincheras de juzgados del País Vasco (fue allí, concretamente en San Sebastián, donde ascendió a magistrado en 1979) y siguió a partir de 1980 investigando atentados en una recién nacida la Audiencia Nacional, de la que llegó a ser presidente 21 años después.

En este tribunal vio también nacer la amenaza del terrorismo yihadista en España y cuando ocurrieron los ataques de Atocha en 2004, ya como presidente, Dívar supo torear las críticas y defendió a capa y espada al juez instructor Juan del Olmo.

Su impermeabilidad al debate político que se suscitó en torno a este sumario, así como su estilo serio y trabajador, fue probablemente lo que le hizo ganarse a la izquierda, que le aupó al Supremo.

Fue en 2008 y accedió a uno de los cargos más importantes de la judicatura contando con los apoyos de todos sin haber pasado antes por ninguna plaza en ese tribunal, como manda la tradición no escrita.

Desde la presidencia del Supremo y del CGPJ defendió la labor de los magistrados del alto tribunal en sus resoluciones contra el juez Baltasar Garzón en un proceso que calificó de "transparente y lleno de garantías" y capeó en 2009 la primera huelga de jueces de la historia de España.

Tras cuatro años en el cargo, la carrera de Dívar se torció en con las acusaciones de un vocal del CGPJ de haber cargado 13.000 euros a este órgano de una veintena de viajes personales a Marbella (Málaga), que fueron archivadas.

Dívar defendió que los gastos estaban justificados, pero la semilla de la duda ya estaba sembrada y varios vocales pidieron su dimisión.

Esto, unido a la pérdida de apoyos entre la judicatura y la política, forzó su dimisión en 2012 en un pleno del CGPJ, tras el que Dívar se mostró de nuevo convencido de no haber hecho "nada malo" y ser víctima de una campaña cruel y desproporcionada.

Estos acontecimientos le dejaron la marca de ser el primer presidente en dimitir del cargo en el Supremo en sus doscientos años de historia, pero no borraron de las hemerotecas décadas de una carrera judicial forjada en el entendimiento.