Jamás pudo imaginar el rey Juan Carlos que lo que prometía ser un divertimento de postín para su instinto cinegético acabaría por ser el principio del fin, el prefacio de un acelerado descenso en el que, contra todo pronóstico, se han acabado invirtiendo los términos: de cazador a cazado. Desde que sufriera una inoportuna caída durante un safari de elefantes en Botsuana al que acudía de incógnito en abril del 2012, ha sido él quien se ha sentido en el punto de mira de una batida, esta vez mediática, política y judicial. Figura intocable hasta entonces, encumbrado por muchos como el gran artífice de la Transición y de la democracia, la opinión pública ha asistido atónita a un carrusel de revelaciones y exclusivas que han dilapidado la credibilidad de Juan Carlos y, a juicio de algunos, amenazan con zarandear los cimientos de la monarquía.

"Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir", dijo el soberano tras recibir el alta en el madrileño Hospital USPO San José, donde fue intervenido de la fractura de cadera que le causó la caída. Lo hizo en una comparecencia grabada ante el creciente escándalo y para evitar las incómodas preguntas de la prensa. Lo que no pudo evitarse es que, en plena crisis económica, se supiera el coste de más de 50.000 euros que abonó por cada miembro de su séquito. Eso y que se levantara la liebre entre la prensa al saberse que en el exótico safari estuvo acompañado de la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, algo más que una amiga. Y lo que era un secreto ahogado en los mentideros periodísticos se acabó por revelar como el segundo gran tropiezo que Juan Carlos cosechó en tierras africanas: el de la constatación de una doble vida, muy alejada de la imagen idílica que hasta entonces se había proyectado de la Familia Real. Por primera vez desde su reinado, saltaba el silencio mediático en torno a su vida privada al entenderse ahora que, por encima de todo, se trataba de un asunto de Estado.

Tampoco ayudó una incómoda visita que recibió el Monarca durante su hospitalización, la de su yerno Iñaki Urdangarin, cuya figura fue objeto de debate aquellos días sobre la conveniencia de que siguiera vinculado oficialmente a Zarzuela, salpicado como estaba en las investigaciones del 'caso Nóos'. Meses atrás, el mismo Rey había calificado de "poco ejemplar" el desempeño de Urdangarin después de que fuera imputado por corrupción. En esa misma alocución el soberano sostenía que "la justicia es igual para todos", así como que "las conductas censurables deben ser sancionadas". Pocos años después, es él mismo quien conoce la desagradable sensación de que su sola presencia resulta incómoda e inapropiada para la imagen de su propia familia.

Precisamente esas dos personas de su entorno, Urdangarín y Corinna, son los principales motivos que empujan a Juan Carlos a empezar a meditar en el 2013 si ha llegado el momento de dar un paso al lado para evitar una mayor erosión de su figura. A ellos se sumaba una tercera razón: su incuestionable deterioro físico, atestiguado en sus cada vez más frecuentes visitas al quirófano, cinco en poco más de año y medio para ajustar prótesis, aliviar dolencias traumatológicas y reparar achaques propios de su edad. También su lucidez quedaba en entredicho tras acumularse las caídas en público y con las flagrantes dificultades que mostró al leer su discurso en la Pascua Militar, en enero del 2014.

Dudas y prerrogativas

Medio año después, Juan Carlos abdicaba con la esperanza de remontar la caída en picado de la valoración de la monarquía entre la opinión pública (de 3,6 puntos sobre 10 en el sondeo del CIS de mayo del 2013; después, en seis años de reinado de Felipe VI, el ente solo ha preguntado una vez por la valoración de la monarquía) y cruzando los dedos para salir definitivamente del disparadero. Se acuñaba la figura del Rey emérito, con la que perdía protagonismo y algunas prerrogativas, y flotaba en el aire la duda de si también se extinguía la figura jurídica de inviolabilidad de la que gozó en su reinado. Una cuestión de lo más pertinente, toda vez que en los últimos años han aflorado los escándalos que cuestionan su figura de manera inexorable.

En los últimos tiempos ha trascendido el supuesto cobro de 65 millones de euros de origen saudí como comisión por la obra conocida como el 'AVE del desierto', que llegaron a una cuenta suiza en la que figuraba uno de sus primos como testaferro. Así lo revelaba en el 2015 la propia Corinna a José Manuel Villarejo, el excomisario de la Policía Nacional, que grabó la conversación con cámara oculta y que no ha dudado en utilizarla para tratar de blindarse de su particular acoso judicial. Hoy se sabe también que Juan Carlos retiraba 300.000 euros la víspera de cuestionar la honestidad de su yerno y que no dudó en obsequiar con un millón de euros a su también amiga Marta Gayá para que tuviera "una vida decente".

Todo a espaldas del fisco español, como otros depósitos que el Rey emérito presuntamente tiene en varios paraísos fiscales. Escándalos que asaltan las portadas de la prensa internacional y que derivan en una investigación del Tribunal Supremo por presunto cobro de comisiones ilegales y blanqueo de capitales. Sospechas que se agigantan, presiones que llegan incluso del Gobierno y que obligan a su propio hijo a renunciar a su herencia y a retirar al emérito la asignación oficial. La batida continúa, el cerco se estrecha.