Miriam SUÁREZ

-Nosotros ya nacimos modernos.

A José María Fernández Meana no le falta razón. La primera fase de Montevil se entregó en 1997 y la segunda, en 2002. El barrio, que surgió de la suma de terrenos que antiguamente pertenecían a Contrueces, Pumarín y Roces, ya se desarrolló siguiendo unos patrones urbanísticos propios del nuevo milenio. «Tenemos calles anchas, grandes jardines, equipamientosÉ», enumera Meana, con sonrisa de satisfacción.

Sólo la urbanización de Poniente les gana en juventud, y todavía no ha adquirido entidad de barrio. Montevil, en cambio, ya se ha consolidado como tal, pese a que sigue en proceso de formación. «El único solar edificable en el que todavía no se ha metido mano es uno pequeñín que hay en la calle Velázquez», apunta Meana. En el resto de parcelas o hay bloques de pisos ya habitados o en vías de construcción.

En la parte sur de Montevil -la primera en desarrollarse-, se promovieron 1.778 viviendas, en su mayoría sujetas a protección. La segunda fase, de iniciativa privada, puso en el mercado otros 1.378 pisos. En cuestión de seis años, la población del barrio pasó de 3.135 habitantes a 7.986. Lo que supone un aumento del 61 por ciento.

«Es mucho lo que aquí se construyó», sostiene José María Meana. ¿Y los precios? «Baratinos», ironiza. Un tercer piso con tres habitaciones, trastero y garaje supera los 250.000 euros. Cuando Montevil todavía estaba en pañales, en la zona se podía encontrar una vivienda por menos de 120.000. «También es verdad que, antes, esto era periferia pura y dura, y ahora estamos ya metidinos en el cogollo urbano. No te digo nada cuando hagan todo lo de Roces», matiza Meana, uno de los veteranos de la asociación de vecinos creada en Montevil bajo el nombre de «El Roble», en alusión a un carbayo casi bicentenario que ha sobrevivido a la invasión de grúas y excavadoras.

Montevil se ha ido integrando en la ciudad. Pero se trata de una integración puramente geográfica, ya que su dinámica sigue siendo la de un típico barrio dormitorio, donde «abundan las familias jóvenes, que se pasan el día fuera, trabajando». Aun así, el vecindario ha ganado ritmo comercial y los bajos de los edificios se van poco a poco ocupando. No hierve de actividad, pero, al menos, ya no es el desierto de los primeros años.

«En torno a la plaza de Sara Suárez Solís, por ejemplo, ya casi no hay locales vacíos. Pero todavía queda mucho bajo por ahí sin ocupar», confirma José María Meana. «El barrio ha crecido mucho, pero lo cierto es que, a determinadas horas, no hay un alma por la calle», añade.

Fuera de horario laboral, parece que Montevil despierta. Entonces, sus amplias zonas verdes empiezan a cobrar vida. «Somos privilegiados. No hay otro barrio en Gijón con tantos jardines como nosotros», se enorgullecen los vecinos. El 25 por ciento de la superficie de Montevil -111.000 metros cuadrados- se ha destinado a zona verde. Muchos de esos espacios abiertos todavía «están algo sosos».

La asociación «El Roble» reivindica ornatos florales para los parques más desangelados. También reclama mejor iluminación y juegos infantiles en algunos casos. Según explica María del Mar Vázquez, presidenta vecinal desde el mes de abril, «aquí hay mucho verde, pero muy pocas zonas infantiles con juegos para los críos. Y no hay que olvidar que éste es un barrio donde se ha cuadruplicado el número de niños».

Que reclamen este tipo de detalles delata que «somos siglo XXI» y el barrio tiene sus necesidades cubiertas. La más acuciante guardaba relación con el tráfico y ya está resuelta: «Tanto en la calle Velázquez como en Ramón Areces no había semáforos, y las velocidades que cogían los coches eran de escándalo. Nos instalaron diez semáforos de una tacada». Ahora, a Montevil sólo le hacen falta «detallinos».