Desde que a mediodía se dio a conocer que era el ganador del premio “Princesa de Asturias” de Comunicación y Humanidades de este año, Nuccio Ordine (Calabria, Italia; 1958) está pegado al teléfono, encadenando una llamada tras otra y atendiendo los requerimientos de la prensa española e internacional. Por este día al menos ha tenido que aparcar sus alegatos contra las prisas y un modo de vida que no deja tiempo para la reflexión y el disfrute. “Este es un momento muy feliz, y muy cansado también”, admite al descolgar el teléfono, en un español casi perfecto coloreado con el característico acento italiano. Enseguida se repone y, enérgicamente, aprovecha la ocasión que le brinda el premio para lanzar su mensaje.
–¿Cansado?
–Estoy recibiendo muchas llamadas, pero esta es una ocasión muy importante para exponer los valores que estoy defendiendo desde hace décadas: la importancia de la escuela, la importancia de la enseñanza de las humanidades, de la libertad.
–¿Dedica el premio a alguien? ¿Quizá a los maestros y los profesores a los que tanto reivindica?
–El prestigio de este premio en la primera cosa que me ha hecho pensar es en mis profesores y mis amigos, en Emilio Lledó, Umberto Eco y George Steiner, con los que tengo una deuda muy grande por todo el saber que he recibido de ellos, y en los maestros anónimos que en un pequeño pueblo de Calabria, de América Latina o de África están cambiando la vida de los niños, sin saberlo. Es una tarea muy importante. He visitado recientemente Colombia, Bogotá y he visitado los lugares de Gabo, Ciénaga, en Magdalena, en la región de Santa Marta. Allí, a dos horas de lancha, he ido a un pueblo pequeño, donde solo se vive de la pesca, y allí hay un maestro de Barranquilla que se levanta todos los días a las cuatro de la madrugada y emplea cuatro horas para ir y cuatro para volver, para dar clase a los niños. Ese trabajo vale oro, ¿y cuál es el sueldo que gana ese profesor?, ¿qué valor se le da a lo que está haciendo? Nada, nada. A ellos les quiero dedicar este premio.
–¿Recuerda especialmente en este momento a alguno de sus maestros?
–Tengo el recuerdo de mi maestra de la escuela primaria, Ofelia Brancati, y de mi profesor de la Secundaria, Giorgio Franco, y de mi profesor de la Universidad, Julio Ferroni. A él le he dedicado mi último libro, con una frase con la que he querido reconocer lo que hizo por mí: «Ahora, para antes», y para decirle: «Esta es una deuda que tenía contigo», una deuda que también tengo con mis amigos, con Emilio Lledó, con Umberto Eco y con George Steiner, que son gigantes de la cultura.
–Adela Cortina, ¿la conoce?
–No personalmente, pero por supuesto, la he leído.
–Pues Adela Cortina, al hablar de la concesión del premio ha dicho que usted encarna la defensa de los valores europeos y universales que hay que defender sin complejos.
–Esa es la verdadera tarea de la escuela y la universidad. No es formar profesionales sino ciudadanos cultos, que pueden criticar los falsos valores de la sociedad, que puedan decir no a la idea de que la dignidad humana se puede medir con dinero. Los pescadores de una laguna humilde tienen dignidad no por el dinero que ganan sino porque trabajan por sus hijos. Basta ya de defender la deriva utilitarista que mira solo al mercado, a los rankings...
–Ya que habla de la dignidad de la gente humilde, ¿qué tiene que decir de la política migratoria de Giorgia Meloni en su país?
–En «Los hombres no son islas» (Acantilado, 2022) escribo contra la visión de estos políticos que piensan que el hombre tiene que ser egoísta y pensar solo en sí mismo. La vida de un hombre que solo piensa en sí mismo es una vida mísera. Borges, en «La muralla y los libros», cuenta la historia de un emperador que quemaba los libros y construía muros con ellos. Eso es lo que estamos haciendo: estamos construyendo muros en todo el mundo, invirtiendo mucho dinero en hacerlo, y con ello estamos construyendo una peligrosa cárcel para nosotros mismos.
–Quizás a los políticos no les interesan los ciudadanos cultos.
–Una sociedad que piensa que la dignidad es algo que se puede medir con el dinero es normal que desprecie el conocimiento. Los presidentes Trump, en Estados Unidos, y Bolsonaro, En Brasil, despreciaban la cultura, el conocimiento, la ciencia… ¿Qué puedo decir? La única manera de defender a los estudiantes contra eso es decirles: «Escuchar música, leer un libro mirar un cuadro no significa perder tiempo, significa hacer nuestro tiempo más valioso y hacerlo más valioso para los otros».
–Y en medio de este mundo mercantilista, ¿usted no se siente un rebelde solitario?
–Pienso que los buenos profesores tienen que ir contracorriente como los salmones, tienen que formar herejes, formar pensadores críticos con los falsos valores. La escuela y la universidad están preparando soldaditos, pollos de engorde, consumidores.
–Antes de despedirle, ¿se tomará un tiempo para celebrar el premio?
–Hoy no tengo tiempo de celebrarlo, tengo entrevistas todo el día.