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Aniversario del crimen más cruel de la banda

25 años sin Miguel Ángel Blanco: "ETA, si lo matáis, lo pagaréis"

Ramón Jáuregui, Iñaki Anasagasti, Odón Elorza, Patxi López, Alfonso Alonso y Consuelo Ordóñez recuerdan cuatro días terribles que marcaron a la sociedad española

Manifestación en Bilbao exigiendo la liberación de Miguel Ángel Blanco, el 12 de julio de 1997. En la cabecera, entre otros, José María Aznar, Carlos Iturgaiz, Ramón Jáuregui y José Antonio Ardanza. Reuters

A las cinco de la tarde del jueves 10 de julio de 1997, una llamada desde Pamplona del presidente del PP vasco, Carlos Iturgaiz, situó al consejero de Justicia del gobierno de Vitoria en el arranque de un drama brutal: “Ramón, nos han secuestrado a un concejal de Ermua”.

El consejero socialista Ramón Jáuregui Atondo –que con el tiempo sería ministro de Presidencia y eurodiputado–, se enteró de la condición que ponía ETA –acercamiento de presos en 48 horas– para liberar al joven economista y edil del PP Miguel Ángel Blanco Garrido, y decidió irse a la casa de la familia en la calle Iparaguirre de la localidad vizcaína, en la linde con Guipúzcoa.

El albañil Miguel Blanco, el padre de Miguel Ángel, acababa de llegar de la obra. “En la casa estaban también la madre, la hermana y la novia –recuerda Jáuregui–. Me pedían: ‘Haga lo que sea’. Me sentí obligado a decirles una mentira piadosa, había que darles esperanza: ‘No se preocupen, lo sacaremos, la policía lo encontrará, y si hay que cumplir algo político lo hablamos’. Y yo no me lo creía. Sabíamos que tenía muy mala pinta; le habían plantado al Estado un órdago de tal naturaleza que sabíamos que no lo iba a aceptar”.

Al medio día del viernes, en la Mesa de Ajuria Enea, reunidos con el lehendakari José Antonio Ardanza Iturgaiz, Jáuregui, el peneuvista Xavier Arzalluz, y el alavesista Pablo Mosquera, “acordamos enviarle a ETA un mensaje: ‘Si lo matáis, lo pagaréis’. Decidimos convocar para el sábado tal manifestación en la calle que no se atrevieran a matarlo. Fue una manifestación en Bilbao tan grande, tan hermosa, que por un momento nos hicimos la ingenua ilusión de que habíamos ganado”. 

“¿Y si negociáis?”

En la mañana del viernes 11 de julio, cuando Miguel Ángel Blanco llevaba ya 20 horas retenido y se reducía el plazo del ultimátum de ETA, el entonces portavoz del PNV en el Congreso, Iñaki Anasagasti, habló con su mejor contacto en el PP, Francisco Álvarez Cascos. El diputado nacionalista tenía amistad con el que en ese momento era vicepresidente del Gobierno, consolidada en los días dedicados a negociar el apoyo del PNV a la investidura de Aznar. “Le dije que quizá convenía hacer algún intento de negociar lo que pedía ETA, porque estaba en juego la vida de un hombre. Pero él no se lo planteó: se remitía a Jaime Mayor Oreja -ministro del Inerior- que era quien llevaba la batuta, y con un criterio muy duro”, relata hoy Anasagasti.

Ramón Jáuregui: “Me sentí obligado a decirles a los padres de Miguel Ángel una mentira piadosa”

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El principio del Gobierno era “que el Estado no negocia con terroristas; de ahí no se movía”, recuerda Anasagasti, y lo resume con otra anécdota: “Una vez me dijo Rajoy: ‘No te olvides, Iñaki, de que Aznar es víctima del terrorismo’”.

Cinco lustros después, Anasagasti cree que, si de él hubiera dependido “y aún sabiendo que ETA era una cuadrilla de asesinos que necesitaba dar un escarmiento tras la liberación de Ortega Lara, habría tratado de negociar algún acercamiento de presos no en ese momento, y sin publicidad, pero habría hecho algo”.

Los políticos lo taponaron

Al atardecer del viernes 11 de julio, Consuelo Ordóñez Fenollar caminaba con su pareja por la calle Juan de Bilbao de San Sebastián –no lejos de donde asesinaron a su hermano Gregorio- insólitamente rodeada de gente no abertzale. “Salimos a lo viejo, sin proponérnoslo –cuenta-, y ellos no aparecían por ninguna parte”.

“Ellos” eran los amos de esa parte de la ciudad, guerrilleros de la kale borroka y simpatizantes de ETA. Cualquier día era muy osado, peligroso, pasear en colectivo por “lo viejo”, el feudo radical. “Pero ese día veíamos que la calle se empezaba a llenar de gente airada, harta, y ellos no estaban, no se les veía en ninguno de sus bares...”

Para quien dos años después fundaría el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite), aquella deambulación por territorio prohibido era señal de rebelión de una sociedad sometida a un terrorífico reality. “Recuerdo cómo iba creciendo la marea en la calle, sin que nadie dirigiera ni hubiera llegado aún ninguna convocatoria. Fuimos hasta Lagun –la librería mártir, atacada sucesivamente por franquistas y por etarras- y luego hasta Urbieta… A veces la gente iba callada, y a veces se ponía a gritar si veía algún trapo de los suyos colgando en alguna ventana”.

Reunión en Ajuria Enea de la mesa antiterrorista el 11 de julio de 1997. Miguel Ángel Blanco lleva 20 horas secuestrado. Preside el lehendakari José Antonio Ardanza. EFE

La noche del sábado Miguel Ángel Blanco enfilaba en coma sus últimas horas de vida cuando una tensa multitud se dirigió hacia la sede donostiarra de HB en la calle Urbieta, y allí mismo tendría lugar la noche siguiente “la escena increíble de los ertzainas quitándose el verduguillo, sintiendo que ya no estaban solos”, recuerda Ordóñez. Antes, por la tarde, cuando la ambulancia llevó el cuerpo herido del concejal de Ermua, Consuelo, hermana de asesinado, en la puerta del hospital se cruzó la mirada con Mari Mar, hermana de una víctima agonizante.

“Fueron cuatro días horribles”, suspira 25 años después. La hoy presidenta de Covite lamenta que “este país olvida lo que pasó en aquella época, no conoce al 99,9 % de las víctimas de ETA”. Por eso difunde a diario en las redes sociales retazos de intrahistóricas biografías de personas asesinadas.

Y sobre aquel espasmo cívico de manos blancas denuncia: “Los políticos se encargaron de taponarlo la reacción de la gente harta de sangre. Si vino luego el pacto de Estella, y si ETA duró tanto después, fue porque los políticos vieron que no podían dejar fluir la reacción del pueblo”.

Derrumbado en un sillón

A las cinco y media de la tarde del domingo 13 de julio de 1997, en el comedor de un apartamento de la costa andaluza, el alcalde de San Sebastián Odón Elorza se enteró por una llamada de su equipo de que Miguel Ángel Blanco llegaba a la clínica Nuestra Señora de Aránzazu. “Le han pegado dos tiros” le dijeron. Elorza se derrumbó en un sillón del comedor y exclamó. “¡Qué hijos de puta!”, y enmudeció mucho rato.

“Estaba con la mente casi en blanco, cortado, emocionado, jodido”, recuerda hoy. “Intuíamos que aquello iba a acabar mal, pero cuando nos enteramos fue como un hundimiento físico, psíquico, de desastre. Pensé que la historia del terrorismo estaba llegando a su nivel más terrible”.

Alfonso Alonso: “La gente no quiso asaltar la herriko taberna; la gente quiso quedarse con lo bueno”.

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El alcalde donostiarra cogía vacaciones en julio, porque agosto es un mes intenso en su ciudad. Vio desde el sur al siniestro cronómetro correr marcha atrás, y por televisión la reacción posterior, “el enfado de la gente, el no poder aguantar más. Temí que aquello se desbordara contra las sedes de Herri Batasuna, pero bastante prudente fue la gente, la verdad, tras una cosa tan terrible”, rememora.

En la calle frente al monstruo

Cinco horas después de aquella escena en Andalucía, el entonces parlamentario vasco Patxi López participó en una velada callejera en Bilbao. Por delante de él apareció un grupo de socialistas, uno de ellos con un cirio rojo en las manos. “La sociedad vasca se quitó de encima el miedo y se enfrentó al monstruo", reflexiona hoy quien llegaría a ser lehendakari años después.

Unas mujeres se lanzana abrazar a un ertzaina ante la sede de HB en San Sebastian, después de quitarse su pasamontañas. EFE

Con la perspectiva de 25 años transcurridos, Patxi López cree que la triste odisea de Miguel Ángel Blanco y el pueblo que lo quería volver a ver vivo "que el principio del fin de ETA. En la calle se les dijo a los terroristas lo que eran: fascistas y totalitarios, y que no los queríamos en nuestras vidas”.

El exministro de Sanidad con el PP Alfonso Alonso aporta su memoria también de una manifestación posterior, con Miguel Ángel Blanco ya exánime tras doce horas de agonía. Alonso era entonces un joven concejal del Ayuntamiento de Vitoria, que llegaría a gobernar dos años después. Conocía a la víctima de encuentros entre cargos municipales del PP vasco. “Éramos de la misma generación”, recuerda.

En la noche del domingo 13 al lunes 14 estaba en la plaza de Lovaina de la capital vasca, donde “se había acumulado un montón de gente ante la sede de HB”, relata. Y allí, como en San Sebastián, los ertzainas que se interponían entre la multitud y la herriko taberna se quitaron los pasamontañas. “Fue muy emocionante. A partir de ese gesto la gente no quiso asaltar la taberna, la gente quería quedarse con lo bueno. La gente estaba muy encrespada, y podía haber sucedido algo grave ahí, pero esa gente sin palancas de poder tenía una idea de dignidad, optó por la idea de que se podía convivir entre nacionalistas y no nacionalistas llamando a la barbarie por su nombre”.

Memorias enfrentadas

Hay un consenso absoluto entre todos los entrevistados en el repudio de la vileza que rodeó al secuestro y la ejecución programada que ahora cumplen 25 años. Pero aún hoy se cruzan detalles enfrentados del relato. “Cuando todo pasó, fui a una manifestación en Madrid. Iba en la cabecera, con otros políticos -relata Iñaki Anasagasti-. La gente empezó a gritar ‘Vascos sí, ETA no’, y Aznar me miró y se llevó un dedo a la oreja, como diciéndome que escuchase. Fue esa manifestación que acabó en la Puerta del Sol con Victoria Prego diciendo ‘A por ellos’. Yo le contesté en voz baja: 'A por ellos... pero con la ley en la mano ¿no?" Para él, aquello era el comienzo de una causa general contra el nacionalismo. "A partir julio de 1997 se creó una corriente tratando de meternos en el mismo saco a todos, como hizo el foro de Ermua”, protesta el dirigente nacionalista vasco.

 “ETA duró tanto después porque había construido un odio enorme, generó unas bolsas de odio y de fanatismo sobre un caldo de nacionalismo", argumenta Alfonso Alonso. Para quien pasó años duros de amenazas, aún vendrían malos tiempos después de la rebelión contra ETA de julio de 1997. "Con la reacción popular nos dimos cuenta de que no estábamos solos -cuenta-. Pero aquella sensación desapareció pronto cuando vino después el pacto de Estella. Eso fue indigno. La sociedad vasca se ha transformado más gracias a quienes no tenían el poder pero si una idea de dignidad, que a los que han tenido palancas de poder".

"La tregua de Estella que vino después compromete al PNV a defender la autodeterminación. Fue una tregua trampa, porque ETA aprovechó para recuperarse", cree Ramón Jáuregui. Para el veterano socialista vasco, aquella tragedia que cumple ahora 25 años "era un secuestro con orden expresa de matar", y ante el que el Estado no podía ceder: "Hubiera sido echar por la borda 40 años de lucha contra ETA. No hacer concesiones políticas estaba en la base de la democracia española"

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