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Perfil

Las varias muertes de Luis Roldán

Luis Roldán.

En uno de los inviernos duros de la prisión abulense de Brieva, en el gélido aislamiento que vivió como único inquilino varón de aquella cárcel de mujeres, Luis Roldán Ibáñez experimentó una de esas cercanías de la muerte, si como tal se tiene a la depresión. Y fue hasta el punto de que preocupó seriamente a sus vigilantes. Fue en 1996. Para pensar en otras cosas, pidió que le trajeran herramientas de jardinería, y se montó un huerto de invierno en el patio. Con los años, aquella azada y el rastrillo los usaría el exduque Iñaki Urdangarín cuando le tocó ocupar en solitario el mismo módulo para presos de especial protección.

El que fue primer director civil de la Guardia Civil -cosa chocantísima en el otoño de 1986, cuando fue nombrado- se encontraba, en el X aniversario de su subida a la cumbre política, habitando el peor de los sótanos para una figura pública: preso por corrupción... El primer gran corrupto encarcelado de la democracia en España comenzaba su condena a 31 años -cumplió nueve en primer grado- por malversación de fondos (públicos) reservados, fraude fiscal y cohecho. Veintiséis años después de su peor trago, ha fallecido este jueves en el Hospìtal San Juan de Dios de Zaragoza, con 78 años de edad.

En aquellos días de presidio Luis Roldán era una persona enferma. Tomaba 14 pastillas diarias, pero le rebajaban más la moral las cajas de Biomanán que le enviaba Blanca, la esposa de entonces, para que adelgazara. Terminó por no hacer caso a los batidos, y siguió tomando huevos con chorizo cuando los servía la prisión.

Muerte pública

Roldán ya había sufrido una primera muerte, el fusilamiento público que se buscó cayendo en la tentación de los fondos reservados y las comisiones por obra, y con la fuga a Laos, dejándose engañar por el agente Francisco Paesa, a quien pasó parte del fruto de sus latrocinios.

Al comienzo de 1993, cuando Diario 16 empezó a publicar el engrosamiento de su patrimonio (chalé en Tarragona, ático en la Castellana madrileña, finca en La Rioja...), aún faltaban unos meses para que un recién llegado ministro Pedro Solbes ordenara la intervención de Banesto. A partir del 28 de diciembre de aquel año, su presidente y autor del abismal agujero que hundió al banco, Mario Conde, convirtió a Roldán en una de sus herramientas mediáticas para tratar de evitar su propio procesamiento. Y florecieron muchas más revelaciones inaugurando una nueva etapa político-periodística: la crispación.

En 1994, unas fotos filtradas por uno de esos amigos que se arriman en la cumbre lo mostraron en inolvidables calzoncillos durante una fiesta con mujeres también en ropa interior y jugando con una foca hinchable. Las publicó Interviú. La juerga, a todo color, dejó estupefactos a los guardias civiles de base, los que menos despreciaban al jefe.

Roldán se había hecho querer entre la tropa, pese a que la prensa de la derecha de la época les hacía énfasis en que había robado el dinero de los huérfanos del Cuerpo. Empezó a ganarse ese aprecio cuando, en 1985, siendo delegado del Gobierno socialista en Navarra, la Guardia Civil detuvo al comando Nafarroa de ETA y él hizo algo poco usual. En aquella operación se quiso poner la medalla un alto mando, pero Roldán le reconoció el mérito al humilde guardia de puertas que avisó de un misterioso coche que solía parar ante la sede gubernamental.

Siendo director general de la Guardia Civil, corrió en el instituto armado su leyenda de tipo generoso con la pólvora del rey: que vino a llorarle una viuda de asesinado por ETA que no tenía otra forma de vida que fregar escaleras, y él abrió la caja de los fondos reservados y le soltó dos millones de pesetas porque le dio pena.

Años después, cuando ya se había buscado la ruina a base de forrarse, se sentía abandonado en la prisión por los compañeros socialistas que habían encumbrado al hijo de taxista, afiliado al partido al morir Franco y teniente de alcalde de la primera corporación municipal democrática de Zaragoza. "Son una panda de andaluces", comentaba amargado.

Siendo jefe de la Benemérita sus hombres desmontaron, en 1992, la cúpula de ETA en Bidart (Francia), dos años después de cazar en Sevilla a uno de los más sanguinarios etarras: Henri Parot. ETA ya no volvió a ser la misma; la lucha antiterrorista tampoco.

Fuga asiática

Pero todo eso se acabó de derrumbar cuando se esfumó de repente. Destituido el 3 de diciembre de 1993, una comisión de investigación del Congreso sentenció, seis meses después, que había concedido obras en casas-cuarteles a cambio de comisiones que recogía su testaferro Jorge Esparza, entre otras fechorías.

Pero Roldán ya había huido. El 26 de abril se fugó, derribando en su carrera al ministro del Interior, Antoni Asunción, que tuvo que dimitir. Se dejó hallar en Laos y pactó su detención el 27 de febrero de 1995 en el aeropuerto de Bangkok. Al de Barajas llegó ataviado con gabardina y gafas oscuras, flanqueado por policías y flasheado por fotógrafos, como un Lute moderno pero carente de aura.

Desde entonces no volvió a levantar cabeza. El dinero que dio a guardar, cerca de lo que hoy serían 10 millones de euros, se había esfumado en Suiza. En la cárcel trató de borrarse el estigma de ingeniero técnico industrial con titulo falso estudiando una carrera de verdad. Tres cursó por la UNED: Periodismo, Derecho y Políticas y Sociología. Se licenció en esta. Tenía la celda llena de libros empezados y sin terminar.

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