“Nadie está por encima del PP. El partido es lo más importante”. La frase de Teodoro García Egea retumba en las cabezas de muchos dirigentes que desde hace días miran con preocupación el pulso desatado por el control en Madrid. Añaden otra convertida ya en el ‘leitmotiv’ del número dos de Pablo Casado, “sin partido no hay gobierno”, hasta el punto de que a menudo suscita bromas dentro de Génova por la insistencia con la que repite esas palabras. No son casuales. Es el camino por el que ha apostado el secretario general para encumbrar a su líder en la Moncloa y, de ahí, la mano de hierro desplegada desde hace dos años para relanzar orgánicamente el partido, con cambios bruscos en muchas provincias y una verdadera obsesión por culminar la renovación territorial. 

Esa tarea de situar el partido en el centro, pero siempre mirando a Casado, le obliga a encajar golpes casi a diario que muchas veces van dirigidos al jefe de filas. En realidad, es la ‘maldición’ a la que se someten todos los secretarios generales, independientemente de los partidos. Le ocurrió a Francisco Álvarez Cascos con José María Aznar y a María Dolores de Cospedal con Mariano Rajoy

Y no sólo ocurre con crisis internas como la actual, sino con negociaciones complicadas como la renovación institucional del Tribunal Constitucional que ha cosechado una infinidad de críticas por los nombres propuestos por los populares. Aún así, el número dos del PP avanza por el camino trazado con el visto bueno de Casado y, especialmente, con los congresos regionales.

Este fin de semana fue el turno de Castilla La-Mancha y evidenció el profundo conflicto desatado por el control de Madrid. Si sigue dependiendo de Egea, el cónclave no se celebrará antes de finales de la primavera de 2022. La crisis desatada entre Génova y Sol solo tiene una solución y pasa por un acuerdo entre Casado e Isabel Díaz Ayuso. Todos los sectores de la formación consultados por El Periódico de España coinciden en que el debate está “tan envenenado” que únicamente podrán salvarlo los líderes. Pero, mientras eso llega, el desgaste afecta a otros.

Y otro de los afectados es José Luis Martínez-Almeida. El alcalde es la figura que la dirección nacional ha lanzado como posible alternativa a Ayuso, a pesar de que él se resiste en todos los sentidos. Tampoco la presidenta regional está dispuesta a un enfrentamiento con él y, por eso, ambos aprovecharon el día de La Almudena para escenificar una unidad que realmente no existe. De lo que no quedan dudas es de que la estrategia diseñada en Génova de “aguantar” y “no ceder” es obra de García Egea. Como tampoco las hay del papel que juega Miguel Ángel Rodríguez en la Puerta del Sol, blindado por completo por Ayuso, que en ningún caso le dejará caer. Este sábado la presidenta volvió a pedir "democracia interna" en Puertollano.

Egea actúa como gran escudo de Casado y el líder jamás ha dejado entrever ninguna fisura a pesar del cuestionamiento que en ocasiones ha afrontado su número dos. Lo que sí ha hecho el presidente nacional es fomentar un reparto de papeles en el que Egea se quema a menudo

En la crisis de Madrid aparece como el gran señalado por su enfrentamiento con Rodríguez y por haber mantenido la apuesta de que Ayuso no fuera la presidenta del PP de Madrid, siendo el principal defensor de una ‘tercera vía’. Pero como señalan algunos cargos dentro de la formación, el objetivo último de Egea pasa por “mantener los equilibrios” en los territorios y proteger al líder. Su gran cometido, afirman, es que nada empañe las posibilidades de Casado de llegar a la Moncloa. Y donde él ve la exigencia de tener un partido unido, otros ven temor ante liderazgos emergentes.

La figura del secretario general es por definición la del dirigente que más marrones se come. Siempre ha sido así y suelen ser los protagonistas de las crisis internas. El primer número dos que Aznar tuvo en el PP fue Cascos, a quien llamaban “general secretario” en el partido, invirtiendo el orden de las palabras para dejar claro el carácter que imprimía al gestionar la formación. Estuvo al frente diez años, desde 1989 a 1999. Después llegó el andaluz Javier Arenas, que también tuvo una impronta propia en la secretaría general. 

Rajoy tuvo cuatro años a Ángel Acebes como número dos y después, ya en 2008, llegó María Dolores de Cospedal. Después de unos años en Moncloa optó por un modelo mixto, repartiendo el poder del Gobierno y el partido entre las dos políticas más poderosas durante su etapa como presidente: Soraya Sáenz de Santamaría en el primero y María Dolores de Cospedal, que ya ocupaba la secretaría general desde 2008, en el segundo. No fue una forma de conseguir precisamente la paz interna. Pero ambas, cada una en su papel, tenían también la función de parar los golpes que tantas veces iban dirigidos a Rajoy.

En el PSOE la historia es muy similar aunque el número dos del partido está ocupado por la secretaría de Organización. El caso más reciente es de apenas unos meses. José Luis Ábalos se encargaba de salvaguardar en todo momento la figura del presidente del Gobierno. Incluso antes de que Pedro Sánchez llegara a Moncloa, el exministro ya hacía de parapeto en el partido y siempre le acompañó hasta hacerse con la secretaría general (presidencia en el caso del PP). El final es de sobra conocido. Antes de Ábalos, Sánchez tuvo como número dos a César Luena (de 2014 a 2016) y la cosa tampoco acabó bien. Mediáticamente no tuvo tanta repercusión, pero el riojano sí sufrió el desgaste interno por la falta de mano izquierda, según decían en el partido, en un momento de máximo conflicto dentro del PSOE. 

Es una crítica que a menudo también ha cosechado el propio Egea desde que en 2018 Casado lo aupara al cargo. Todas las comunidades autónomas se han quejado en algún momento y con distinta intensidad de su intervencionismo, especialmente en lo que tiene que ver con los liderazgos y con la confección de listas (en 2019 primero y este mismo año en mayo con las elecciones en Madrid). Ahora, el pulso madrileño vuelve a enfocarle de cerca. Casado se resiste a una desautorización y en su entorno afirman que no la habrá. En la Puerta del Sol esperan que la haya.