El secretario general del PP es el fontanero de todas las averías del partido. No hay fuga de agua o negociación que no dirija dentro de las paredes de Génova. El último acuerdo, el más importante en los últimos tres años con el Gobierno, ha sido el de la renovación institucional. El reparto de papeles estuvo claro desde el principio. Pablo Casado lanzó la piedra desde su escaño sorprendiendo a propios y extraños, especialmente a Pedro Sánchez, que no contaba con una nueva mano tendida. Y menos aún, tanta concreción. Minutos después Teodoro García Egea ya estaba hablando con el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños

En el PP advirtieron que el acuerdo podía demorarse e incluso nombraron a la portavoz en el Congreso, Cuca Gamarra, como segunda de a bordo. Entre otras cosas, porque el acuerdo se vota en pleno y, por tanto, debe hacerse entre grupos parlamentarios. Pero no pudo ni intervenir. En 24 horas escasas el pacto estaba cerrado para renovar los cuatro magistrados del Constitucional, el Tribunal de Cuentas al completo, el Defensor del Pueblo y la Agencia de Protección de Datos. 

“Lo han llevado de tú a tú. Conversiones entre los dos”, explicaban en el entorno del secretario general. Fueron dos reuniones. Una, el miércoles por la tarde, que se alargó bastante. Cerca de cuatro horas. Después, mensajes hasta la noche. Y un nuevo encuentro el jueves a primera hora de la mañana para zanjar lo más importante. Ahora empezará el baile de nombres, aunque en el PP dan por hecho que no habrá mayor problema. Lo que realmente se atraganta en la negociación es el Consejo General del Poder Judicial y, por eso, decidieron apartarlo del resto de instituciones.

Casado y García Egea son el día y la noche. La seriedad y la prudencia —en el caso del primero— chocan con la campechanía del segundo, que se vale de su carácter en cada conversación importante. No siempre surte efecto. Algunos conflictos (sobre todo, internos) también han tenido que ver con su forma de operar. Pero el líder del PP lo ha puesto al frente de casi todo lo importante. “Eso lo lleva Teo. Y eso también”. Es la frase habitual al preguntar por un asunto que afecte al PP.

Teodoro García Egea, Cuca Gamarra y Pablo Casado. EP

Además de su conocido choque con la anterior portavoz parlamentaria, Cayetana Álvarez de Toledo, los principales líos internos los tuvo al hacer las listas electorales de 2019. La de las generales la enmendó en parte con la repetición de noviembre, pero la de las autonómicas y municipales levantó verdaderas ampollas en algunos casos. Carácter campechano, pero mano dura a la hora de relevar candidatos. Algo que se repitió el año pasado al negociar la candidatura conjunta con Ciudadanos para el País Vasco, con la defenestración de Alfonso Alonso. 

Uno de los objetivos de García Egea siempre fue la renovación territorial, que por fin está encauzada. La frase del secretario general —“sin partido no hay gobierno”— se ha hecho célebre en las filas populares e incluso ilustró su intervención en la convención de Valencia. Impulsar nuevos liderazgos y cubrir las bajas que en algunos casos se acumulaban desde hacía años era la obsesión del número dos del PP para revitalizar la organización desde que Casado llegó a la presidencia. Una vez terminados los congresos provinciales se abrió paso el turno de los regionales. Hace meses la sensación generalizada era que habría discrepancias de peso entre la dirección y los territorios. Con el tiempo —y alguna excepción en Andalucía— no ha sido así. Todas las miradas, sin embargo, se centran en Madrid.

La crisis interna más importante sigue latente entre Génova y la Puerta del Sol. Tuvo un episodio complicado en el 4-M (antes de empezar la campaña y en la propia noche electoral por la discusión sobre el balcón) ante la imposibilidad de acuerdo entre García Egea y el jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez, cuya relación parece del todo irreconducible. Es cierto que desde la convención nacional se inició una especie de tregua que, por ahora, se mantiene.

El hiperliderazgo de Ayuso es visto con mucho recelo por el secretario general del PP, que actúa en todo momento como escudero de Casado y que desconfía de las intenciones de Miguel Ángel Rodríguez en el medio plazo. El viaje a Estados Unidos de la presidenta madrileña (que llegó a poner en duda su asistencia al cónclave popular) se recibió en la planta noble de Génova como un cisma casi sin precedentes, sobre todo por lo mucho que se había implicado Casado en la organización de la convención desde hacía meses. Al final, Ayuso estuvo todo el fin de semana en Valencia.

Y, sin lugar a dudas, García Egea también pilota el proyecto de reunificación del centro derecha “por la base”, como dicen en el PP a menudo, que consiste sobre todo en absorber a Ciudadanos. Fue idea suya el fichaje del exsecretario de Organización del partido naranja en la época de Albert Rivera, Fran Hervías, al que colocó en la sede nacional bajo el área de Organización (que pilota Ana Beltrán), aunque realmente trabaja para el secretario general. A los movimientos de Hervías se suma la propia desafección que en muchas provincias sienten los cargos del partido naranja, con dudas sobre su futuro en política, asumiendo prácticamente la desaparición del partido después del resultado en Madrid y de haber perdido dos gobiernos autonómicos.

Lo que realmente activó este proceso de absorción, y también la racha que acumula García Egea al frente de todos los movimientos importantes del PP, fue la moción de censura en Murcia. El secretario general consideró un engaño total los movimientos de la formación de Arrimadas, a la que se habían acercado mucho en los meses anteriores, y que desató una crisis de desconfianza que, en el fondo, aún no se ha resuelto. A la operación para sacar a Fernando López Miras del gobierno autonómico se suma que Murcia es la tierra de García Egea, lo que hizo que el secretario general viera aquel desafío con un enfoque particular: en su propia casa.

A partir de aquel momento intensificó la presión para captar cargos del partido rival. El nuevo gobierno de Murcia fue para él un éxito, con cargos de Ciudadanos que se pasaron directamente a las filas del PP. La victoria de Ayuso (expulsó a los naranjas de la Asamblea de Madrid) agrandó el sentimiento de victoria. Y, a partir de ahí, las encuestas nacionales se dispararon hasta situar al PP como primera fuerza política (en todas excepto el CIS). Queda por ver si García Egea resuelve, de la mano del líder, la otra gran incógnita que sacude los cimientos de su partido: frenar a Vox.