Cada una de nosotras se hace mujer a diferente edad. No siempre el hecho de aparcar la «Barbie», ponerse el top y empezar a mirarse de perfil en el espejo significa que el objetivo esté conseguido. A veces unos calcetines muy altos que rellenan los huecos del sostén pueden crearnos falsas esperanzas. Arancha Sánchez Vicario, por ejemplo, se hizo mujer a los treinta, mucho antes que Rosana la cantante, cuando dejó la raqueta y aparcó la melena a lo Camilo Sesto y empezó a sentarse cruzada de piernas y a ponerse zapatos sin cámara de aire.

Hubo un tiempo en que no se sabía si aquello que se movía por la pista de tenis era una mujer o la hermana gemela de José Luis Rodríguez «el Puma». Pero fue retirarse de la «línea deportiva» y empezar a poner empeño en depilarse las piernas. Y ¡ojo! que esto no es tarea sencilla. Una vez coincidí con una asturiana en Mallorca que llevaba las piernas trasquiladas en paralelo. Raya sí, raya no. La viva imagen del bocadillo de Nocilla de sabores. Fue verla y ponérseme los pelos como escarpias. Otra que tardó en depilarse y florecer, dijera mi abuela que siempre tiene recursos para dejar bien al sector femenino, fue la Infanta Elena. Si cierro los ojos y la recuerdo, siempre se me aparece la Desi de «Verano azul» con aquellos hierros en los dientes y la trenza de raíz al viento pedaleando en una BH con cesto. Y si aprieto un poco más, me mancan las lentillas. Pero la Infanta se soltó la melena y se dejó asesorar por aquel hombre navarro de nariz torneada envuelto en pashmina y se puso un prendedor en la coronilla y mejoró, algo. El Marichalar (marido, «chado a perder», larguirucho) ahora posado en el burladero del Museo de Cera de Madrid, lo intentó, pero a punto estuvo él de convertirse en mujer; menos mal que siempre nos quedará Paquito Clavel, ese extraño ser de la farándula que fue creándose a razón de las entregas de Galería del Coleccionista. Al lado de éste, el «ex» de la Infanta se queda en nada.

Lo que no sé es por qué algunos hombres piensan que nuestros poros de la piel sólo sirven para transpirar y que nunca tienen pelos. Lo lógico es que no, aunque, bueno, las hay que dicen que pasan de depilarse en invierno. Tengo una amiga, que no conocéis, que no se depila de octubre a mayo. Dice que así anda más abrigada, y yo le digo que como un día se rompa un tobillo y tenga que ir al hospital a radiografiarse con semejante matojo no van a ser capaces de analizarle el hueso. «Ya sería casualidad», me decía ella. Pues pasó.

Y tuvo que rasurarse porque la escayola no se le adaptaba a la pierna, aunque ella optaba por una trenza de raíz, tipo la de la Infanta.

La verdad es que el exceso de pelo no mola nada. Yo soy de la opinión de que ante un marido con pelos en la espalda, mejor estirado en el pasillo, como un felpudo. Sé de uno que se echa keratina en la espalda para que no se le abran las puntas. ¡Maldita publicidad! Es que desde que Arancha Sánchez Vicario dejó de frecuentar la peluquería Camarón, parece que las mujeres nos sentimos como menos femeninas. Sólo falta que un día de éstos nos salga en la teletienda anunciando el nuevo sistema de depilación definitivo Nono, que siempre barajo si comprármelo o no. Pero, bueno, no se agobien, que todas podemos ser mujer. Un poco de keratina, algo de deporte, aparcar el bocadillo de nocilla, tirar un poco de la tira del sujetador y apretar para dentro como cuando van a sonarte las tripas, mala cuenta que no podamos ser, al menos, una infanta (iniciada en la fantasía de «tar mu buena») y si no siempre nos quedará el capítulo de «Verano azul» en el que Bea se hizo mujer. ¡Vaya llorera!