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Un "paisano" que deja huella

"Como persona era excelente, un diez", dicen los amigos y conocidos llaniscos del político cántabro

Un "paisano" que deja huella

La muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba cayó como un jarro de agua en Celoriu, Niembru, Bricia, Lledías y Posada, lugares que formaban parte del particular paraíso llanisco del emblemático político socialista. Todo eran lamentos por el amigo perdido y loas por su talla como persona. La noticia de su deceso fue el tema de conversación en los lugares donde veía las pruebas deportivas que tanto le apasionaban, en el restaurante donde cenaba o en el bar donde jugaba la partida.

Borja Llorente, del chiringuito de su amada playa de Toranda, guarda innumerables anécdotas. En el recuerdo, su cercanía y múltiples ejemplos de su prodigiosa memoria. "Todos los veranos, cuando venía, se acercaba a saludarle y a sacarse una foto con él una mujer y él recordaba su nombre y apellidos. Tenía una mente privilegiada", señalaba ayer. El amor por la playa llanisca y el frescor del mar cantábrico en los calurosos días de agosto eran su pasión. Llorente hace hincapié en la accesibilidad del exvicepresidente del gobierno. "Era cercano y afable. Aquí empezó a venir siendo profesor de universidad y jamás cambió por ser ministro o tener cargos importantes. Su actitud era siempre la misma", manifestó. Cuenta dos anécdotas que tienen que ver con su faceta deportiva: "Era un gran nadador. Una vez se metió mar adentro y los escoltas no pudieron seguir su ritmo. Al día siguiente llegaron preparados con tubos de buceo y aletas. Otra vez, en los años 90, cogió una bicicleta que había por aquí y desapareció un buen rato dando una vuelta solo".

En el restaurante "Chiqui" de Celoriu, Rubalcaba y su esposa eran mucho más que clientes. "Eran como familia. Estamos muy apenados y afectados por lo ocurrido", señalaban ayer sus dueños. El bar "Tlaxcala", en Niembru, era uno de los templos de Alfredo. En este lugar todos le llamaban solo por su nombre de pila. Sentado frente al televisor del local junto a su inseparable amigo Jaime Lissavetzky vio innumerables pruebas deportivas de juegos olímpicos, campeonatos del mundo y europeos de baloncesto y atletismo o partidos de pretemporada de su amado Real Madrid. "Siento mucha pena", indicó Rosa Sampedro, histórica dueña del establecimiento hoy regentado por su hija Raquel. "Como persona era excelente, un diez. Cuando entraba por la puerta era un paisano exactamente igual que cualquier persona que estuviese en ese momento en el bar", destacan de él.

Una casa ubicada en el barrio del Corral, en Bricia, fue su morada estival durante más de tres décadas. "Era un paisano encantador de los que te veían por ahí y te invitaban a algo", recuerda José Chao, su vecino en los veranos llaniscos. Hace tres años, los matrimonios Rubalcaba y Lissavetzky cambiaron Bricia por Lledías. "Era un persona muy educada, discreta y de buen trato. Te enterabas que estaba por sus guardaespaldas. Mi hijo alguna vez entró en su casa a enredar. El verano pasado, antes de marchar, le pidió un autógrafo. Aquí en Lledías deja muy buen recuerdo", señaló Rosendo Noriega.

En Posada, una de las paradas obligadas por la mañana antes de poner rumbo a la playa de Toranda era la librería de Mónica Salas para comprar la prensa deportiva. "Estuvo viniendo 25 años. Aquí era Alfredo, no era el político", resume.

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