Javier Pérez, conductor de la Empresa Municipal de Transportes de Valencia, no lo dudó: cuando una mujer empezó a gritar que su hijo se moría en el interior de su autobús, decidió salirse de la línea y llevarlo al hospital para que lo atendieran urgentemente. Cree que «todos habríamos hecho lo mismo». No se da importancia. «Es una decisión que tomas en una décima de segundo. Si, de repente, escuchas un grito, con esa angustia, que está diciendo que tu hijo se está muriendo, tienes dos opciones. Parar, llamar pidiendo que venga una ambulancia u olvidarlo todo y llevarlo directamente al hospital. Yo hice esto último y creo que cualquier habría hecho lo mismo. A lo largo de un día, de un mes, de un año, un conductor como yo vive todo tipo de situaciones. Para ésta, posiblemente, no estás preparado. Fue todo tan desgarrador, que no lo dudé». Este es el relato de Javier Pérez, un conductor de la Empresa Municipal de Transportes (EMT) que vivió el jueves una odisea verdaderamente insólita y nada deseable. Acostumbrados a un oficio despersonalizado, más propenso a la crítica que a cualquier halago, el relato hace justicia a quienes pasan la vida brindando un servicio público a la ciudadanía.

Todo parecía ir tranquilamente, una jornada rutinaria con el vehículo de la línea 95 (la que recorre el Jardín del Turia). «A la altura de Nuevo Centro es cuando empecé a escuchar los gritos de una mujer que decía que su hijo se moría». Tanto es así que ella misma se desplomó «inmediatamente, de un ataque de ansiedad».

¿Qué hacer en ese momento?

Ahí llegó la duda: parar y pedir la ambulancia, lo más burocrático, o reaccionar. «Pensé que si llamaba y esperaba estaríamos perdiendo un tiempo precioso y que el niño podía sufrir algún daño irreversible. Así que decidí salirme del recorrido e ir urgentemente al hospital más cercano». No estando habilitada La Fe, se dirigió al 9 d'Octubre. «No pude parar en la puerta de Urgencias porque con el autobús es literalmente imposible». Fue él mismo quien lo llevó a la puerta principal. «La madre no podía por su estado. El niño tendría entre ocho y diez años, con lo que ya pesaba bastante. Así que lo cargué yo. Nada más cogerlo me vomitó en los pantalones. Subí las escaleras, me atendieron en la recepción y ya lo cogieron los médicos y se lo llevaron adentro». Le gustaría saber de su estado. «En la central tienen el teléfono de la madre».

Aplausos del pasaje

Una vez consumada la acción, faltaba la otra parte: informar a los superiores de lo sucedido. Porque los autobuses tienen un sistema de GPS que los tiene localizados y, obviamente, se detecta cualquier situación irregular. «Llamé a la central de coordinación para informar de lo sucedido». Se ha tenido que redactar un parte y él mismo ha solicitado los datos de dos pasajeras en calidad de testigos. Porque, a todo esto, el pasaje asistió impertérrito al incidente. «Nadie protestó. Todo lo contrario. Y eso que iba bastante lleno». Asistieron con la tensión propia del momento al traslado urgente. «Cuando regresé al autobús empezaron a aplaudirme».

¿Donde empiezan las órdenes de un empleado y donde saltárselas vista la situación excepcional? Javier Pérez , con diez años de servicio en la empresa, es padre desde hace tres años y lo tiene claro: «no sé si podía hacerlo, pero había que hacerlo». Una vez consumada la acción, «me reincorporé a la línea» y continué el servicio. Seguramente, con la convicción de haber obrado como debía.