Los periodistas españoles que seguían la histeria desatada de Borrell ante la feroz y por tanto ejemplar entrevista de Tim Sebastian para Deutsche Welle, solo temían que el titular de Exteriores rematara su cadena de desatinos con un categórico "en España nadie se atrevería a interrogar así a un ministro". El candidato del PSOE a las europeas y antiguo presidente del Europarlamento no solo antepuso su honor personal a la dignidad que desempeñaba. El canciller de Sánchez dibujó su autorretrato en directo. Dictatorial y desencajado, amenazando con el índice admonitorio a su interlocutor. Encontraría pronto acomodo en partidos pujantes de la ultraderecha moderada.

Por mucho que el Gobierno se empeñe, los presos preventivos catalanes son difíciles de vender en el exterior. Si se admite como ejercicio teórico que a Borrell le asistía la razón entera, conviene analizar los errores que lo redujeron a un energúmeno. En primer lugar, su equipo le empeora, porque Tim Sebastian es un acreditado perro guardián de la democracia, que empieza la entrevista mordiendo y no suelta el bocado. ¿Nadie avisó a Borrell? En segundo lugar, el ministro transformó la lícita agresividad periodística en un enfrentamiento personal, interpelando a quien no tenía nada que perder. En tercer lugar, Borrell carece del dominio suficiente del inglés para este duelo.

Y sobre todo, nunca te levantes de una entrevista grabada, en especial si eres un veterano representante de una institución superior a tu persona. Javier Solana fue sometido al mismo retrato al ácido por parte de Jeremy Paxman, el dios del género. El entonces secretario general de la OTAN aguantó estoico hasta el final desde Bruselas , y solo entonces abroncó a sus adjuntos sobre la encerrona, además de jurar que nunca más se enfrentaría al periodista inglés. A propósito, conviene que Borrell rechace cualquier propuesta de entrevista de Stephen Sackur, el perro guardián de la BBC.