J. C. GEA

-«La emperatriz de Roma» cierra una larga trilogía: se ha pasado en Roma veinte años.

-No por mi culpa. Cuando escribí «Nerón: diario de un emperador» hace veinte años no lo quiso ninguna editorial española con el argumento de que era demasiado buena. Pero al final he podido terminarla.

-Y darle la vuelta a personajes como Nerón, Séneca y, ahora, Agripina. ¿Ha pretendido rectificar la historia desde la ficción?

-En cierto modo. Todo empezó por casualidad, cuando estaba viviendo en una masía catalana y de repente leo lo que dice Suetonio sobre Nerón y me digo: «Aquí detrás hay algo mucho más interesante, la tragedia de un artista al que le dicen: $27Tú, emperador, por cojones$27». Me di cuenta de que no sabía nada sobre Roma y me tuve que convertir en especialista. Y lo que me asombró, teniendo como tengo una formación científica, es ver cómo se ganan la vida los historiadores tan fácilmente, sin romperse la cabeza, simplemente repitiendo lo que dijeron Tácito y Suetonio. Y repitiéndolas incluso mal.

-Tampoco es la Roma de Robert Graves.

-Es que lo de Graves es un plagio descarado de Tácito y Suetonio: páginas enteras sin cambiar ni una palabra. Yo traté de hacer algo muy distinto: dar una explicación de cómo pudo haber sido la vida de Nerón, de Séneca o Agripina. No deja de ser una interpretación, pero creo que mucho más válida que la de los historiadores, además de romper con las inexactitudes de Hollywood, como la persecución de cristianos en una época en que los cristianos eran desconocidos.

-¿Y el interés por las figuras femeninas, como la propia Agripina o la científica Hypatia, protagonista de otro libro suyo?

-En el caso de Hypatia, quería rescatar una figura desconocida salvo en los medios matemáticos, a pesar de que es la científica más importante de la antigüedad. Para mí Hypatia significa el fin de una época: un período muy brillante de la ciencia que se pierde en tiempos de Roma y que estamos redescubriendo como quien dice ayer mismo. Antes, yo pensaba, como Gibbon, que esa decadencia se debía al cristianismo, pero hoy creo que los romanos solitos se hubiesen cargado la ciencia sin necesidad de cristianos. Con Hypatia hay un renacimiento de la ciencia; cuando la matan los cristianos eso significa el comienzo de la Edad Media.

-¿Y Agripina?

-Lo que me cabrea es que incluso un historiador como Pierre Grimal escribe una novela de mierda, que en alemán se titula «La puta de Roma», interpretando a Agripina desde ese concepto misógino de que una mujer sólo puede subir a través del sexo. Por el contrario, Agripina era una mujer genial, de una inteligencia increíble, pero se enfrentó a una sociedad patriarcal y eso la llevó a la muerte. Eso es lo que quise salvar.

-Con recado feminista.

-Sí, desde luego. Creo que logré meterme dentro de la mentalidad de estas mujeres, y tengo que decir que me resultó más fácil meterme dentro de Agripina o Hypatia que de Séneca.

-También parece haber «recado» político en su Nerón, que quiere retirar cuanto antes las legiones de Britania y dejar de invadir territorios.

-Y fue así, no me invento nada. Ya existía ese tipo de mensaje en la novela sobre Séneca, donde hago un paralelismo muy claro entre Julio César y Bush. César hace una guerra ilegal y se carga la República; Bush hace una guerra ilegal y se carga la democracia, porque en este momento no creo que se pueda hablar de democracia en los Estados Unidos.

-Si hubiese más paralelismos posibles, ¿estamos viviendo el declive de nuestra Roma?

-Seguramente. Que vivimos en un momento de decadencia intelectual me parece muy claro. Hay un libro maravilloso de Dodds, «Los griegos y lo racional», en el que cita como ejemplo de decadencia que en los años cincuenta, en Estados Unidos, había dos periódicos que daban el horóscopo. Ahora falta poco para que lo den hasta en el telediario.

-Ahora que ha terminado con Roma, ¿adónde irá?

-En realidad estaba hasta los huevos de la novela histórica, entre otras cosas por el «boom» éste, que me parece asquerosísimo...

-¿Y eso por qué?

-Porque se publica mucha bazofia. Cosas que no se pueden llamar ni novelas. Generalmente, los historiadores, como tienen problemas de queridas, se divorcian y tienen que pagar -tengo casos concretos en la cabeza-, hacen una especie de ensayo histórico que se arma muy fácil, con tijera y goma de pegar, le meten diálogo y dicen: «Esto es una novela». Cuando yo escribí el Nerón, nadie decía que aquello era novela histórica. Era novela, y punto.

-¿Y lo que haga ahora?

-Desgraciadamente, va a ser novela histórica.

-No me diga.

-Es que mi editora me dijo: «¿Por qué no escribes novela histórica con intriga?» Nunca había hecho algo así, pero estoy escribiendo una novela negra en la época de Trajano. Me he divertido muchísimo. Y me da la impresión que va a dar para mucho más.