Uno de los pintores más acreditados del panorama artístico asturiano, Carlos Roces Felgueroso, acaba de cobrar nueva actualidad por ser autor de las ilustraciones del libro que bajo el título «Gijón del alma», escrito por el periodista Ladislao de Arriba, «Ladis», verá la luz en las próximas semanas. Para hablar de esto y otras cosas llegué a su estudio, el proverbial fárrago de caballetes, lienzos, botes, libros, papeles, fotografías, distinciones honoríficas, miles de colores... Y presidiendo todo ello un precioso portal de belén. «Va usted un poco retrasado en su testimonio», le dije. La respuesta fue clara; si su construcción era considerada como una obra de arte, que sin duda lo es, el belén habría de tener presencia permanente. Un juego de espejos, estratégicamente colocados, le da ilimitada dimensión; por dos veces ha merecido el primer premio del concurso de belenes, y sigue recibiendo toda clase de galardones, aunque fuera de competición.

Carlos Roces Felgueroso nació en Gijón en 1934, en una familia de nueve hermanos en la que ocupa el cuarto lugar; hoy ha pasado a ser el mayor por fallecimiento de los anteriores. Estudió el Bachillerato en el Colegio Corazón de María y la carrera de Derecho en la Universidad de Oviedo. De su matrimonio con Teresa Montero ha tenido siete hijos. Es un hombre cordial, asistido por fuertes convicciones, tanto que a veces éstas lo llevan a no rehuir la polémica. Humilde, pese a ser ésta una virtud poco afín con los artistas, comunicativo, bondadoso...

-Creo que el Colegio Corazón de María, en su tiempo, fue el gran impulsor del balonmano, ¿lo practicó usted?

-No, yo formé parte del primer equipo de balonvolea, jugábamos en el campo de fútbol de La Florida, situado entre Cocheras y el Continental. En realidad, en La Florida jugaba todo el mundo, a lo que fuera; apenas había otras canchas deportivas.

-Es raro que licenciándose en Derecho haya optado usted por el arte...

-Todo responde a una imposición familiar. Siempre quise hacer Arquitectura o Bellas Artes, así que al terminar el Bachillerato acudí al estudio de mi tío, el arquitecto Antonio Álvarez Hevia, para iniciarme en el dibujo lineal. Allí empezaron como dibujantes Antonio Suárez y Joaquín Rubio Camín. Pero tanto mi padre como mi padrino, el que fuera durante tantos años director del Banco de Gijón, Julián García, decidieron que estudiara Derecho. Así lo hice, contra mi voluntad. Al acabar la carrera me forzaron a incorporarme al banco; pasé en él dos años horribles.

-¿Ya pintaba en esa época?

-En el colegio había adquirido cierta experiencia en dibujo. Más tarde obtuve varios premios del Frente de Juventudes, y en el primer curso de carrera, en Oviedo, comencé a acudir por las tardes a la Escuela de Artes y Oficios. Recuerdo que el delegado del SEU era Fernando Suárez, al que le propuse la organización de alguna actividad artística. Aceptó y pusimos en marcha un certamen de pintura y otros de escultura, fotografía y dibujo. El acto de inauguración, con la presencia del rector, Torcuato Fernández-Miranda, fue solemne y multitudinario. Me dieron el segundo premio en dicho certamen, y cuando el profesor Rafael Borbolla vio mi trabajo, lleno de satisfacción me dijo: «Estas cosas no las hacía usted en clase».

-Bien, escapó usted del Banco...

-Sí, pedí vacaciones y me fui a Londres. Nada más llegar, un amigo me ofreció un trabajo de friegaplatos en un restaurante, que por supuesto acepté de inmediato. Lo que son las cosas... El primer fin de semana me pagaron más dinero que el que recibía al mes por trabajar de auxiliar administrativo en el Banco de Gijón. Mi sueldo, en dicho banco, ascendía a 1.326,65 pesetas, líquidas, y en el restaurante me daban, transformadas las libras en pesetas, unas 1.500 a la semana. Mi vida cambió, alquilé una habitación, comía en el restaurante y me sobraba dinero y tiempo para pintar y estudiar.

-¿Y para las mujeres?

-Salí con alguna chica, una escocesa, otra pakistaní... En aquel tiempo coincidió conmigo en Londres Miguel Suárez Morís, que tenía una novia... La mujer más guapa que he visto en mi vida. Se llamaba Eunice Santamaría, era pakistaní de ascendencia portuguesa y diseñadora. En Londres hice un máster en Derecho Marítimo y un segundo en Bellas Artes, además de participar en varias exposiciones colectivas de pintura. Entre mis maestros de Londres tuve al gran Ernest Gombrich, uno de los mejores del mundo. Al cabo de año y medio, tras un viaje por media Europa que rematé en Egipto, con un montón de apuntes bajo el brazo volví a Gijón.

-¿Para quedarse?

-No, para celebrar mi primera exposición individual, en la sala del Ateneo Jovellanos, que entonces era la mejor. Vendí casi toda la obra. Al clausurarla regresé a Londres; corría el año 1962. En total, los tres años de Inglaterra fueron muy fructíferos.

-¿Pudo vivir exclusivamente de la pintura al instalarse de nuevo en Gijón?

-No, me incorporé a una empresa de la familia, sólo por las mañanas, y aprovechaba las tardes para pintar. Iba a practicar inglés al Círculo de Idiomas cuando conocí a la que sería mi esposa. Un año después nos casamos, y he sido y soy muy feliz a su lado. En 1990, al cerrarse la empresa, abrí una academia de pintura en la calle Dindurra, antes de trasladarla aquí, a la calle Uría. He disfrutado preparando a mucha gente que después fueron magníficos dibujantes. Al mismo tiempo yo también pintaba, y no puedo calcular en cuántas exposiciones colectivas participé, pero las individuales pasan de ochenta. Tengo obra en muchas partes del mundo, EE UU, Francia, Pakistán, Filipinas, México, Inglaterra, Holanda, Alemania...

-¿Ha ganado dinero con el arte?

-A veces, sí, otras, no. Celebré la primera muestra en Madrid, en la galería Toisón, con notable éxito, pero entre el porcentaje de la sala, el ágape servido por Chicote y los gastos de publicidad apenas vi un duro. Pero la mejor exposición de mi vida fue hace diez años en Manila. Algo fantástico, aunque no la vendí entera, los precios eran altísimos, y la sala, al pertenecer al Instituto Cervantes, no llevaba comisión, así que obtuve un buen beneficio. El embajador de España en Filipinas, Delfín Colomé Pujol, que era primo de Jordi Pujol, me envió un saludo para Tini Areces. Por su parte, el alcalde de Manila, Lito Atienza, me hizo entrega de las llaves de la ciudad.

-He visto que tiene usted gran cantidad de obra nueva y muy buena, distinta a lo que conocíamos, ¿está preparando otra colección?

-Sí, hace tres años, aquel embajador de Filipinas, Delfín Colomé, fue destinado a Corea y me pidió una nueva exposición para Seúl. La tengo casi a punto, pero hace tres días recibí un e-mail en el que comunicaba un retraso en las obras del nuevo edificio del Instituto Cervantes en Seúl, de manera que la exposición ha quedado aplazada. Casi tenía las maletas hechas... Es una pena porque incluso el Ateneo Jovellanos había pensado en organizar un viaje coincidiendo con la inauguración. Tendré que hacer gestiones en busca de una sala en Asturias, algo que es difícil porque las galerías ya tienen prevista su programación.

-¿Se considera profeta en su tierra?

-No, he tenido más éxito en cualquier sitio, incluso en Madrid, que en Gijón. Sé que no me vendo bien, que no sé venderme, pese a que la crítica siempre me ha tratado estupendamente. Tengo una extensa colección de comentarios muy positivos, desde Joaquín Alonso Bonet a Patricio Adúriz, pasando por Rubén Suárez, José Antonio Samaniego, Pedro de Silva, José Antonio Cepeda, Jesús Villa Pastur...

-Usted, ¿a quién admira?

-A Velázquez, en primer lugar, que marca el equilibrio entre dos épocas. A Goya, su obra es una evolución radical hacia el impresionismo. Respecto a Van Gogh fue una pena que no le enseñase nadie la teoría de los colores; esto le llevó a desesperarse al no conseguir lo que buscaba. Van Gogh fue un caso de infeliz autodidacta, todo lo contrario de Rembrandt, el gran maestro que dominaba todas las técnicas. Ambos pintaron muchos autorretratos, que es un buen sistema de aprendizaje. Entre los modernos, no me gusta toda la obra de Picasso, él mismo reconoce en un libro publicado en 1930 que «he llenado los museos del mundo de mis estupideces». Tenía la culpa el montaje comercial que había a su alrededor. Antonio López, sí, me gusta.

-Tengo una duda, ¿es usted patrono del Foro Jovellanos o no?

-Mi enfrentamiento con Marcelo Palacios viene de muy atrás, cuando se debatía la despenalización del aborto. A propósito de un congreso celebrado en Gijón, en 1981, escribí un artículo que puso furiosas a las feministas. «Que no te vean», me había dicho Paz Fernández Felgueroso, que entonces formaba parte del equipo de Pedro de Silva. Al proponer a Marcelo Palacios como miembro del Foro, anuncié que dimitiría si lo nombraban y, como así fue, me he despedido. En la SIBI hay mucha trampa, como la de ensalzar al surcoreano Woo Suk Hwang, un auténtico timador que incluso ha confesado sus traiciones al código ético.

-¿Cómo van sus dibujos sobre el libro de Ladis?

-Bien, el texto se divide en 11 capítulos relacionados con la historia de Gijón y, por tanto, al pedirme las ilustraciones he hecho otros 11 dibujos. Uno de los capítulos se titula «Comercio, bebercio y fornicio». Esta experiencia no es nueva para mí, antes ya había ilustrado el libro de sonetos del poeta Fernando Álvarez y la historia de los hermanos Felgueroso, los grandes pioneros de la minería asturiana.

-Usted, que es primo de la Alcaldesa, ¿qué piensa de Gijón?

-Que es una ciudad que poco a poco y por desgracia va perdiendo su carácter; llega gente que no tiene su espíritu, ese tan generoso de puertas abiertas, de confianza en los demás. Por otra parte, es hermosa relativamente; Ladis habla de los adosados que cambian el paisaje, del exceso de foriatos... Será un gran libro.