El CIS militante vota PSOE, pero esta querencia no se contagia al contenido íntegro de sus barómetros. Por ejemplo, la valoración extraordinaria de un Núñez Feijóo (6,1) que comparte con Urkullu (6,1) la condición de político más apreciado de España, dificulta las críticas de parcialidad a cargo del PP del menguante Casado (3,4). Ningún epidemiólogo recomendaría como jefe de la oposición a un líder estatal que solo inspira confianza a un doce por ciento de los españoles. O sea, la mitad de los votantes populares rechazan a su líder, en un dato difícil de manipular.

Para quienes solo reparan en la última página de los barómetros por el atractivo de la política-ficción, el CIS atiza en sus pronósticos el fantasma de Vox. El Centro casi triplica las capacidades del partido de ultraderecha moderada, desde su cinco por ciento de voto directo a casi un trece de estimación. El mago Tezanos tiene declarado que no hay forma de atrapar a los escurridizos votantes de Abascal, pésimamente valorado por sus enemigos. Dado que la encuesta oscila con frecuencia de la orientación a la propaganda, puede tratarse de un artificio para movilizar a la izquierda. Sin embargo, no es descabellado acompasar la durísima convalecencia económica con un auge del populismo patriótico. De hecho, en la enumeración de problemas se detecta un odio muy afianzado a la clase política.

A menudo, los errores del CIS provienen de inconsistencias de la población. Así, cuatro de cada cinco españoles consideran que la situación económica propiciada por la pandemia es muy mala, pero tres de cada cinco califican la situación personal de su bolsillo de buena o muy buena. Dibujan por tanto un país hundido con ciudadanos prósperos, lo cual obliga a plantear de dónde extraen los ingresos para mantener intacta su capacidad de sufrimiento, porque del barómetro se extrae que el calabozo domiciliario ha sido una liberación.