He tenido la suerte de compartir horas de conversación con Joaquín Rubio Camín a lo largo de estos últimos trece años de su vida. Su fallecimiento me cogió por sorpresa en la mañana del pasado sábado 29 de diciembre. Conocía de su enfermedad por Amador Fernández, quién días atrás me había comentado su delicado estado de salud. Nada voy a aportar en estas líneas de su buen hacer como pintor, escultor, diseñador, fotógrafo, gran creador; todo se ha dicho ya en los diferentes medios de comunicación. Les voy a hablar de la orfandad de San Pedro al morir Camín.

«É los pintores son gente extraña, con ternura y zarpazo, que hacen chocar la hondura y la apariencia y alumbran destellos de insana lucidezÉ». F. Carantoña

La relación de Joaquín Rubio Camín (Gijón 1929-2007) con la iglesia de San Pedro se inicia en el último tercio de la década de los cincuenta del siglo pasado cuando el entonces regente de dicha parroquia, don Ramón García González, le realiza el encargo de diseñar un nuevo altar mayor. En dicho espacio litúrgico Camín intervendrá de una forma total, el sagrario -con un mosaico de José Luis Sánchez en su puerta- el baldaquino, los candelabros, la impresionante mesa de piedra de Sebreño labrada en sus cantos y soportada sobre ocho columnas, los ambones con su rejería y la alfombra serán su aportación al nuevo altar que se inaugurará en el año 1960.

No concluyó su intervención en ese espacio, dejando los paños verticales de la girola para otro momento. Nunca llegaría ese tiempo, otro artista asturiano, Magín Berenguer, por encargo del siguiente párroco, don José Arenas y Arenas, pintaría las imágenes de Jesús y los cuatro evangelistas. No ocultó nunca, y en su última visita a últimos del año 2006 lo reiteró, su malestar por la colocación de las pinturas de los evangelistas, no tanto en cuanto a quién las había realizado, sino por su ubicación en ese espacio que el había previsto cubrir con mosaicos alegóricos al prerrománico asturiano.

La colocación de las pinturas conllevó que el baldaquino se convirtiese en una lámpara más del templo, al ser elevado sobre su altura inicial, pues de permanecer en la originaria se daba la circunstancia óptica de que las cinco figuras de Magín vistas desde la nave central aparecían «literalmente asomando sus cabezas» sobre el arco del baldaquino. Esto desesperaba a Camín; para el había perdido «su origen y fin».

He escrito en otros trabajos sobre la iglesia de San Pedro que si don Marino Soria González (párroco de 1943 a 1957) fue el constructor e impulsor del actual templo, don Ramón fue sin duda el que introdujo el arte en San Pedro, fue un gran mecenas. Durante el tiempo que ocupó el cargo (de 1957 a 1965), desarrollará una gran labor de acondicionamiento artístico y litúrgico del interior de la edificación y Camín será su brazo creador y ejecutor, como iremos viendo.

Covadonga y del Carmen

Los altares de la Santina y de la patrona de los marineros también son obra suya. El primero ocupa la nave de la epístola y enmarca sobre un magnífico mosaico en mármol una talla realizada también en piedra de Sebreño (Ribadesella): la imagen de la Virgen de Covadonga. La Santina tiene en su parte inferior tres cabezas de ángeles, que junto a la rosa y sus coronas fueron realizadas en cobre batido. Se completa este altar con unas alegorías a las advocaciones del Rosario realizadas en chapa, cobre y bronce y un Cristo crucificado de este material. La escultura de la Virgen, perfectamente proporcionada, -su medida es de tres cabezas- es una de las mejores piezas religiosas realizadas por el autor y una de las que se sentía más orgulloso, según sus propias palabras.

La advocación de la Virgen del Carmen se desarrolla en un mayor espacio que el anterior, al haberse ejecutado en el crucero del templo. Una talla labrada sobre una impresionante mole de piedra caliza traída de Colmenar de Oreja (Madrid) de dos toneladas de peso, aparece colgada a unos seis metros sobre la mesa del altar rodeada de unos pases de luz exterior realizados en alabastro. En sus laterales de nuevo mosaicos, esta vez el viejo puerto gijonés, la rula, los barcos de pesca, la vida del mar. Diseñó también para la mesa del altar dos candeleros en hierro y cantos rodados del Rinconín junto a un Cristo crucificado, realizado también en hierro.

Los mosaicos de la girola

Joaquín Rubio Camín va realizando el diseño del templo del patrono de Gijón. La girola también conoce su mano diestra y ubica en ella cinco mosaicos dedicados a diferentes advocaciones de la Virgen María: la del Perpetuo Socorro, la Paloma, la Soledad, la de Guadalupe y la de la Caridad del Cobre. Fue realizada una primera a modo de prueba, en donde hoy se encuentra la de la Soledad, pero fue destruida por el propio autor.

Rubio Camín veía en el mosaico un elemento básico dentro del desarrollo artístico y decorativo del edificio religioso. Esta vieja técnica, de la que se han encontrado vestigios que datan de 3.500 años antes de Cristo, pero que alcanzó con los romanos su máximo esplendor era para Joaquín la base ornamental del interior de la iglesia.

No compartió el aprovechamiento del espacio de la girola como capilla del Santísimo y así lo hacía saber siempre, con esa particular simpatía o antipatía según el juzgador, en sus visitas al templo. Lo mismo que criticaba duramente la proliferación de cruces y verjas. Solía decir que había contado quinientas cruces, «no es de recibo, pierde su significado».

El altar del patrono

Corría el mes de diciembre del año 1993 cuando conocí a Joaquín Rubio Camín. Era párroco de San Pedro Bonifacio Sánchez Alonso, y hacía unos meses que se había producido un desgraciado incidente entre Camín y don Boni. El párroco había encargado la restauración del primer altar construido en el templo parroquial, obra de Ignacio Lavilla, bajo la advocación de la Virgen del Rosario con una hermosa imagen en piedra de Gerardo Zaragoza. Su fondo de mosaico, bien es verdad que muy deteriorado, sería lamentablemente cubierto de pan de oro. Aprovechando esta restauración se decidió intervenir sobre la imagen de San Pedro.

Camín había realizado en el año 1966 una escultura del patrono de Gijón. Nunca había encontrado un sitio en el templo y deambulaba de una esquina para otra, llegando al extremo de permanecer a la intemperie en el patio de la edificación. Ya hemos escrito que manos inocentes lo policromaron dejando en sus llagas de madera una señal perpetua. Aquel desatino provocó en su autor uno de los mayores enfados de su vida y desató un grave enfrentamiento verbal con el cura; afloró el carácter de Camín. La sangre no llegó al río y de aquella innecesaria policromía nació un nuevo altar para ubicar el viejo abedul convertido por el prodigio de las manos de Joaquín en una majestuosa imagen del apóstol Pedro. Fui testigo de su desinteresado trabajo, de los bocetos, de los dibujos previos, del estudio del espacio en que iba a ubicarse, en el lado del evangelio. Veintiocho años después, el 29 de junio de 1994, se inauguró y bendijo el altar del patrono de Gijón y Camín no asistió.

El baptisterio de Suárez

El jueves 3 de noviembre del año 2005 se bendecía el retablo del baptisterio, obra realizada por Antonio Suárez. Días antes, en una mañana otoñal, se reunían a petición del autor, Joaquín Rubio Camín y Gonzalo Juanes, sus amigos del alma. El motivo del encuentro, la iluminación del nuevo retablo. Expuso Suárez sus dudas sobre la luz y su proyección sobre la obra, zonas oscuras, brillos, etcétera. Estaban presentados dos puntos de luz que bañaban de abajo hacia arriba la obra, y un cañón de iluminación en el vértice del arco frontal a la obra. Una observación técnica de uno de los presentes e intervención de Joaquín: «¿A usted, cuando se va a hacer una fotografía, le colocan un foco de luz debajo de la barbilla? ¿No, verdad? Pues a los cuadros tampoco. Lo mismo que la estupidez de iluminar desde el suelo los edificios, los monumentos, etcétera. Antón, no se puede colocar esta iluminación». Cambio de planes inmediato, subidas y bajadas del técnico electricista colocando y quitando focos. El retablo quedó sin iluminar, la luz natural que entra por las ventanas y la luz ambiental del templo se entendió como suficiente.

Proyecto no realizado.

El actual párroco, Javier Gómez Cuesta, le solicitó su asesoramiento y orientación sobre la posible adecuación del entorno de la actual capilla que alberga el sagrario en la girola. Ello conllevó diferentes visitas al templo y que mantuviésemos tardes de café y largas conversaciones en el otoño / invierno del año 2006.

Su propuesta recogía su pensamiento, expuesto muchas veces con anterioridad. La girola debe de volver a ser zona de tránsito de una nave a otra. Deben retirarse las dos verjas que limitan ese espacio y los bancos existentes. También debe realizarse una modificación de la iluminación que permita contemplar los mosaicos. A ello añadía que la capilla del sagrario debía colocarse en el altar de San Pedro y cerrarse mediante una reja entre columnas a modo de capilla. La tradición de la rejería de hierro en los templos católicos, especialmente en las catedrales, era su apoyo a la hora de implantar un nuevo cerramiento en el interior de la edificación, esos sí, rejas sin cruces. El proyecto no avanzó y se paralizó.

Decía Francisco Carantoña que «los pintores son gente extraña, con ternura y zarpazo, que hacen chocar la hondura y la apariencia y alumbran destellos de insana lucidez. Buscan cosas distintas, hallan otras evidencias, dialogan en otro idioma diferente al nuestro». Duro, firme y machacón en sus exposiciones. Afectivo y exquisito. Gran conversador. Gustoso de conocer, opinar y criticar cualquier movimiento o modificación que se realizase en su templo. Sin quererlo, se había convertido en tutor y conservador de la iglesia del Campo de Valdés, el monumento gijonés que guarda entre sus paredes el mayor número de obras del que han denominado «artista total». San Pedro sin Camín se ha quedado huérfano. Descanse en paz.

Luis M. Antuña Maese es ex secretario de la Asociación Amigos Iglesia de San Pedro de Gijón.