Hubo en el PSOE quien aprovechó el revuelo por la firma del acuerdo con Bildu que persigue la derogación de la reforma laboral para tratar de minar el peso interno de la asturiana Adriana Lastra, haciendo ver que se trataba de una decisión tomada por el grupo parlamentario (que ella lidera como portavoz) a espaldas de Moncloa. El relato oficial del documento que ha abierto una gran e innecesaria crisis de desgaste a Pedro Sánchez deja a las claras que la operación contaba con la aquiescencia y la dirección de Moncloa. Otra cosa es que algunos ministros no estuviesen al tanto, pero desde luego sí lo estaba el núcleo duro sanchista, del que forma parte la asturiana y que respalda su actuación.

La explicación de lo sucedido, que el entorno del presidente Pedro Sánchez se ha encargado de trasladar deja claras dos cosas: primera, que toda la operación contaba con el visto bueno de la superioridad. Segunda, que había ministros (los del ala económica) que no estaban al corriente. Y que el objetivo no era otro que garantizar, como fuese, el suficiente respaldo para la prórroga del estado de alarma.

Hay en Moncloa un círculo de decisión en el que participan Pedro Sánchez, la vicepresidenta Carmen Calvo, José Luis Ábalos, María Jesús Montero, Salvador Illa y Adriana Lastra, además de Iván Redondo (jefe de gabinete de Presidencia) y Miguel Ángel Oliver (secretario de Estado de Comunicación). También están miembros de la parte de Unidas Podemos en el Ejecutivo: Pablo Iglesias, Irene Montero, Pablo Echenique y Juanma del Olmo (director de Comunicación de Pablo Iglesias). Fue en una de las reuniones de ese grupo en la que se planteó negociar la abstención de Bildu, además de otras posibilidades, como insistir en el apoyo de Ciudadanos y el PNV y atraer a ERC.

La abstención de Bildu. Era necesario negociar todas las posibilidades ante la opción de que alguna fallase. ¿Qué imagen daría del Gobierno un fracaso en la prórroga del estado de alarma o una votación ganada por la mínima? La asturiana Adriana Lastra y Pablo Echenique fueron los encargados de negociar con Bildu; otros asumieron los contactos con el resto de fuerzas. En ese relato, la asturiana cumplió su cometido, con el visto bueno de Pedro Sánchez. Además, la redacción final, con el polémico adjetivo "íntegra", fue revisada por Presidencia. Solo cuando la bola del acuerdo comenzó a rodar Sánchez se percató del abismo que se abría.

El enfado por el pacto, tanto por el uso del término "derogación íntegra" como por sacar el asunto a colación con la que está cayendo económicamente, provino de los ministros ajenos al movimiento, en especial de la responsable de Economía Nadia Calviño, según algunos dirigentes sanchistas. Lo que en principio se veía como un mero salvavidas de emergencia se convirtió en una vía de agua en el casco de flotación del Gobierno. La ministra Calviño -que suele recurrir a poner el cargo a disposición y amenazar con irse de un portazo ante las decisiones que no cuentan con su respaldo y que considera equivocadas-, aceleró la reacción del Gobierno para salvar los muebles como fuese. Se reiterpretó el acuerdo, sin que Bildu (a la formación lo que realmente le interesaba era la cuestión referida al déficit diferenciado de los ayuntamientos del País Vasco y Navarra) diese mucha importancia al matiz. Quien sí convirtió en batalla la rectificación fue Pablo Iglesias, exasperando aún más a los miembros del Ejecutivo que le ven como un frente de oposición incrustado en el Gobierno y de quien no se fían.

Un error, reconoce el PSOE

Ahora, con la vista atrás, prácticamente todo el PSOE reconoce que fue un error, aunque unos más que otros tratan de enmendarlo. La foto de un acuerdo con el partido que hasta hace unos años fue el refugio político para la justificación del terrorismo etarra incomoda a los barones. No obstante hay matices. Los dirigentes socialistas más jóvenes consideran que Bildu ha iniciado una senda en busca de la normalización política (con el objetivo de convertirse en un espejo de lo que en Cataluña es ERC) y que en algún momento tendrá que ser considerado como un partido sin mochila. Sin embargo, la base sociológica de Bildu sigue incluyendo a colectivos que aún mantienen vivas las viejas ideas. El ataque a la vivienda de la secretaria general y candidata a lendakari de los socialistas vascos, Idoia Mendia, fue un suceso que sonrojó a dirigentes de Bildu, pero al mismo tiempo fueron incapaces de condenarlo abiertamente. Con todo, para gran parte del PSOE la mera posibilidad de retratarse con Bildu suena aún como un anatema.

El presidente regional y líder de la Federación Socialista Asturiana, Adrián Barbón, afirmó ayer respecto a ese acuerdo: "Yo no me quedo en el quién, sino con el qué". Incluso aseguró que la crisis causada por el coronavirus está centrando todos sus esfuerzos, por lo que sigue "más bien poco" las cuestiones de política nacional. No es difícil leer entre líneas, y más si se compara con la furibunda (y obligada) respuesta para justificar el acuerdo que han dado otros. Eso sí, tampoco las palabras del presidente asturiano están en la abierta discrepancia y enfado del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page.