Pablo J. GARMÓN

Horacio Lavandera tiene veintidós años y es uno de los pianistas con mayor proyección de futuro del panorama actual. Nacido en Argentina y, desde hace cuatro años, residente en Madrid, Lavandera es nieto de asturianos, y a mediados de septiembre homenajeará a sus raíces con un recital en el Museo Evaristo Valle. LA NUEVA ESPAÑA ha hablado con él durante un improvisado ensayo en Gijón.

-¿Qué tiene en cuenta cuando diagnostica el sonido de un piano?

-La impresión técnica del instrumento y la respuesta del sonido que uno quiere. Hay una frase que es muy interesante que dice que, con cualquier piano, uno puede sacar el sonido de todos los pianos del mundo. Los pianistas tenemos que adaptarnos a cada circunstancia, a cada lugar. Uno tiene que jugar con todos los parámetros acústicos, y cuanto más conozca el instrumento, mejor será el resultado, aunque luego cambia muchísimo con la llegada de los espectadores, es imposible saber cómo va a ser en vivo.

-Usted ha sido niño prodigio, ¿cómo surgió su pasión por la música?

-Fue muy natural; vengo de una familia en la que aprender música es como aprender a leer o a escribir, algo básico. Siempre sentí mucha inclinación por ella y desde que tuve uso de razón estudié con mi padre, percusionista de la Orquesta de Tango de Buenos Aires. Pero lo que yo más quería era un instrumento como el piano, tener todas las herramientas necesarias para poder dedicarme a la música, aunque no pensaba en emplearme como concertista, pensaba en dirección de orquesta, composiciónÉ

-¿Tiene tiempo para la composición musical?

-Sí, compongo continuamente. Para mí, como intérprete, resulta imprescindible estar constantemente creándome problemas de composición, porque de esta manera uno entiende muy bien la formación, la morfología de lo que está interpretando. Desde que empecé a estudiar piano hago mis trabajos, al principio básicos, pero ahora es un lenguaje muy complejo: en el futuro ya habrá tiempo para presentar lo mío; soy intérprete y quiero ir por partes.

-¿Cuáles son sus referentes musicales?

-En cuanto a pianistas, aquí en España estoy escuchando a Alicia de Larrocha y al maestro Josep Colom, son grandísimas influencias. Y vengo de una escuela pianística muy importante en Argentina, Vicente Scaramuzza, de modo que también tengo a Martha Argerich y a Daniel Barenboim. Pero escucho a muchos pianistas, me gusta enriquecerme con buenas ideas. Y en cuanto a compositores, en España he desarrollado mi gusto por Albéniz, Manuel de Falla, Granados; y al ser argentino tengo una gran identificación con Ginastera. Sobre todo, a uno de los que más me gusta interpretar es Alban Berg, un compositor austriaco que murió antes de la II Guerra Mundial, con una expresión sin igual. Y, por supuesto Beethoven, Mozart... en definitiva, todos.

-En la interpretación de una obra, ¿cuánto de ese sonido se debe al compositor y cuánto a usted?

-Por lógica, la música es del compositor, pero es cierto que cuando la obra sale de sus manos es universal y está viva. A la hora de abordar una obra, intento dar la mayor claridad, la mayor traducción posible en cuanto a mi análisis, lo que me dice el compositor. Antes de poner mis manos sobre el piano intento hacer el mayor estudio posible sobre la obra, un estudio exhaustivo, casi filosófico: lo que me aporta como músico y como ser humano, y la fantasía de esa música. Intento ser lo más honesto y objetivo posible con el compositor, tener la mayor comprensión de las tensiones y relajaciones de una obra de arte. Llevar al público mensajes de paz, de armonía. Cuanto toco, intento meterme en mundos muy precisos, con conceptos muy claros, transmitir todo mi conocimiento. Pero también el público tiene que hacer el esfuerzo de tener su estudio de cada obra, que espectador e intérprete estén muy preparados para el concierto, el gran interés por una obra de arte que, siendo inmortal, nos eleva a ser cada día mejores. Es crucial representar lo que un compositor imaginó en su partitura e intentar ir más allá. También por eso he trabajado con muchos compositores vivos; estoy por hacer un disco con cinco españoles de la Generación del 51: interpreto obras de Luis de Pablo, Tomás Marco, Antón García Abril, Cristóbal Halffter y Joan Guinjoan. Permite el juego entre lo que piensa el compositor, lo que uno imaginó como intérprete, hasta dónde pueden tomarse libertadesÉ

-¿Tiene algún concierto que recuerde con especial cariño?

-Muchos, como tocar en la Scala de Milán, es imborrable. Y cumplí uno de mis sueños: hacer piano con electrónica, un momento que esperaba mucho, con música de Karlheinz Stockhausen, entre otros. Pero cada concierto tiene su importancia. Y éste de Gijón lo estoy esperando con muchas ansias, sobre todo por mi abuelo, que se llama como yo y es de Vegadeo, aunque vivió desde muy pequeño en Argentina porque la familia se fue por la guerra civil. Es un concierto muy especial porque es la tierra de sus orígenes. Son muy curiosas las vueltas de la vida, yo ya llevo cuatro años en Madrid. Mi bisabuelo viajaba bastante a Argentina y, debido a los problemas de mediados de los años treinta, decidió quedarse allí. Su adaptación fue mucho más difícil que la mía ahora que he vuelto a España: he llegado con beca y conciertos, bastante resguardado. Probablemente el repertorio de Gijón sea el «Claro de Luna» de Beethoven, la «Sonata n.º 21» de Waldstein, los «Vals op. 18 y 34» de Chopin, la «Rapsodia húngara» de Liszt y la «Fantasía baetica» de Falla.

-Una buena interpretación ¿se debe más a la técnica o al corazón?

-A ambas; la sensibilidad también tiene que estudiarse, uno tiene que percibir cómo va emocionándole cada nota que interpreta, porque cada nota pasó por un pensamiento y una emoción por parte del compositor a la hora de escribirla en el pentagrama. Es un gran pensamiento del corazón. Esta dualidad es lo que hace viva la música.

-¿Cómo es su obra perfecta?

-No sé si se puede hablar de obra perfecta, se puede hablar de obra de arte, que hasta cierto punto no es perfecta, una irregularidad que es reflejo de la naturaleza y que nos hace querer ir más allá. Se trata de la búsqueda de la perfección. Uno de mis sueños es, aunque ya hablamos de futurismo, rodear al público, interactuar diferentes orquestas en un mismo espacio abierto, direcciones del sonido en un macroespacio. Una obra de arte gigantesca, en la que habría como catorce orquestas, se necesitarían diez cerebros para poder digerir semejante polifonía. Siendo más realista, un concierto ideal sería un repertorio tan sólo con música de Alban Berg; tengo una sensibilidad muy curiosa con él, aunque hizo una sola pieza de piano de doce minutos.

-¿Qué es para usted su música?

-En mi vida lo es todo, porque la música abarca tanto que corresponde a todas las leyes del ser humano y del universo. Los antiguos decían que la música, las matemáticas y la astronomía van absolutamente de la mano. Estudio todo lo que tiene que ver con lo que yo hago. Ahora mismo estoy leyendo a Homero. Cada compositor tiene su contexto, sus escritores, sus filósofos... los cuales, aunque quizás no los haya leído, muestran su época en palabras y cultura que no son música. El poeta polaco Mizkiewick, muy nacionalista, tenía una conexión profunda con Chopin. Cada compositor tiene un contexto que enriquece mucho a uno al estudiarlo. Como músico hay que estar alerta a todo: no hay nada que no me pueda interesar.