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Punto... ¿y final?

Está por ver todavía si la trayectoria política de Feijóo ha llegado a término

Punto... ¿y final?

A estas horas es muy probable que no se hayan apagado todavía los ecos de la polémica abierta por la decisión del presidente de la Xunta de seguir siéndolo. Porque es seguro que los que le consideraban el paladín de la redención necesaria del PP hablarán de "cobardía" ante una aventura -porque eso era, a poco que se medite- no tan previsible como muchos la veían. Otros hablarán de que con su renuncia a optar por la sucesión de Rajoy pone un punto final anticipado a su carrera política, sobre todo si se repara en las veces que dijo que su compromiso con Galicia, "que mantengo por coherencia con la palabra dada", remataría en 2020. Pocas veces habrán llovido palabras, como las del lunes, que dejan a casi todo el mundo descontento. Probablemente a parte de la cúpula superviviente en Madrid, muchos militantes de base, un grupo de dirigentes de autonomías y quizá a varios cientos de delegados provinciales. Pero también resulta probable que los votantes gallegos del PPdeG se lo agradezcan. Y, a la vez, que la oposición se lo reproche; al fin y al cabo, con él donde está, no habrá luchas internas en este lado del Padornelo, o al menos no las habrá de momento.

En todo caso, es curioso lo que ocurre ahora. Se parece, pero al revés, a la decisión que tomó Fraga Iribarne en su última legislatura -en la que perdió la mayoría absoluta y con ella la Xunta- pero, queda dicho, por razones diferentes a las de Feijóo: entonces casi todos le aconsejaban a "don Manuel" que no se presentase porque su avanzada edad resultaría un hándicap. El ya fallecido presidente dijo que era "su deber" y se presentó. La alternativa era, para él, una guerra interna en el partido y probablemente su fractura en varios segmentos. Ahora es al revés, conviene insistir: casi todos -en teoría- le pedían a Feijóo que acudiese a la batalla de Madrid y él optó por ser leal a la palabra dada a los electores. Es cierto que durante meses pareció que echaría un pulso sucesorio a los demás cuando llegase el momento, se reunió con mucha gente, concedió entrevistas por doquier y nunca dijo cuál sería su intención: ese reproche, que también suena hoy, tiene fundamento, pero sólo pruebas de intencionalidad, y ésas sirven de poco ante realidad final.

Los que han considerado siempre a Feijóo como un hombre que no desprecia la aventura, pero sin ser un aventurero, hablan hoy, para explicar lo que no acaban de entender, de múltiples razones para argumentar lo que consideran una "espantá"; los más duros apelan a "cobardía", otros a miedo escénico, varios a creer que no le salían las cuentas para ganar o incluso que esperaba "fuego amigo" contra su candidatura, algo tan frecuente en la política de hoy, para desgracia del oficio. Pero eso es especular, y sus consecuencias, analizar en el vacío: lo único cierto es que la disyuntiva ahora es creer en lo que dijo el titular de la Xunta o no creerlo. Y no hay motivos para hacer lo segundo. Por lo menos motivos demostrables.

Visto de otro modo, la sorpresa mayor se la habrán llevado los que creen conocer bien a Alberto Núñez Feijóo y coinciden, como se ha dicho ya, en que tiene un cierto espíritu de aventura. Pocos lo dirían abiertamente, y de hecho casi nadie se atreve a definirlo así al menos en público, pero no por temor a su reacción sino más bien a hacer el ridículo por su ejercicio de análisis amateur que desde fuera apenas se compartiría. "E puor si muove": hay una constante en la carrera del presidente de la Xunta que invita a no despreciar esa consideración sin darle una segunda lectura: aventura fue su introducción por José Manuel Romay Beccaría en el mundo de la política, aunque sus primeros pasos se orientaron sobre todo a la gestión profesional de la Administración, en Sanidad y en Correos, y en ambos destinos obtuvo la graduación en Eficacia, lo que le supuso el traslado al "ars politicae" de lleno. Siempre de la mano del influyente don José Manuel, Núñez Feijóo tenía ya cualificación bastante para ser propulsado a mayores empresas que las desempeñadas: era cuestión de esperar la oportunidad que él sabía que habría y que efectivamente se presentó.

Fue también en clave de aventura, porque el puesto que se le reservaba estaba ocupado, y tendría que aguantar a que lo dejase vacante nada menos que Xosé Cuiña Crespo, el nunca designado pero sí supuesto -durante años- "delfín" de Manuel Fraga, a la vez que hombre fuerte de lo que él quiso patentar como PPdeG, pero que hubo de ceder como inventor "in pectore" al propio por entonces presidente de la Xunta y que nunca cedió los derechos de autor de la tesis que defendía la autoidentificación como salida a lo que hoy se llama soberanismo. Y bajar a Cuiña de su pedestal no era tarea fácil ni podría ser ejecutada por quién iba a sucederle en sus roles. Por eso Feijóo se mantuvo en Madrid y, parece, al margen de las intrigas y la ofensiva que, básicamente desde el interior del PP, se desarrolló contra quien fue bautizado en este periódico como "caudillo del Deza", y no sin razón. La tarea de demolición de su figura -queda dicho que desde dentro; se produjo tras la multiplicación artificial de un episodio mercantil en una de las empresas de su familia, que facturó a precio elevado -"de mercado", se explicó- material para la lucha contra la contaminación del "Prestige". Fue una excusa y el principio del fin de Xosé Cuiña como heredero, sobre todo después de que hubiese encabezado en el Consejo de la Xunta una facción partidaria de salir a la calle, en el marco de "Nunca mais" o fuera de él, para protestar por la actitud inicial del Gobierno central en la catástrofe.

La aventura gallega de Núñez Feijóo se inició con el cese, disfrazado de dimisión, de Xosé Cuiña y su nombramiento, impulsado por Romay, como vicepresidente con Fraga. Todos supieron que era el sucesor del presunto sucesor, y eso se confirmó cuando, tras la victoria insuficiente de Fraga y la pérdida de la Xunta por los votos del bipartito, renunció el "patrón" de la derecha, se convocó un congreso, se presentaron cuatro aspirantes a la sucesión -Cuiña, Feijóo, Xosé Manuel Barreiro y López Veiga- de los que quedaron Feijóo y Barreiro, que pactaron y fue candidato único final Alberto Núñez Feijóo. Y dio comienzo otra aventura, la de suceder a Fraga en la oposición durante cuatro años, y la siguiente, de hacerlo presidiendo el gobierno gallego, de momento en tres legislaturas sucesivas. Ahora ha renunciado a otra, la de reconquistar para el PP el terreno perdido y, quizá, llevarlo de nuevo a la Moncloa. Prefirió quedarse donde estaba y cumplir su "contrato" con los gallegos/as hasta 2020. O sea, que ha puesto un punto en su trayectoria política. Lo que nadie sabe es si será un punto y seguido o un punto final, aquí y allá.

Será otra historia.

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