Llega la hora de la integración en el nuevo PP que dirige Pablo Casado. El recién elegido líder del partido partió el sábado hacia Alicante para reunirse con sus hijos, dejando tras de sí un único mensaje: que quiere verse con Soraya Sáenz de Santamaría, a la que derrotó con claridad en el congreso, antes de convocar un comité ejecutivo nacional que refrende la composición de los nuevos órganos de dirección. La reunión es obligada, dada la oferta de integración en firme que el vencedor prometió que haría a su rival después del pronunciamiento de los compromisarios. Después, no antes, como quería la exvicepresidenta del Gobierno.

Casado garantizó una integración "real" y "al máximo nivel", y prueba de ello es que tanto en su discurso de presentación de la candidatura como, después -tras la votación de los delegados-, en el discurso de la victoria, renunció a dar el nombre de la persona que ocupará la secretaría general y además mantuvo abierta la lista de su ejecutiva, en señal de que estaba dispuesto a negociar la incorporación de destacados miembros del equipo de quien era aún su adversaria.

Sáenz de Santamaría no hizo ninguna de esas dos cosas; se limitó a dejar vacantes los cinco puestos de libre designación que, como es de rigor en el PP, se reservan para integrar, por puro "fair play", al oponente, y ya el sábado corría entre los compromisarios la especie de que la ex "número dos" de Mariano Rajoy se había granjeado con ello las antipatías de muchos delegados indecisos. Con eso, y con su reproche a Casado de que, de haber sido ella la perdedora en las primarias que se celebraron el día 5, no habría esperado al voto de los compromisarios para favorecer una candidatura unitaria.

El nuevo presidente del PP abandonó el sábado del hotel Auditorium de Madrid dando por seguro que la integración será "fácil" porque "la gente quiere reactivarse", pero sin marcarse plazos ni para el encuentro con Sáenz de Santamaría -a fin de negociar qué personas de su equipo entran en la nueva dirección- ni, por lo tanto, para poner fecha a la reunión del comité ejecutivo nacional. "Habrá tiempo para todo", dijo. Sin embargo, diversas fuentes de la campaña de Casado situaron esa reunión en los primeros días de esta semana (quizá hoy mismo o mañana). Lo que lleva a pensar que los dos contendientes podrían haber hablado por teléfono ayer mismo para citarse (o no) discretamente.

De su lado, la exvicepresidenta del Gobierno dejó claro que quería descansar al menos hasta hoy antes de hablar de la integración de sus colaboradores más estrechos en las estructuras de poder que diseñe Casado. Y también que no iba a aceptar "nada" hasta que no se lo propongan.

Días antes de su derrota sin paliativos en el congreso (451 votos menos sobre un censo de 3.008 delegados, perdió en las 25 mesas del cónclave), anunció su intención de "seguir en política", pasara lo que pasase el sábado. Pero hay una posibilidad que parece haber quedado descartada de antemano: que ella termine siendo la secretaria general del presidente Casado.

En conversación con los medios, antes de las votaciones pero después de los discursos de presentación de las dos candidaturas, Santamaría deshechó esa alternativa al recordar que el hombre o la mujer que se convierta en nuevo "número dos" del PP debe formar parte de la lista de 35 nombres para integrar la dirección que Casado acababa de facilitar.

Sin embargo, eso no impediría que algunos de sus más conspicuos colaboradores acabaran en la ejecutiva nacional, si la oferta de integración "real" y al más alto nivel que le hizo el joven líder se cumple. Así, han empezado a sonar como "sorayistas" empotrables entre los "casadistas" el presidente del PP vasco Alfonso Alonso, o quien fuera muchos años la mano derecha de la propia exvicepresidenta, José Luis Ayllón. Y tendrá que haber más, si Casado no se echa atrás.