El Gobierno daba por superada la crisis diplomática con Marruecos, después de que en agosto Mohamed VI proclamara públicamente su deseo de abrir una "etapa inédita" en las relaciones con España, esperaba que este otoño la comunicación entre los dos países estuviera totalmente restablecida y que antes de finales de año ya se hubiera celebrado la Reunión de Alto Nivel (RAN). El verano se había aprovechado para sanar heridas, tras la decisión de Pedro Sánchez de sacrificar a su ministra de Exteriores, Arancha González Laya, señalada por Rabat como culpable de la tensión política.

Pero pasan los meses y la interlocución entre los dos países continúa estancada. La embajadora marroquí, Karima Benyaich, que fue llamada a consultas en mayo, no ha regresado aún, y los ministros de Exteriores, José Manuel Albares, y Nasser Bourita, están en contacto pero todavía no han celebrado una reunión oficial. Primero se atribuyó la demora a la celebración en septiembre de elecciones en Marruecos. Después en el Ejecutivo pensaron que todo permanecía bloqueado a la espera de una nueva señal del Rey, que resolviera de una vez por todas la tensión. Mohamed VI ha hecho, efectivamente, hace unos días un nuevo gesto aunque en la línea contraria a lo que pensaba el Gobierno.

En su discurso por el 46º Aniversario de la Marcha Verde el rey aseguró que "estamos en nuestro derecho de esperar de nuestros socios posturas más atrevidas y claras" sobre la "integridad territorial" de Marruecos, en referencia al conflicto del Sáhara. Recordó el reconocimiento de su soberanía que hizo EEUU y como esto orienta el proceso hacia el plan de autonomía para este territorio que propone Rabat. Y aunque no citó de manera explícita a España, distintas fuentes marroquíes señalan que las palabras del Monarca están claramente dirigidas a nuestro país.

Este nuevo envite tiene desconcertado al Ejecutivo, según apuntan distintas fuentes, y sobre todo a Albares, que confiaba en una solución más rápida. Nadie tiene claro cuándo se normalizarán definitivamente las relaciones con Marruecos. Y el Gobierno, públicamente, sólo intenta esquivar el tema. El pasado martes, su portavoz, Isabel Rodríguez, evitó pronunciarse sobre ello y se limitó a decir que Marruecos “es un país, vecino, amigo y que es estratégico para España”.

Pero fuentes conocedoras de lo difícil que es la relación con Marruecos -nuestro país depende absolutamente del control de los flujos migratorios, el yihadismo y el narcotráfico que ellos realizan- apuntan a que "sigue congelada, en un momento de estancamiento". "No se ha agravado pero tampoco se ha desbloqueado", concluyen.

El reino alauí, explican fuentes de Rabat, exige más implicación del Gobierno español en la solución del conflicto del Sáhara, en la línea de la Administración americana. De hecho, la negativa a hacerlo fue el comienzo de las desavenencias con España. Primero, veladamente, con la llegada masiva de pateras a Canarias. Después, de manera abierta por la acogida del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, para tratarse de Covid en nuestro país, que llevó a Marruecos a lanzar una oleada migratoria contra Ceuta.

Pese a las demandas de Mohamed VI, desde el Gobierno se insiste en que no cambiarán la postura sobre el Sáhara, que pasa por una solución negociada entre las partes en el marco de la ONU. España no se saldrá del consenso internacional. Otra cosa es que no vea mal que EEUU y Francia trabajen para buscar una salida favorable a Marruecos, ahora que se ha nombrado un nuevo jefe de la misión para el Sáhara de Naciones Unidas. El Gobierno se encuentra, además, con una dificultad añadida por la ruptura de relaciones diplomáticas entre Rabat y Argel, que ha supuesto el cierre del gasoducto que atravesaba Marruecos con destino a España y del que el propio país africano se beneficiaba, tanto a nivel económico como de provisiones.

Argelia ha garantizado la llegada de gas a nuestro país -que sea el principal suministrador de este recurso natural siempre fue una de las razones para atender su petición de acoger a Ghali- pero lo cierto es que el cierre de unas de las tuberías dificulta el suministro. Ahora todo se mandará por el gasoducto Mezgaz, una instalación submarina que conecta Argelia y España, lo que obliga a realizar cargamentos de gas natural licuado en barco, en un momento de alza de precios y gran incertidumbre del mercado. Con Bielorrusia amenazando a Europa con cortar el envío de gas, lo que implicaría una lucha en el seno de la UE para conseguirlo, allí donde se produce.

No parece el mejor momento para que España enoje a Argelia, con una defensa más firme de la marroquinidad del Sáhara. Por eso la postura del Gobierno es continuar esperando a que Rabat se tranquilice y recordar que, como frontera sur de Europa, es su mejor representante en la UE, quien más claramente defiende las ayudas económicas por su papel en el control de la inmigración. Esta parece la mejor baza de nuestro país, la que siempre está ahí para jugar. El problema es que Mohamed VI también ha elevado el tono contra Bruselas y ha deslizado que no firmará ningún acuerdo internacional que no englobe al Sáhara, después de que la justicia europea haya tumbado los acuerdos de pesca precisamente por incluirlo.