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El político que pudo con la palabra

El político que pudo con la palabra

No tuve el privilegio de haber sido su amigo, de compartir confidencias o partidas de mus, ni siquiera de haber comentado con él la marcha del Madrid, su equipo del alma. Soy uno más entre los millones de españoles que siente, con un punto de orfandad, que ha fallecido uno de los grandes.

Recuerdo cuando dejó el Congreso, el aplauso unánime desde todas las bancadas. A esas alturas, Rubalcaba no era ya un líder socialista, un exministro del PSOE con un brillante currículum, sino un referente del mejor hacer de la política española. Estoy orgulloso de militar en las mismas siglas, pero él ya no era un patrimonio exclusivo del Partido Socialista. Era -perdón por recurrir al tópico, no encuentro mejor expresión para resumirlo- un hombre de Estado. ¿Hay otra manera de definir a quien lideró la lucha que acabó con el terrorismo en España?

Suspendemos la campaña electoral, qué menos podemos hacer. En realidad, ya estaba en suspenso desde que el jueves conocimos que su salud había empeorado. A partir de entonces, todos los actos se desarrollaban pendientes de una pregunta, siempre la misma sombra de inquietud, como un preámbulo negro: "¿Cómo está Alfredo?". Estoy seguro de que habrá ocurrido igual en todos los rincones de España, de la mayor ciudad al pueblo más pequeño, pero en el Principado tenemos más razones: ha muerto uno de los grandes, un hombre de Estado y, además, un enamorado de Asturias, alguien que conocía nuestros problemas y nuestros nombres. Desde su querido Llanes a cualquier otro lugar de nuestra tierra.

Rubalcaba ironizó una vez que en España "se entierra muy bien". Es cierto. Tantas veces le atribuyeron maldades sin cuento, hasta un aire mefistofélico, y a estas horas, ya abundan las referencias a su sagacidad, su talento, su habilidad para la negociación, su astucia, su sentido práctico. Todo eso es verdad. Sin embargo, si tuviera que destacar algo, subrayaría su capacidad parlamentaria, esas intervenciones nunca recargadas de bombo, jamás estridentes, en las que iba encadenando palabras y conceptos con una brillantez dialéctica envidiable. Labraba el convencimiento verbo a verbo. De él se puede afirmar que siempre se aprendía escuchándole, algo que en un político, cuya gran herramienta es la palabra, es uno de los mayores elogios posibles. Hoy, el PSOE, la política y la palabra han perdido a uno de los grandes.

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