Un sencillo experimento ayuda a calibrar la situación de la monarquía española. Si esta Nochebuena se hubieran emitido simultáneamente sendos mensajes de Felipe VI y Juan Carlos I en canales distintos, ¿cuál hubiera logrado mayor audiencia? Ahí radica el problema, en tener dos reyes en activo informativamente hablando. Y en que la sombra del padre no solo es más poderosa que el reinado del hijo, sino que lo asfixia y amenaza con hacerlo zozobrar.

La última trampa para elefantes interpuesta por Juan Carlos I en la trayectoria de Felipe VI es la expectación creada en torno a un mensaje navideño anodino, un catálogo de lugares comunes que no le serviría a un alumno adolescente para aprobar un examen de resumen de 2020. Si la pandemia ha servido al menos para atenuar el impacto de las tres investigaciones del Supremo, contra el Jefe de Estado más longevo de la España reciente, La Zarzuela no ha logrado reflejar el sentimiento colectivo ante el virus desbocado. Salvo para quienes se emocionen con la frase "cada persona importa y mucho".

El discurso del Rey se mide por sus ausencias, y Felipe VI no se atreve con Juan Carlos I. En ediciones anteriores a esta Nochebuena aciaga en que "muchas familias no os habéis podido reunir como estábais pensando", la vaga alusión al padre hubiera sido aplastada por el bullicio ensordecedor de los comensales. Incluso con media docena de convivientes desperdigados, es probable que a buena parte de espectadores les pasara tan desapercibido como a este espectador el párrafo "unos principios éticos que nos obligan a todos sin excepciones, y que están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares". Eso fue todo, un párrafo que podría intercalarse en cualquier discurso, viniera o no a cuento. Y encajado solo después de una ardua negociación con el Gobierno, por lo que cabe temer que la redacción surgida de palacio introdujera "consideraciones" exculpatorias.

Más allá de la versión regia del "alguien ha hecho algo", solo faltaría que el fraude masivo a Hacienda o la posible percepción de sobornos fueran tolerables cuando los comete un familiar. Felipe VI ha estado por debajo de "la justicia es igual para todos", el oráculo de Juan Carlos I que condenaba de hecho a Iñaki Urdangarin.

Aun admitiendo que el Rey vigente despojó del sueldo y expulsó del país a su padre a lo largo de 2020, ha preferido no participar estas decisiones traumáticas a unos ciudadanos a quienes se limita a compadecer por los estragos de la pandemia. Desde frases ambivalentes como "ni el virus ni la crisis económica nos van a doblegar", con una deficiente elección del verbo que precisamente se viene utilizando en positivo para "doblegar" la famosa curva.

El pudor expresivo de Felipe VI ante el desenfreno paterno debía trasladarse por fuerza a la ausencia de menciones a los centenares de militares jubilados, que se han dirigido al monarca con pulsiones golpistas. La presencia del ejército en el mensaje se limita a homenajear su papel en la pandemia. Paradójicamente, la degradación de Juan Carlos I protege a su hijo del ruido de sables, lo amortigua. La mayor decepción de los autores de los pronunciamientos es que sus manifiestos son más peligrosos para el Estado que la mera corrupción, pero no subyugan a la audiencia.

Un hijo no lo puede todo ante un padre que está vivo, al que sucede, que lo colocó en su cargo y que vivía en su misma casa mientras cometía sus poco presuntas tropelías. Felipe VI ha desoído la petición de un desnudamiento público. Buena parte de quienes le exigían un harakiri, no dudarán en excavarle virtudes balsámicas a un mensaje que marcha por detrás de los acontecimientos. Glosarán incluso serviciales la frase de despedida, "no será difícil que el año 2021 mejore a este 2020". Un excelente remate para una intervención irónica en la presentación de unos premios cinematográficos, tal vez preocupante en un jefe de Estado diagnosticando el momento más duro de su país.