El presidente de EE UU, Barack Obama, es un gran defensor de la alimentación sana, pero de vez en cuando se salta sus propias recomendaciones a la torera, como el jueves, cuando apareció en un restaurante para comer alitas de pollo con salsa picante.

Obama se desplazó a Buffalo, en el estado de Nueva York, para visitar una fábrica y mantener una charla con sus trabajadores; pero en el camino paró en uno de los restaurantes más típicos de la localidad -de donde procede uno de los aperitivos más clásicos de la comida estadounidense, las «Buffalo wings» o «alitas de Buffalo». Son alas de pollo fritas bañadas en una salsa de barbacoa que, según el establecimiento que las sirva, puede ser más o menos picante. Tras escuchar la recomendación de uno de los clientes del local, optó por cinco alitas picantes «normales» y cinco «extrapicantes». «Ésta es la capital de las alitas», aseguró Obama, quien insistió en pagar de su bolsillo la consumición: 10,82 dólares.

No es la primera vez que «se escapa» para comprar algo de comer que no encaja en las recomendaciones de sus médicos. En una gira el mes pasado por Iowa, Misuri e Illinois, se detuvo en una cafetería rural para probar el pastel de ruibarbo, que acompañó de un café. Hace apenas tres semanas, en una escapada de fin de semana con su esposa, Michelle, a Asheville, en Carolina del Norte, se dio un homenaje en otro restaurante de fama local, en el que compartió con la primera dama un festín de costillas ahumadas, pan de maíz, guiso de judías, verduras, macarrones con queso y postre de maíz.

En otras ocasiones se ha presentado en hamburgueserías de Washington para encargar el bocadillo de carne molida, que es el emblema de la cocina estadounidense. Otra de sus debilidades es la salchicha «medio ahumada», una especialidad local de Washington. Una de sus últimas actividades antes de jurar el cargo como presidente fue almorzar en el restaurante que ha dado fama a ese plato, una salchicha de cerdo y vaca con mostaza, cebolla y chile. El presidente también ha admitido sentir una debilidad especial por los dulces que preparan los reposteros de la Casa Blanca.

No es de extrañar que en la revisión médica a la que se sometió el pasado 1 de marzo sus médicos le encontraran que le había subido el nivel de colesterol LDL (el «colesterol malo», en términos vulgares) a 138 miligramos por decilitro de sangre, en el límite de lo saludable.

Durante una visita a Georgia en marzo, mientras se disponía a engullir un menú de comida sureña -especializada en platos como el puerco asado, puré de patatas, boniatos y crema de maíz-, Obama dijo: «No quiero sermones sobre mi colesterol. Que no se entere Michelle».